El almacén de los recuerdos. Denise Arredondo
infelizmente perfecto” y vos me mirabas con cierta gota de incredulidad, pero hoy llego el día en donde esa sola frase no te alcanzaría, porque hoy vi tristeza profunda en tus ojos, una tristeza que se conecta con el alma, con el corazón, y con el cuerpo. Y esa tristeza querida Amanda sí que es difícil de aguantar. No te confundas, sí estaba feliz de que fueses parte de mí, de nuestra hermosa familia, no estaba triste por tu presencia, sino que lo estaba porque sabía que llegaría un momento como hoy donde el mundo te partiría en dos, en tres, en cuatro, en donde todo te haría ruido, y la desdicha sería tan grande que no encontrarías salida, yo sabía que este momento se haría presente. Aquella frase siempre te la dije para que al caerte o al tomar una mala decisión solo pienses en qué significaría aquella tonta frase del abuelo, entonces así, no pensarías que el mundo es realmente sufrible, y aun así no sentirías tan fuerte tu angustia. Pero hoy esa frase ya no alcanzó, por eso estoy aquí diciéndote todo esto, mi querida Amanda. Como te dije, tengo setenta años, y a pesar de tantas alegrías en mi vida, la tristeza siempre fue más fuerte, atrás de cada felicidad se escondía un puñado de melancolía, para pegarme tan fuerte y decirme: “No todo es felicidad, pequeño Charles”, bueno, ya no tan pequeño. Fue difícil vivir así, sabiendo que siempre tendría espacio para la tristeza, sabiendo que siempre me encontraría con seres malos, egoístas, envidiosos, violentos y llenos de ira en ellos mismos. O con seres que a simple vista parecen ser de esos tipos, pero cuando los tratás son totalmente figuras diferentes. Por eso nunca tomes partido por alguien antes de que llegue a abrirse completamente, antes de conocerlo detalladamente, las apariencias engañan y las voces que hay detrás de ellos también. No sé qué otro consejo puede darte este viejo, querida Amanda. Pero creo que hay otra cosa más.
Sabés, cuando logré todas mis metas, no solo las mías propias, sino las que la vida me había puesto porque no tenía opciones, cuando logré todo aquello en setenta años, pensé que obtendría la felicidad más grande del planeta, que diría “sí, soy completamente feliz” y que no existiría ningún puñetazo de melancolía detrás de aquella frase. Pero me equivoqué, sí hubo puñetazos después de sentir que todo lo había logrado, sí existía la tristeza, porque ahora me quedaba en la desdicha de que poco a poco mi piel fue envejeciendo, que mis hijos ya estaban grandes, que mis nietos también crecían, que mis plantas se morían, que las noticias del diario siempre contenían esa gota de maldad, esa gota de violencia, que el mundo poco a poco moría. Y hubo tristeza al verte acá, mi querida Amanda, al verte siendo parte de ese sentimiento. Y por eso te digo que levantes tu cabeza y mires, que mires la belleza del día y la noche, de mi presencia junto a vos, que mires la belleza de esa flor, la simpleza de estas sillas, la felicidad de tenernos a nosotros dos y saber que, al irnos de aquí, podremos beber nuestro café y compartirlo con nuestros seres amados. En mis setenta años comprendí que la felicidad no fue lograr todo aquello que quería, obvio que en ciertas proporciones sí lo fue. Pero mi felicidad y mi suerte fue coincidir con personas como ustedes en este mundo lleno de caos sin fin, fue tener a tu abuela junto a mí, tener las manos de mis hijos y tener tu tristeza para llenarla de alegría, mi felicidad es estar hoy aquí, viviendo, para contarte todo esto, mi querida Amanda, la vida nunca será fácil, nos golpeará de tantas maneras que tendrás días en donde ya no soportarás respirar, pero después hay tanta alegría, tantas dosis de felicidad que sentirás que querrás vivir por siempre, sentirás que no aprovechaste al máximo tus años y que querés aprovecharlos más de lo que hiciste. La vida será así siempre, mi querida Amanda, tendrás subidas y bajadas, será como un sube y baja. Pero a pesar de tanta tristeza, de tanta felicidad, siempre podrás levantar tu mirada y ver que hay millones de vidas más a tu alrededor, que siempre existirán el día, la noche, el pasto, las flores, que siempre en tu mente rondará “qué mundo tan infelizmente perfecto”. Y así, mi querida Amanda, te cuento que no importa lo tan triste que estés, siempre existirá un gramo de felicidad después de cada dolor. Y así aprenderás y lograrás vivir sin importar nada, sin aquellas voces hablando por encima de vos, porque uno solo sabe las batallas que hay dentro de sí, solo uno lidia con todo aquello, por eso nunca pongas esas voces por encima de vos y nunca pongas tu voz por encima de otro. Es tan solo eso, mi querida Amanda.
—Te amo, abuelo. –Solo eso pude decir, solo eso salió de mi boca, mi ser se encontraba en una catarsis de emociones, y de mis ojos cayó una lágrima, y no fue una lágrima de tristeza, fue una llena de felicidad. Observé a mi abuelo y también cayó una lágrima de sus ojos, y supe de inmediato que fue de felicidad, nos fundimos en un abrazo, y una tormenta de felicidad se anunciaba ante nuestros ojos. Nos quedamos así, abrazados y mirando el atardecer un buen rato, después empezó a refrescar y nos fuimos, fuimos en busca de ese café y de la compañía de nuestros seres amados. Y solo me queda una cosa por decir: qué mundo infelizmente perfecto.
***
Final abierto
2 de agosto de 1992
Una mañana de un agosto que congelaba todos mis huesos, preparaba mi café mientras veía aquellas hojas del invierno que se reposaron en mi jardín. Otro día más en donde tenía millones de sentimientos a flor de piel, me preguntaba el por qué de tanta soledad, y el porqué de tantos sueños sin resolver. Cabían millones de tristezas en mi cuerpo, cada dolor tenía un nombre nuevo…
26–6–1995
Hoy puedo relatar lo que en aquellos tiempos no podía, hoy han pasado tres agostos desde que no estás acá y me alegro de poder decir que pude olvidar todo lo nuestro. Mis tristezas llevaban tu nombre y mi soledad fue por la huida tan repentina de tu adiós en silencio. Recuerdo como si fuese ayer que en el momento exacto donde te fuiste salí en busca de un tren que me lleve hasta donde vos estuvieras. Pero lo curioso fue que nunca supe a dónde fuiste, nunca supe cuál fue el destino de tu tren o el horario exacto en el que decidiste no volver. Me pasé toda la primavera tratando de entender el por qué de nuestro fin, el por qué de tanto silencio. Y no sabía exactamente qué pasó con vos, hasta hoy.
Me encontraba bebiendo mi café en la esquina de aquella plaza, ¿lo recordás? Y mientras miraba la lluvia caer, te vi. Sí, te vi. Eras vos, no podía equivocarme, el paso del tiempo no te dejó envejecer, en cambio a mí me destruyó por completo. Eras vos, tan hermosa como nunca antes, tan llena de vida como siempre fue, y ahí estabas, con tu mano aferrada a la de alguien más, con tu sonrisa llena de otra vida, con tus ojos mirando otros ojos, y creando recuerdos en este lugar, nuestro lugar. Al verte otra vez todas mis nostalgias empezaron a florecer, sentí envejecer con tu presencia tan vacía de mí y te volví a recordar…
Era agosto, llovía sin parar. Estabas junto a la chimenea observando el ardor del fuego, encendiste tu cigarrillo y bebiste el último sorbo de té (odiabas el café), tus manos temblaban, tus ojos cargaban infinitas nostalgias y tu boca habló.
—Debo irme –pronunciaste sin temor alguno.
—¿A dónde vas? Voy con vos. –Y busqué el paraguas.
—No, Juan, debo irme. –Tu voz sonó seca y llena de frialdad.
Buscaste tus maletas y las llenaste de vos, además de tus cosas también guardaste todo lo que me componía, me dejaste vacío. No dijiste nada más que aquellas palabras, y mientras terminabas tu cigarrillo tus ojos voltearon a verme una vez más, mi cuerpo estaba paralizado porque en mi mente el final de nosotros dos no existía. Y te fuiste, y no corrí detrás de vos. No encontraba la fuerza necesaria para hacerlo, no sabía cómo borrar tu adiós, creo que aún no comprendía la situación. Pasaban los días y yo seguía a la espera de tu regreso, no creí en ese final porque no se parecía en lo más mínimo a uno. No era como esos finales en donde ambos discuten y llegan a un acuerdo, o en donde uno llora y el otro comprende, seca las lágrimas y se va. No, no era uno de esos finales, este era un final con tristeza, pero sin lágrimas, era un final inesperado, un final que quizá siempre existió, pero nunca lo vi. Fue un final lleno de silencio, silencio de vos, silencio de mí.
Pasó el tiempo, pasaron primaveras, otoños, pasaron todas las estaciones sin vos, y al verte nuevamente comprendí que en verdad nunca te olvidé, simplemente me acostumbré a la idea de no verte, de no escucharte. Traté de no recordarte y guardé en alguna parte todo lo que te componía,