El juego es entropía cero y otros cuentos. Mirna Gennaro
demorará tu viaje.
—Me parece perfecto. Mientras tanto seguimos desarrollando el mecanismo para el regreso, ¿no te parece?
—Claro. Te recomiendo que no postergues tus vacaciones, el año comenzó con una buena temporada en el mar. Mis nenas están enviando imágenes todo el tiempo y, la verdad, yo mismo iría, si pudiera.
—Sí, me contaste.
—¿Cuándo?
—No sé, otro día.
—Lo habrás soñado –dijo Dreyfus, riendo abiertamente.
—Esto es muy extraño. Me viene pasando desde hace una semana, tengo una sensación permanente de que ya he escuchado o vivido ciertas cosas.
—Lo que dices es serio. ¿Por qué no lo mencionaste antes?
—Porque pasó pocas veces, pero ahora…
—Sabes que es una de las hipótesis del experimento, la del déjà vu. Sabes lo que significa.
—Que tengo plazo.
—Que todo se hará finalmente.
—Que no conoceré el final de la historia probablemente.
—Eso no te molestaba antes.
—Ya lo sé. No me hagas caso.
—Supongamos que estamos ante la realización de la traslación, ¡estoy hablando con tu yo futuro! Entonces es posible modificar el futuro.
—¿Por mis déjà vu?
—¡Claro, viejo! Estás hablando de lo que pasará en tiempo pasado, eso solo significa que tu experiencia del futuro puede modificarse.
—¿Y qué será de mi pasado?
—No lo sé. Es una paradoja. Puedes modificar el futuro; pero, si lo hicieras, modificarías tu pasado. Una locura, ¿no?
—Es terrible, porque no quiero modificar mi pasado. Yo pensé que iba a entrar en una suerte de repetición, que iba a revivir mis últimos meses hasta el hartazgo, pero lo que dices le da un giro completo a nuestra visión.
—Nadie dice que no sea así, es posible que el déjà vu se produzca luego de muchas repeticiones.
—Entonces puede ser que haya alguna fuerza que me impulse a salir del bucle.
—Es probable.
—Ya me había acostumbrado a la idea de no tener libertad. De saber que mi futuro estaba pautado de antemano y sería así por siempre. Me había asegurado de que este último tiempo fuera lo suficientemente bueno para querer que siguiera repitiéndose.
—Entonces fue eso.
—¿Qué quieres decir?
—Fue tu deseo lo que impulsó el cambio.
—¿Cómo? Si yo deseé el no cambio.
—En realidad, no. Verás, cuando deseaste que el futuro fuera tan bueno como este, en realidad no deseabas repetirlo, deseabas que fuera bueno. Solo eso. No deseas viajar.
—No es posible, yo quiero hacerlo.
—Imagina que has estado incontables veces repitiendo la misma historia, ¿no desearías salir?
—Sí, pero aún no he vivido el viaje.
—El viaje es lo de menos. Ya sabemos que hay una salida: es el deseo, y viene precedido por los déjà vu.
—No, tal vez la salida sea la misma que la de la evolución. Un hecho aislado, una mutación, un error del universo.
—No lo creo. Pero si te gusta verlo de esa manera. Un deseo puede ser una anomalía en el universo. Es volcar en algo único tu propósito.
—Igualmente, no vamos a dejar todo de lado por un simple déjà vu.
—Voy a comunicarle al comandante lo que hemos hablado. Te pido que por favor no lo comentes con nadie.
—De acuerdo.
Las veredas del barrio estaban cubiertas de flores rojas, los pies de Sofía se enredaban cada tanto y tenía que apartarlas con la punta del zapato. Vio a la vecina de la planta baja, una mujer de unos setenta años. La mujer había sacado a su perro, que iba trotando delante de ella y se cruzaba de un lado a otro. Siempre le había parecido muy agradable doña Gimena, con esa dulzura que dan los años felices vividos y el cabello recogido en una trenza. La saludó y la mujer se detuvo.
—¿Sabe qué es lo que han dicho en la radio, joven?
—No, dígame, Gimena.
—Que el año próximo habrá un nuevo sistema de recolección de residuos. Tendremos que hacer un tratamiento de la basura antes de sacarla en los contenedores clasificados.
—Sí, escuché que algo así estaban pensando. Va a ser muy fácil.
—No parecía. El hombrecito de la radio explicaba, pero yo no entendí nada.
—No se preocupe, cuando eso ocurra yo le explicaré, es muy fácil.
Por un momento, se detuvo a pensar en que no sabía en qué dimensión estaría dentro de un año.
—Bueno, entonces me quedo tranquila. A los viejos no nos gustan mucho los cambios, usted ya sabe.
—No hay problema, Gimena, yo le voy a explicar. Va a ser fácil.
Siguió caminando hacia la entrada del edificio. Ahora se veía más luminoso porque el sol estaba cayendo sobre los edificios de enfrente y entraba luz hasta un poco más adentro.
Esperó el ascensor y cruzó saludos con un par de vecinos más. Uno era el dueño de la tienda de zapatos. Su negocio se estaba derrumbando. La gente no mandaba a arreglar los zapatos de neoplastic y los de cuero eran tan caros y tan raros que, o no se podían comprar, o no se conseguían. El otro era el señor de la cochera. Tenía toda la capacidad de estacionamiento agotada y era el más rico de todos los del edificio. Sin dudas no había tenido nada que ver con su riqueza, todo lo había heredado de sus padres, quienes habían visto antes que otros que esa parte de la ciudad no tenía espacios para estacionar y que se cotizarían alto. Él se dedicaba a gastar los ingresos de los alquileres sin otra cosa en que pensar que pintar el lugar de vez en cuando, por lo que su tiempo libre lo empleaba en armar modelos de estaciones orbitales de las que se conseguían en las ferias para los chicos de doce años.
—¿Cómo es que esto no me parece haberlo vivido? –se preguntó para sus adentros. Entonces comenzó a sentir el peso de algo que estaba pasando mucho más allá de su entendimiento y que antes no se sentía.
Mientras tanto, en el centro experimental, se reunía el director del proyecto con el investigador.
—Dr. Dreyfus, usted debería moderar su lengua. Ya se lo habíamos dicho antes, pero parece que no lo entiende.
—Sí, señor, disculpe, fue la emoción de la comprobación de nuestro éxito.
—Modere también su entusiasmo, vea cómo no ha sido exitoso en el sentido que lo habíamos esperado. Su individuo se está echando atrás y vamos a tener que hacer algo.
—Sí, señor. No debí decirle que había tenido éxito en el traslado. Eso lo puso a reflexionar sobre algo que ya estaba resuelto. Mi intención era reafirmar su postura, no hacerlo dudar.
—No dudo que su intención fuera buena, pero no olvide que por algo tenemos un equipo de psicólogos para guiar las ideas del individuo. Piense que todo el trabajo realizado por ellos puede ser malogrado por una simple interpretación suya.
—Sí, señor. Ya estamos trabajando en la segunda alternativa. Tenemos la seguridad de que con la droga no tendrá nuevamente los déjà vu.
—Eso quería escuchar. Entonces todo sigue en marcha.
—¿Puedo