El juego es entropía cero y otros cuentos. Mirna Gennaro

El juego es entropía cero y otros cuentos - Mirna Gennaro


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otra, la cara. Se escuchaba de fondo una música lejana de calesita. El cuarto no tenía más que una entrada que servía de salida también.

      —¿Te gustaría llegar a ser este?

      —No sé si podría. Tal vez, y repito, tal vez, algún día nos traigan de vuelta y lleguemos a ser estos –dijo, señalando una pareja entrada en kilos y con poco pelo.

      —Yo lo voy a querer igual, señor.

      En el centro de experimentación, el comandante Nott hablaba con Heiss.

      —Tenemos muy claro que los individuos viajaron. Por otro lado, los déjà vu fueron suprimidos, por lo que los individuos dejaron de estar inquietos.

      —Es una buena noticia. ¿Cómo hará para que no cambien de idea, nuevamente?

      —Eso se lo dejo a Clemente. Él está haciendo una nueva inducción para que acepten que la salida se dará por sí sola en un momento del tiempo indeterminado. Pero que la habrá.

      —Les mentirán.

      —Les daremos esperanzas, mientras terminamos las pruebas.

      —El individuo no creerá en nada que no sea respaldado por una teoría razonable.

      —Elaboramos la teoría de la puerta lateral. Según esta, un hecho fortuito en el entorno va a generar un espacio-tiempo de cambio. Para que sea posible, ellos deben desear salir.

      —Entonces sigue alimentándoles el deseo de salir. ¿No es demasiado contradictorio?

      —Puede parecer así, pero mientras ellos piensen que deseando salir lo lograrán, no se sentirán atrapados. Es curioso cómo la mente se predispone mal cuando piensa que repetirá al infinito el mismo suceso, la misma serie de acciones. Hay quienes pueden habituarse a lo repetitivo, pero hay quienes no. La mayoría, digamos.

      —Eso habla de que es un sujeto sano. Yo le apuesto lo que quiera que no viaja.

      —Acepto la apuesta, ya tenemos pruebas de que el viaje fue realizado.

      —¿Y si estamos en la repetición en la que sale?

      —Imposible, no hemos desarrollado el mecanismo, aún.

      —¿No se da cuenta de que el mecanismo no depende de su tecnología sino de la voluntad del individuo?

      —Eso es solo un invento.

      —No lo creo. Yo tengo claro que eso puede funcionar.

      —Nada es más claro que su voluntad de iniciar la prueba.

      —Estaremos en un brete si no se realiza el experimento. Es más, todas las pruebas, las consecuencias observadas, los indicios, no serán más que tonterías si no se pone en marcha.

      —Me doy cuenta de eso. El experimento se hará y las pruebas reunidas serán válidas en el grado de certeza que habíamos previsto. Ya son dos los sujetos que nos dieron material, cuando esperábamos que fuera solo uno.

      —El costo de la investigación ha sido altísimo.

      —Pero está comprobado que fue necesario y satisfactorio.

      —Yo no seré quien ponga la cara si esos sujetos no entran a la máquina.

      —Lo entiendo. Está controlado.

      El comandante Nott volvió a su oficina. Sentía un cansancio desusado. Tenía la espalda sobrecargada de un peso excesivo. Las manos se le antojaban con poca fuerza y una especie de somnolencia comenzó a invadirlo.

      Nott había participado en todo el proceso. Había sido su impulsor desde un comienzo. Él mismo revisaba los resultados paso a paso con el Dr. Dreyfus. Fue él quien respaldó con su análisis la teoría de los déjà vu. Fue él quien eligió a Esteban entre varios candidatos. Fue él quien solicitó los fondos necesarios, cada vez que se agotaban en pruebas fallidas.

      El comandante tomó una de las carpetas que estaba en el archivo y la abrió. Luego tomó la que estaba al lado. Contenía el relato detallado de las pruebas que le habían hecho a Esteban.

      Allí comentaba el psicólogo que el entusiasmo del individuo era razonable, que se sentía más curioso que ansioso en cuanto a los resultados. Cuando se le preguntó si habría algún motivo que lo podría hacer salir del experimento, él había respondido que sí, solo si el último tiempo anterior al viaje fuera muy doloroso o muy triste, ese no sería un momento que quisiera repetir.

      Nott tomó nota mentalmente de esta última frase y salió de su oficina.

      —Señorita, es sumamente importante que entienda lo que le digo.

      —Sí, comprendo –respondió Sofía a Nott.

      Días después, en el centro de experimentación, Esteban firmaba el desistimiento a su viaje.

      —Está todo perfectamente. No se preocupe, Esteban, ya habíamos previsto una alternativa. Los resultados a favor de su viaje no estaban saliendo todo lo satisfactoriamente que esperábamos.

      —Gracias por su comprensión, comandante Nott.

      —Siempre tendré en la memoria a esa hermosa mujer que era Sofía. Era una muchacha muy valiente. Lástima el accidente... Querer acompañarlo fue un acto de valentía y amor incondicional.

      —Gracias.

      El experimento se llevó a cabo un mes después. El individuo que fue sometido al Mecanismo de Traslado Temporal fue el comandante Nott.

      Un mes más tarde, Sofía se presentó en el departamento de Esteban. Como era de esperarse, él reaccionó de manera imprevista.

      —Estoy en un viaje –dijo sorprendido—, logramos trasladar la consciencia…

      —No es un viaje, Esteban, yo nunca me fui realmente.

      —¡No, es un viaje! Estás viva, yo estoy nuevamente contigo, por poco tiempo, hasta que vuelva a suceder el accidente. Pero… ¿cómo sucedió? Yo no entré en la máquina.

      —No, amor, nunca hubo un accidente.

      —¿Ves? No sabes nada. Todavía no ocurrió. Solo yo, que viajé con mi consciencia, lo sé.

      —No es así, yo simulé el accidente, para que vos no viajaras.

      —¿Qué clase de idea perversa es esa? ¡Tú nunca habrías hecho algo así!

      —Lo siento muchísimo, Esteban, pero sí, lo hice.

      —No, esto es un viaje. ¿Ves? Estás con vida. Esa es la prueba.

      Sofía no acertaba las palabras que hicieran que Esteban aceptara lo que estaba pasando. Pasaron la tarde reconstruyendo los momentos que eran reales y los que no. Ella no esperaba esa reacción, estaba preparada para un rechazo, para un enojo desmesurado, para que la echara a la calle y le dijera que era una egoísta, pero nunca para una huida de la realidad.

      Esa noche llegaron unos amigos a la casa de Esteban. Sofía tuvo que comparecer delante de ellos como ante un tribunal. Explicó sus razones. Algunos comprendieron, otros, no. Pero Esteban insistía en que el experimento se había llevado a cabo y que esos eran los resultados. En ningún momento reconoció que ella hubiera podido mentirle.

      —Lo que pasa es que no viajaste. El experimento se demoró porque estaban haciendo las pruebas sobre el reingreso de consciencia. Y lo lograron.

      Sin embargo, poco a poco, las barreras que él se había impuesto a sí mismo se fueron desmoronando y la verdad de Sofía comenzó a socavar su espíritu. Las dudas atenazaron su consciencia y perdió sus ataduras con la realidad, con el ahora. No sabía si creer en la ciencia, en las razones de Sofía, en el amor o en esa especie de paraíso que se había erigido en el medio de su razón y que lo ponía a salvo de cualquier maniobra de los sentimientos.

      Finalmente cayó en ese último sitio que le aseguraba un dolor soportable.

      Esteban tuvo que ser


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