De las negras a las rojas manos. Hugo Ernesto Lencinas

De las negras a las rojas manos - Hugo Ernesto Lencinas


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no le quedaba otra que asumir el misterio como los demás, Lautaro no era responsable de esto.

      Ese fin de semana Carmen no compartió la mesa mientras estaba su padre, Martina trataba de convencerla pero era en vano, en el almuerzo del domingo Francisco con su rigor: ¡CARMEN VENGA A LA MESA MOCOSA DE PORQUERÍA! El silencio aturde a Francisco y Carmen entra a su dormitorio y se cierra con llave. Francisco: ¡QUE DIABLOS LE PASA A ESTA MUCHACHA! Martina: seguramente extraña a ese muchacho y no te desentiendas del asunto Francisco, sabes muy bien que por ahí viene la cosa. Francisco: ¡ese sotreta que no aparezca mas por acá! ¡Y no quiero que me lo nombren estamos! El rigor de Francisco era incesante, y mas aun cuando recordaba aquella mañana gris en que casi lo envainan en un descuido.

      Al otro día se va al campo y madre e hija continúan su vida, con diálogos pocos fértiles, había en Carmen mucho odio contra su padre y hacia todo lo que se le ponía por delante, el único remedio era Sixto, pero la suerte estaba echada, se acordaba de Lautaro cuando ofreció su ayuda, pero veía esto como una fantasía de un niño que apenas sabe hablar. Carmen dormía poco y se alimentaba mal, estaba mucho mas delgada y ya ni siquiera iba a hacer las compras, lo único que hacia constantemente tanto de día como a la noche era llorar y pensar, pensar y llorar. Quizás con dos objetivos muy adversos: escapar por los campos hasta encontrar a Sixto o eliminar a su padre, imaginaba que de esa manera iba a ser feliz, aunque algúnos consejos la detenían y optaba por consumirse en el sufrimiento.

      En la tarde el comisario riega un cantero, en eso pasa el padre Juan y como no podía ser de otra manera, el dialogo estaba instalado en este hecho de dominio público: el destrozo de las flores. ¿Cómo andamos don Miranda sin novedades del asunto? Comisario: hola padre, en realidad nada, y creería que va a quedar en el misterio, dado que en este pueblo el único dañino y sin vergüenza es el niño Lautaro, porque me constan sus antecedentes pero esa noche estaba en cama con gripe. Padre Juan: de todas maneras es mi intención de asumir la responsabilidad como cristiano y buscar la mejor manera de educarlo, de allí que Dios diga en el futuro que sucederá. Don Miranda: claro, seria muy importante su obra, es una pena porque ese niño algún dia, puede y debe ser útil a la sociedad, desde ya cuente con mi ayuda padre. Gracias don Miranda, debo comenzar desde la fe, acercarme a su tia y de a poco lograr ese objetivo.

      En la capilla hay mucho que hacer y organizar. Bueno don Miranda muchas gracias y hasta luego. Comisario: ¡adiós padre gracias a usted por la confianza!.

      A la semana siguiente el padre Juan pasa por la casa de Clara, (tia de Lautaro) y esta lo recibe gustosa. ¡Hola padre que milagro verlo por aquí! Hola hija simplemente quería dialogar un poco con usted referente a Lautaro. Clara: ¡de acuerdo pase pase! Clara: mi sobrino esta en una postura y edad muy difícil de cambiar y temo que algún día alguien le produzca algún daño por sus actitudes. Padre Juan: es verdad hija mía, eso puede suceder, hay gente mayor que puede reaccionar mal y puede causarle problemas. Yo le ofrezco desde la fe a que luchemos juntos y poco a poco comunicarnos mas seguido y poder lograr que Lautaro acepte al menos conversar un poco para hacerle entender que lo bueno también existe, sin obligarlo ni exigirle nada, que el se sienta bien al dialogar con nosotros. Clara: de acuerdo padre agradezco su voluntad de ayudarme voy a tratar de conversar con el a ver si logro al menos me acompañe hasta la capilla. Ahora se fue a la casa de un amigo, bastante travieso también. Padre Juan: bueno hija, quedamos así, por algo se empieza, quiero que Lautaro sea un hombre de bien y no sufra en vano ni haga sufrir a nadie más, oremos hija para que todo salga bien. ¡Adiós doña Clara! Adiós padre y gracias por su visita. El padre Juan quedo satisfecho por haber logrado dar comienzo este semejante desafío y confiaba en que Dios no lo iba a defraudar en esta obra de bien.

      Un sábado a la mañana llega Francisco del campo, cansado y pensando que acogida tendrá de parte de su familia, dado que las cosas no andaban bien con su hija. Como de costumbre saluda a Martina preguntando por Carmen, pero queda todo ahí no se habla mas nada. Carmen se entera de la llegada de su padre e inmediatamente se aparta de la escena familiar, lavando su ropa, tendiéndola hasta que su padre no se levante de la mesa, Carmen no almuerza, opta por alimentarse fuera de los horarios gastronómicos.

      A la tardecita Carmen va a la casa de su amiga Hilda, es una visita que dura unas tres horas y cuando llega a su casa, la intercepta su madre y en voz baja ¿Por qué llegas tan tarde hija? ¿Dónde fuiste a esta hora? Carmen con su rostro asustado y temblorosa: te dije que a casa de Hilda. Martina: mañana hablamos!.

      Eran las diez de la mañana del dia siguiente y otra vez comenzaba a circular en boca de vecinos esta extraña novedad: tanto la capilla, escuela y gran parte de la plaza del pueblo, tenia las flores cortadas y decapitadas con algún elemento de corte y otras arrancadas en forma violenta. El padre Juan sale de la capilla y encuentra las flores del jardín destrozadas e inmediatamente camina hacia el vecindario, para ver si esta realidad se había expandido y efectivamente, no se equivocaba, la plaza estaba concurrida por vecinos observando con mucha sorpresa lo ocurrido. El padre Juan algo intranquilo, pasa por la casa de doña Clara, para ver que puede captar a esa hora como información. ¡Hola hija como esta!. ¡hola padre muy bien usted! Ahí andamos caminando un poco ¿y su sobrino? Clara: gracias a Dios ayer a la mañana lo llevo otro de sus tios a colonia San Jorge para que le ayude a un carneo, creo que por tres días no viene. Esto al padre Juan lo alegro muchísimo ya que esperaba otra cosa, pero a la vez se desesperaba porque bajo esta situación misteriosa del pueblo nada podía hacer desde la fe, hubiere dado cualquier cosa por descubrir un hecho de tal magnitud. ¡A perfecto entonces el hombre esta ocupado en algo útil y sano como es el trabajo!. Clara: gracias al señor si. Trato de orar por el y veo que las cosas poco a poco comienzan a cambiar. Padre Juan: bueno hija ¡hasta pronto y que Dios la proteja! Clara: ¡hasta pronto padre! Gracias por la visita y preocuparse por Lautaro, que tanto trabajo me da. La oscuridad de la noche se apodera de Las Perdices, y el silencio vuelve a cubrir el misterio.

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