De la Independencia a la Revolución. Guillermo Beato
centrando su preocupación en el interrogante de por qué México no alcanzó la condición de país adelantado al nivel de las naciones más avanzadas del mundo contemporáneo.
A riesgo de sacar de contexto las apreciaciones de Coatsworth, se sintetizan algunas de ellas. El ingreso nacional per cápita en México estuvo más cerca del de Gran Bretaña y los Estados Unidos en 1800 que en ningún otro momento posterior. La brecha de productividad entre la economía mexicana y la de los países avanzados del Atlántico Norte nunca fue menor que entonces. Esta brecha respecto de los países industrializados se fue ampliando entre 1800 y el último cuarto del siglo XIX. Si México hubiera mantenido la marcha de su economía al ritmo del desarrollo en los Estados Unidos durante toda la centuria habría llegado a su nivel de ingreso per cápita de 1950 antes de la Revolución de 1910. Si la brecha entre México y los Estados Unidos hubiese sido igual desde 1800 hasta nuestros tiempos, hoy México sería una de las potencias industrializadas del mundo.
En otro orden de cosas, el autor plantea: ¿cuánto habría ganado económicamente México de haberse independizado a fines del siglo XVIII en lugar de 1821? Por otra parte, México habría podido eliminar a principios del siglo XIX uno de los grandes obstáculos para su desarrollo económico: el problema de las dificultades para el transporte, cuestión que la tecnología de los ferrocarriles desarrollada en el decenio de 1830 permitía superar y que "fácilmente habría podido ser importada en la década de 1840".
Los análisis de Coatsworth se corresponden con una concepción histórica y una metodología afín a la corriente cuantitativa de la Nueva Historia Económica norteamericana, proclive a la elaboración de cálculos económicos retrospectivos y al planteamiento de qué hubiera podido suceder en el pasado (frecuentemente lejano) si se hubieran seguido otras alternativas hipotéticas en lugar del proceso tal cual se dio. Las cuestiones sobre el ingreso nacional per cápita y la brecha de México respecto de Estados Unidos y Gran Bretaña se sustentan en estimaciones en dólares de 1950 para 1800, 1845, 1860, 1877, 1895 y 1910. Los cálculos — mediante extrapolaciones— se apoyan tanto en especulaciones de diversos autores como del propio Coatsworth, si bien éste señala que es un esfuerzo que aguarda aportes futuros más precisos. Este y otro tipo de ejercicios cuantitativistas han sido objetados por científicos sociales cuya concepción de la historia difiere notoriamente del cuantitativismo cuando éste sobrepasa ciertas fronteras temporales o prescinde de las especificidades estructurales comparando sociedades de naturaleza distinta. Ya el legendario maestro Marc Bloch, que rescataba las similitudes (y diferencias) de las estructuras feudales subyacentes en sociedades europeas, prevenía sobre el equívoco de pretender llevar el análisis comparativo histórico a medios no afines estructuralmente. Witol Kula censuraba los intentos de uniformar mediante valores monetarios las economías de medios no semejantes. Pierre Vilar calificaba de economía retrospectiva a los análisis cuantitativistas que aplicaban criterios de la economía contemporánea a un pasado en el cual la sociedad aún era eminentemente agrícola (e incluso feudal) en lugar de industrial.
La interpretación del proceso histórico mexicano (y por extensión latinoamericano) subyacente en el tratamiento de los problemas considerados en este apartado difiere de la concepción del connotado historiador Coatsworth. En cierto sentido nuestro planteamiento es inverso, ya que el caso de los Estados Unidos carece de afinidad con el de México y éste, a su vez, es muy similar al del resto de Latinoamérica. Mayor diferencia aun existía en 1800 respecto de Gran Bretaña, que un cuarto de siglo antes protagonizaba la primera Revolución industrial mundial.
La independencia de los Estados Unidos (medio siglo anterior a que la de México) había contado con el apoyo de Francia y, en menor grado, de España (política antibritánica de los borbones). Los levantamientos hispanoamericanos previos a 1810 —aislados dentro de la inmensa vastedad del poderoso imperio colonial español— fueron todos sofocados. El de mayor relevancia fue la sublevación indígena de Tupac Amaru a fines del siglo XVIII que intimidó al sector de los criollos, como sucedería en cierta medida decenios más tarde con el levanta miento popular dirigido por Hidalgo, igualmente derrotado. La simultaneidad de las revoluciones por la independencia hispanoamericanas en 1810 evidencia la existencia de una coyuntura histórica propicia y, por oposición, la carencia de condiciones favorables en los decenios anteriores, lo que contradice la alternativa histórica de una independencia posible a fines del siglo XVIII, como imagina Coatsworth. Aun en 1816 las perspectivas eran muy oscuras para los patriotas latinoamericanos, con excepción del triunfante caso argentino. De allí que sí es válido rescatar el handicap que tuvieron las trece colonias — comparativamente pequeñas— estadunidenses al independizarse a comienzos del último cuarto del siglo XVIII, a la vez que impensable que sucediera algo similar en el imponente imperio hispanoamericano de esos tiempos.
En lo que hace a la brecha de productividad de México respecto de Gran Bretaña y los Estados Unidos, ¿de qué sociedades se habla? Gran Bretaña, al frente de una industrialización galopante, era una sociedad donde hasta la fuerza de trabajo se había convertido en una mercancía. Los Estados Unidos, en un proceso de expansión territorial extraordinario que no tardaría en despojar a México de más de la mitad de su extensión, a todo esto, con una composición social en la sociedad norteamericana absolutamente distinta de la mexicana. México, cuya población en su inmensa mayoría se dedicaba a la actividad agropecuaria, era una sociedad escasamente mercantilizada, con gran porcentaje de indios que conservaban una manera de producir e intercambiar comunitaria (en buena medida trueque). Los "cálculos o aproximaciones" del número de habitantes, con las reservas del caso, para 1810 acusan una población de indios superior a la de blancos en proporción mayor de tres por uno, y la de castas 20% mayor que la de blancos. Si los datos poblacionales inspiran cautela, los de una producción que no pasa por "el mercado", pues se destina grandemente al autoconsumo y al trueque, escapan a la aplicación de criterios económicos propios de una sociedad capitalista hipermercantilizada, cuya racionalidad económica no es transferible a otra sociedad de pautas culturales específicas. Los esfuerzos y enfoques de Coatsworth son respetables y meritorios, pero condicionados por la perspectiva de nuestra interpretación histórica no es posible concebir los problemas económicos de la particular sociedad mexicana de aquella época en términos de ingreso per cápita en dólares de 1950. Ni México ni otros países latinoamericanos figuran hoy entre las mayores potencias industrializadas del mundo; su común proceso histórico tuvo que ver con sus raíces estructurales y con el acentuado condicionamiento externo. Acorde con ello, a ninguno de estos países les fue fácil importar la tecnología de los ferrocarriles en el decenio de 1840, antes bien, y salvo casos alentados por conveniencias económicas puntuales, los "ferrocarriles llegaron tarde" a Latinoamérica, en general a fines del siglo XIX y comienzo del XX, cuando las urgencias económicas externas así lo aconsejaron. La falta de capitales fue una de las tantas carencias compartidas por los países latinoamericanos; desde los inicios de la independencia tuvieron lugar los préstamos foráneos, dando comienzo a la historia larga y agobiante de la deuda externa que hoy hermana a Latinoamérica.
Los orígenes del "atraso" trascienden al siglo XIX, pues tienen raíces estructurales seculares que se hunden en el pasado prehispánico y colonial y condicionan hasta el presente el desenvolvimiento histórico mexicano.
Entre los objetivos compartidos por la generalidad de los países colonizadores predominó explotar los territorios de ultramar mediante la extrema expoliación de la fuerza de trabajo. Cuando existía interés de trabajar áreas carentes o escasas de recursos humanos locales solía apelarse a la incorporación compulsiva de esclavos traídos de otras zonas de ultramar.
La mano de obra local o foránea debía corresponder a culturas de tradición secular del trabajo con capacidad de producir excedentes, aunque su nivel de desarrollo técnico de hecho fuera inferior al de las fuerzas productivas de las metrópolis, lo que implicó enorme deterioro para las poblaciones sometidas a la obligación de adaptarse a los requerimientos de los colonizadores. Si para las culturas americanas desarrolladas el costo de adaptación a las exigencias productivas fue altísimo, en cambio para las comunidades de menor desarrollo (cazadores, pescadores, recolectores) implicó prácticamente su exterminio, ya que se trataba, casi, de un imposible cultural.
En general las áreas que para las demandas internas o externas del