De la Independencia a la Revolución. Guillermo Beato

De la Independencia a la Revolución - Guillermo Beato


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See, con ideas próximas a su compatriota Pirenne, sostuvo la tesis de que a lo largo de la llamada Edad Moderna —y en parte de la contemporánea— había tenido lugar en primer término el capitalismo comercial, posteriormente habría surgido el capitalismo financiero y, por último, el capitalismo industrial, coexistiendo los tres en nuestros días. De éstos, los dos primeros serían los más importantes.

      El libro de Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, además de explicitar las definiciones de feudalismo y capitalismo en tanto modos de producción, planteó el largo proceso de la conformación del capitalismo en Inglaterra desde el seno mismo de la sociedad feudal, al punto que en algún momento histórico de la transición se había dado cierta coexistencia equilibrada de las dos formas de producir. En la resonada polémica que sobrevino —especialmente con otros autores marxistas— Dobb se contrapuso al argumento de la comercialización de la producción feudal como desencadenante esencial del capitalismo.

      Dobb formuló precisiones importantes a posteriori de los debates motivados por su libro, incorporándolas como apéndice (La transición del feudalismo al capitalismo) en ulteriores reediciones. Entre ellas destaca el replanteamiento del viejo concepto de que en el caso "clásico" inglés la vía revolucionaria —en el sentido de su trascendencia transformadora— no fue la que siguió el comerciante que invadió la producción, convirtiendo su capital mercantil en capital industrial, sino que:

      de las propias filas de los productores —campesinos y artesanos— fueron surgiendo algunos grupos más prósperos que:

      a) Entre los campesinos, se enriquecieron explotando mediante una paga a trabajadores pobres o sin tierra y comercializando la producción.

      b) Entre los artesanos, acumularon beneficios colocando en el mercado la producción obtenida con el sistema de trabajo a domicilio organizado por ellos mismos, o sea que pasaron de pequeños productores a prósperos organizadores del trabajo ajeno y a comerciantes.

      Este es un concepto particularmente rico para una interpretación de cómo se constituyó la burguesía capitalista y revolucionaria inglesa. Revolucionaria porque fue producto y productora de la transformación estructural de la sociedad, a la vez que protagonista de las revoluciones políticas burguesas en Inglaterra y que, ya en el poder, en buena medida contribuyó conscientemente a culminar un proceso que desembocaría en la primera Revolución industrial a nivel mundial.

      Soboul distinguía la mencionada "vía revolucionaria" para los casos de las revoluciones inglesa y francesa porque sus respectivas burguesías eran protagonistas de la nueva forma capitalista de producir, mientras que las burguesías vinculadas a actividades especulativas mercantiles y financieras eran conservadoras, no revolucionarias. En cambio en procesos posteriores —más allá de la mitad del siglo XIX— en Prusia y Japón se siguió la "vía del compromiso", el Estado feudal y absolutista impuso desde arriba la transformación de la sociedad en capitalista industrializada, en parte apoyado —según algunas interpretaciones— en sus burguesías conservadoras. Tales esfuerzos de transformación capitalista impulsados por Estados no burgueses obedecían a la urgencia de industrializarse ante el fenómeno contemporáneo del avance tecnológico de la primera potencia mundial —Inglaterra—, con su consiguiente expansión internacional, y a la carrera para lograr el desarrollo industrial que otros países ya habían emprendido y alcanzado o estaban a punto de hacerlo.

      Importa señalar que tanto Prusia como Japón, no obstante sus diferencias, eran seculares y maduras sociedades feudales, y como tales contaban con sus desarrolladas fuerzas productivas dentro de las limitaciones estructurales tradicionales. Si el reto del cambio de las estructuras económicas era formidable, ya que implicaba la disolución y sustitución de las viejas relaciones de producción por nuevas. Por otra parte las diferencias no eran tan abismales como hipotéticamente podrían serlo en otras sociedades de desarrollo más precario, como las latinoamericanas del contemporáneo siglo XIX. Uno de los interrogantes que suele plantearse es: ¿por qué Prusia y Japón — que se encontraban rezagados respecto del proceso de industrialización, no sólo de Gran Bretaña sino también de Bélgica o Francia— pudieron lograr transformarse en potencias altamente industrializadas y, en cambio, México no pudo hacerlo?

      Sin pretender necesariamente parangonar el caso mexicano con el europeo o el japonés, a propósito de la "vía revolucionaria" o la "vía del compromiso", se adelantará que la burguesía capitalista en México no surgió de las filas de pequeños productores campesinos y artesanos prósperos, transitando hacia una condición social enriquecida, sino que en general provino de la clase dominante heterogénea ya constituida y, en particular, de comerciantes y especuladores financieros, aunque también de otros sectores de esta clase. La temprana industria textil-fabril —años treinta del siglo XIX— de grande pero no absoluta importancia en la conformación de grupos sociales burgueses capitalistas regionales, no fue producto de una paulatina transformación de la industria textil artesanal en industria fabril. No se dio un general perfeccionamiento endógeno técnico ni de los productores artesanos ni de los instrumentos para producir, esto es, no hubo al interior un proceso de desarrollo propiamente dicho del nivel de la fuerza de trabajo y de los medios de producción o — en otros términos— no tuvo lugar un incremento del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Se importaron técnicos y máquinas, mientras la industria artesanal continuó sobreviviendo como pudo. Al no realizarse el proceso interno referido, no existió tampoco el efecto revulsivo de dicha transformación en el seno de la sociedad. No se creó la capacidad de producir conocimiento científico y técnico más avanzado ni medios de producción adelantados o personal técnico idóneo.

      También entre historiadores de América se desarrollaron discusiones a propósito de la existencia del feudalismo, del capitalismo o de procesos autónomos en Latinoamérica, llegando a sostener algunos que ya desde el siglo XVI la sociedad colonial era capitalista. Algunas de estas últimas posiciones fueron criticadas porque la condición de capitalista no surgía del análisis de los fenómenos productivos sino de los de la circulación; alegaban que se confundía economía mercantil con capitalismo; objetaban que la acumulación de capitales mediante la explotación de los productores directos —sin definición de relaciones capitalistas— y la comercialización de excedentes, en sí mismas, no eran índices de la existencia del modo de producción capitalista.

      Marcello Carmagnani por su parte afirma que las sociedades latinoamericanas permanecieron feudales incluso hasta el advenimiento del siglo XX. No define qué entiende por feudal, no precisa a la servidumbre (tributación en dinero, especie o trabajo) como relación social fundamental del feudalismo, aunque sí señala la existencia de la compulsión (coacción extraeconómica) sobre los productores, pero la coacción no es un rasgo privativo de las relaciones feudales. Se le puede objetar que en la mita o el coatecju.il existe coacción, pero esas formas de trabajo forzado implican el pago (con frecuencia bastardeado) al trabajador, y consecuentemente no es un tributo —a diferencia de la encomienda—, por lo que la calificación de feudal no es correcta.

      El autor mencionado, por otra parte, afirma que para el siglo XIX no hay "fundamento histórico concreto" que haga suponer la existencia de una burguesía en formación. Desde nuestra perspectiva no se puede olvidar que para 1877 existía en México un centenar de fábricas textiles de propiedad privada, distribuidas en numerosas regiones del país, con maquinaria importada relativamente moderna cuya fuerza de trabajo percibía un salario a cambio del tiempo laborado. Estas fábricas fueron, entre otras, bases para la formación de burguesías capitalistas regionales que formaban parte de una clase dominante heterogénea en un medio donde coexistían distintos modos de producir.


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