El juego es entropía cero y otros cuentos. Mirna Gennaro

El juego es entropía cero y otros cuentos - Mirna Gennaro


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porque no podemos garantizar que no haya algún otro elemento que esté por eclosionar, alguna variable aleatoria, el principio de incertidumbre no ha sido suficientemente rebatido aún.

      —Todo eso lo sé, pero tenemos otros individuos. ¿Por qué, justamente, él?

      —Es el que más deseos de volver tiene, eso lo hace sumamente útil, al tiempo que riesgoso. No nos sirve de nada alguien que no tenga nada que perder. En el futuro estaremos realizando pruebas para que vuelva y, si no lo deseara, no serviría.

      En el departamento se había roto el cuero de la canilla. Era un sistema antiguo, pero efectivo hasta el momento en que dejaba de serlo. Como ocurre con las canillas que pierden, no solo se pierde agua, sino también la paciencia de quien escucha el persistente goteo. Sofía no alcanzaba a entender cómo era el mecanismo. Lo observaba en su agenda electrónica, pero no lo comprendía. Además, no tenía las herramientas, por lo que se dispuso a salir del departamento para pedírselas a uno de sus vecinos. En el pasillo se encontró con Esteban, quien se había detenido unos pasos antes de llegar a la puerta. Iba con su traje gris claro, parecido a un mameluco; su cara traslucía una preocupación en aumento.

      —¿Escapabas de mí?

      —Estaba pensando en huir con quien me solucione el problema de la canilla. No hay nada que me seduzca más que un hombre que sabe arreglar artefactos antiguos.

      —Ja, ja, ja, entonces voy a tener que hacer méritos. Hasta ahora, nunca se había roto nada que tuviera más de cinco años, por lo que supongo que no soy muy sensual a tu mirada.

      —Nada más sensual que alguien que se cree poco sensual, amor.

      —Parece que a ti todo te parece sensual, eres muy peligrosa.

      —¿No lo habías notado?

      —Olvídate de la canilla –respondió y la empujó suavemente para volver al departamento.

      —¿Cuánto tiempo tenemos aún?

      —No sé, quizás dos semanas. Las pruebas del déjà vu se han suspendido porque no se me han vuelto a repetir en los últimos meses. Han desaparecido totalmente. Es muy extraño, pero tengo la sensación de que me están ocultando algo.

      —Entonces tenemos poco tiempo. ¿No tienes dudas?

      —Tengo todas las dudas, pero di mi palabra.

      —¿En qué estabas pensando cuando empeñaste tu palabra?

      —En que iba a revivir nuestros mejores momentos para siempre.

      —¿No pensaste en que revivirías esta angustia para siempre?

      —No.

      —Perderás tu libertad, ¿eso lo has pensado?

      —¿Qué es la libertad? Estamos sujetos a una ruleta todos los días de nuestra vida. Nuestro espacio de libertad es mínimo. ¿Acaso pude decidir a qué dedicarme o de quién me iba a enamorar? He pensado muchas veces que, si no hubieras roto la lapicera, no me habría enamorado de vos.

      —Eso puede ser cierto, pero también podría pasar que mañana vieras por la calle a otra mujer y te enamoraras nuevamente.

      —Eso no pasará.

      —No importa, pero tienes alternativas de todo orden. La más importante: puedes negarte a este experimento mortuorio.

      —No busco la muerte, busco perpetuar los momentos que yo elijo. Quiero decirte todos los días que te amo y quiero sentir todos los días que te amo.

      —Eso es bellísimo, pero también implica que tienes miedo del día en que no lo sientas.

      —No, solo que considero superfluo todo lo demás.

      —Voy a tener que acompañarte.

      —¿A dónde?

      —A tu viaje.

      —¿Lo harías?

      —Seguro, ninguna de las razones que me diste antes habían sido tan contundentes como esta.

      —No sé si podré conseguir que te incorporen al programa.

      —Inténtalo.

      La central de experimentación estaba en silencio. Solo Esteban y el comandante Nott se encontraban en la oficina de este último. El comandante se veía terriblemente agotado; llevaba la ropa arrugada, y la mirada fría y concentrada de costumbre se encontraba enrojecida.

      —No es posible incorporarla. Usted sabe que es necesaria una batería de pruebas previas, como las que usted mismo superó.

      —Eso no sería un problema. Ella está dispuesta a hacer todo tipo de tests.

      —Los otros comandantes tendrían que dar su aprobación y no creo poder convencerlos.

      —Entonces tendré que poner como condición que la acepten a ella para que yo lo haga.

      —Está bien, lo hablaré. Mañana tendrá la respuesta.

      Un momento después, en la misma oficina de Nott:

      —Ferrari, tráigame un vaso de agua bien fría, por favor.

      —Enseguida, señor.

      —Nott, se lo ve pálido –dijo el comandante Heiss, entrando en la oficina.

      —Se está complicando el asunto. El individuo quiere viajar con su pareja.

      —Era una de las posibilidades.

      —Pero debía manifestarlo al principio para que pudiéramos utilizar una alternativa.

      —Es el principio de incertidumbre, ¡maldita sea!

      —Maldita teoría, ahora sabemos que fue él quien viajó. Estamos atados de manos, vamos a tener que ceder a su pedido.

      —El problema es…

      —El problema es que no sabemos qué otras condiciones querrá imponer. Esto no estaba planteado así. Nos hemos puesto en sus manos, de alguna manera nos hemos quedado sin alternativas.

      —Usted sigue manejando la dosificación de la droga para que no vuelvan los déjà vu… Podría darle algún otro tipo de droga que lo contenga.

      —Eso sería muy peligroso. Una droga de ese tipo afectaría su conducta y sería notada por su mujer.

      —Debe convencerlo de mudarse a nuestras instalaciones, cuanto antes. No podemos esperar más, podrían ocurrírsele cosas impensadas.

      —¿Vale la pena todo esto?

      —¿Todavía lo pregunta? ¿Valieron la pena los viajes al espacio? ¡Claro! Estamos en la primera etapa de la traslación. Hemos comprobado que lo hicimos. Ahora queda un largo camino. Debemos lograr que se transporte la consciencia. Eso es lo único importante, llevar la consciencia del futuro al pasado.

      —Cuanto más lo pienso, más me convenzo de lo imposible que será.

      —Nunca estaré de acuerdo con eso. ¡Deje de comportarse como un derrotista!

      El teatro estaba repleto. Esteban y Sofía se encontraban en la platea, a cuatro filas de la fosa donde se hallaban los músicos. La gente emitía un murmullo suave de abejorro, comentaban el programa, los artistas que estarían en escena y los músicos. Las luces bajaron a un nivel de media penumbra, anunciando que estaba por comenzar la ópera. Los sonidos de la orquesta, que afinaba los instrumentos, cesaron.

      Comenzó a sonar la música, y la prima donna salió a escena, en medio de cuantiosos aplausos.

      —Podría vivir este momento eternamente –dijo Esteban.

      —Y yo estoy para acompañarte –respondió Sofía.

      El último acto se fue apoderando de sus espíritus. El tenor era arrastrado hacia la cripta. Su amada, sin ser vista, se había deslizado dentro de ella, momentos antes.


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