De la Independencia a la Revolución. Guillermo Beato

De la Independencia a la Revolución - Guillermo Beato


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de rasgos específicos en el seno de una heterogénea y técnicamente rezagada sociedad. En este orden de cosas se jerarquiza la temprana industria textil-fabril, presente en diversos territorios del país, como uno de los ejes fundamentales para la conformación de la burguesía, no obstante las rígidas fronteras que limitaron aquella actividad al no poder protagonizar una industrialización propiamente dicha.

      Al abordar el comercio exterior, de modestas dimensiones en los primeros 50 años de vida independiente, se señala la elocuencia de la composición de las importaciones, cuyo mayor rubro estuvo constituido por textiles, al igual que acontecía en la generalidad de los países latinoamericanos independizados. Más tarde, a medida que transcurría el porfiriato el comercio exterior cambió de magnitud y, relativamente, de composición, reflejando de alguna manera cierta modernización del país, si bien el capital extranjero mientras tanto desplazaba al capital nacional, a excepción de la cúpula empresarial.

      La periodización aplicada surge de un criterio que se considera aceptable —los momentos coyunturales de la economía y de la vida política—, no obstante la carencia de estudios homogéneos sobre fuentes fidedignas, en especial en lo que hace a la falta de rigor de las series estadísticas económicas.

      El extenso marco temporal que se prolonga desde la proclamación de la Independencia, en 1821, hasta los inicios de la Revolución mexicana, en 1910, acusa notables diferencias en su seno, tanto desde la perspectiva política como de la marcha de la economía. Dos grandes periodos, 1821 a 1877, aproximadamente, y 1877 a 1910, destacan de manera importante cubriendo el espacio entre ambas revoluciones trascendentes.

      En relación con la ascendente tendencia económica del siglo XVIII, comparativamente, el primer periodo (1821-1877) fue de marcada pesadez económica acompañada de difíciles tiempos políticos, situación compartida por buena parte de los países latinoamericanos independizados —la "larga espera", a decir de Halperin Donghi—. En oposición, el segundo periodo (1877-1910) experimentó una manifiesta tendencia económica ascendente, a la vez que se fueron sedimentando las transformaciones políticas que apuntaban a acelerar la organización de un Estado pretendidamente moderno.

      En el primer periodo se aprecian con gran definición dos momentos:

      1) El subperiodo 1821-1848, signado más francamente por la zozobra y el estancamiento económico cuyos antecedentes inmediatos habían sido los depresivos años del último decenio colonial — 1810-1821— coincidente con la guerra de Independencia, como sucedía igualmente en diversas regiones de Latinoamérica. Fueron los tiempos en que la dislocación del poder central —al desaparecer el gobierno absolutista y centralista del imperio colonial español del área continental americana— se conjugó con el pesado saldo de la reciente guerra independentista, heredando también el mencionado ciclo de contracción económica iniciado a comienzos del siglo XIX. Se sucedieron las luchas entre facciones y a poco andar sobrevino la pérdida de Texas, continuada con la previsible guerra con los Estados Unidos —en plena expansión de sus fronteras— y el despojo de más de la mitad del territorio mexicano. A todo esto, la crisis de 1848 se desplazaba por Europa irradiando sus efectos más allá de sus fronteras, según la sensibilidad de los espacios abarcados por una economía mundial que continuaba avanzando en su construcción.

      2) El subperiodo 1848-1877, que no obstante las dificultades internas y externas que acompañaron la continuación menos acentuada de la faz depresiva, no mostró un crecimiento pero sí una recuperación respecto al subperiodo anterior, ya que no logró alcanzar sostenidamente los niveles ascendentes de fines del siglo XVIII. Se aprecia cierta vitalidad económica en los años cincuenta, tropiezos en los sesenta y —crisis de 1873— la despedida del ciclo depresivo para el final del periodo. Entre otras cosas, y a pesar de las guerras internas, de intervención, y contra el emperador Maximiliano, hubo una franca recuperación en la producción (minera, industrial textil, entre las más destacadas).

      Por su parte, el periodo 1877-1910 considerado en conjunto revela una clara tendencia de crecimiento, pero desde una perspectiva que no rescata la situación de muchos desposeídos, y tampoco la suerte de unidades productivas de distintos sectores cuyos atribulados propietarios fueron desplazados por la irrupción del gran capital foráneo (prosperidad para unos, miserias para otros, diría Pierre Vilar).

      La tendencia ascendente estuvo asimismo afectada por fuertes crisis, de entre las cuales la de 1907 sacudió a profundidad la economía en general y convulsionó socialmente diversos puntos del país. En fechas próximas a la célebre crisis tuvieron lugar las grandes huelgas de Cananea y Río Blanco. Algunos autores señalan que para 1910 ya se habían asimilado los efectos negativos de la crisis; también es factible creer que la situación provocada convergió, junto con una cantidad de circunstancias de diversa naturaleza, en el estallido revolucionario de 1910.

      El periodo de 1877-1910 se correspondió con la conocida coyuntura internacional, fuertemente condicionante para los procesos latinoamericanos, caracterizada por la exportación de capitales de los países muy industrializados (imperialismo), equipos, ferrocarriles, etcétera, y por migraciones de personal técnico y de trabajadores de diversas regiones. Por otra parte, se multiplicó la demanda a los países no industrializados de materias primas, alimentos y diversos productos, lo que repercutió ampliamente en las políticas gubernamentales y en las economías y sociedades de Latinoamérica en general, y de México en particular. A esta nueva distribución de intercambio intensivo de los factores mencionados se le ha dado en llamar "subsistema de intercambio centro-periferia", el cual cubre el periodo 1877-1910 y lo rebasa, hasta entrar en declinación a lo largo del siglo XX.

      Se ha señalado (y polemizado) que tras el pujante ascenso del siglo XVIII en el conjunto de las actividades económicas y en el movimiento de los precios de la Europa del siglo XIX y comienzos del XX, tuvieron lugar dos fluctuaciones de larga duración llamadas ciclos de Kondratieff, con una extensión aproximada de 50 años cada uno. El primero (1817-1873), con tendencia general descendente, y el segundo (1873-1920 o 1929), de tendencia general ascendente. Respectivamente estarían integrados por dos movimientos de unos 25 años que —dentro de la tendencia general de los ciclos de Kondratieff— se orientan de manera sucesiva a la baja (fase B) y al alza (fase A). El primer Kondratieff, descendente, englobaría una fase B, de 1817 a 1848 aproximadamente, que incluye grandes crisis económicas de graves connotaciones sociales y políticas (revoluciones de 1830 y 1848), sucedida por una fase A, ascendente, de 1848 hasta alrededor de 1873, fecha de la gran crisis internacional. El segundo ciclo de Kondratieff, de tendencia general ascendente, muestra una primera fase B, descendente, 1873-1895/1896 (crisis de los años noventa), seguida de una fase A, ascendente, 1895/1896 a 1920 o 1929 (crisis).

      Se advierte la coincidencia relativa con el ámbito europeo de las tendencias (y no de la especificidad de los procesos económicos) observables en México y en otros países latinoamericanos, lo que no justifica la traspolación de las conclusiones de destacados estudiosos de la economía europea al medio latinoamericano, en donde faltan aún estudios con mayor profundidad acerca de este problema.

      Diversas interpretaciones del proceso histórico de México y Latinoamérica han dado lugar a una serie de polémicas a propósito del carácter de la sociedad colonial y, más específicamente, del periodo independiente decimonónico que aquí se trata. Un aspecto sustancial de estos debates ha girado alrededor de la formación del capitalismo, primero, en lo que hace al ámbito europeo y, después, al espacio latinoamericano. No obstante la variedad de argumentaciones, es posible distinguir en buen número de éstas un elemento discordante que perdura: la actividad comercial entendida como factor fundamental —o no— en el decurso formativo del capitalismo.

      Ya Henri Pirenne señalaba el gran significado que habría tenido en la formación del feudalismo —y su hipotética característica de ser una economía cerrada— el quiebre del comercio cristiano a través del Mediterráneo, debido al predominio naval árabe. Alphonse Dopsch objetaba que hubiera tenido lugar una desaparición extrema del comercio.

      Asimismo Pirenne adjudicó a la actividad mercantil —esta vez al comercio a distancia— una fuerte responsabilidad como elemento disolvente de la sociedad feudal en Europa Occidental. Otros responsabilizaban a los elementos contradictorios generados en el seno de las estructuras


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