El jardín de la codicia. José Manuel Aspas
EL JARDÍN
DE LA CODICIA
JOSÉ MANUEL ASPAS
EL JARDÍN
DE LA CODICIA
JOSÉ MANUEL ASPAS
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© Del texto: José Manuel Aspas
© De la foto de portada: Thinkstockphoto.com
© De esta edición: Editorial Sargantana 2016
Email: [email protected]
Primera edición: Septiembre 2016
Segunda edición: Diciembre 2016
Impreso en España
Los papeles que usamos son ecológicos, libres de cloro y proceden de bosques gestionados de manera eficiente
ISBN: 978-84-16900-02-2
Depósito legal: V-2056-2016
Dedicado a la memoria de José Balbastre Royo, una persona extraordinaria, que dio su vida el 11 de octubre del 2005, junto a la de un joven, intentando salvar otra. Mi amigo, cuyo recuerdo tendré siempre presente.
También manifestar la colaboración en esta obra de una maravillosa mujer, Maria Jesús Hernández Sanz, con la que tengo la inmensa fortuna de compartir todos los días de mi vida.
Índice
CAPÍTULO I
Era el tercer café que el policía local encargado de la recepción de llamadas en la centralita tomaba esta mañana; «demasiados cafés», se decía a sí mismo y sólo eran las siete y diez.
Sonó el teléfono, lo dejó sonar dos veces y descolgó.
—Policía local, ¿dígame?
—Creo que hay una mujer muerta —la voz evidenciaba el estado de agitación en que se encontraba la persona, al otro extremo del teléfono—. Creo que está muerta, estoy seguro de…
—Tranquilo —le interrumpió el policía. Se trataba de un agente con experiencia. No todos los días se recibe una llamada de estas características, pero cuando ocurre, es de vital importancia la recepción, él lo sabía. Dejó el vaso en la mesa y se concentró en la llamada—. Escúcheme atentamente. Dígame su nombre.
—Esteban Martín, soy conductor de Focsa. Está detrás de los contenedores.
—Dígame concretamente dónde se encuentra.
—En la parte trasera del cementerio. Junto a la puerta hay unos contenedores, iba a vaciarlos cuando la he visto.
—¿Se refiere concretamente a la pared que tiene enfrente una parada de metro?
—Sí, la estación de San Isidro.
—¿Es la puerta que se ve desde la estación?
—Sí.
—De acuerdo. ¿Tiene el camión en marcha?
—Sí.
—Esteban, pare el motor, baje del camión y no se acerque a la persona. Tampoco permita que nadie se aproxime. Llegamos inmediatamente.
En escasos minutos hicieron acto de presencia dos vehículos policiales; uno paró delante del camión, el otro detrás. Bajaron los cuatro agentes. En el camino que circunda la parte trasera del cementerio, a excepción del camión de recogida de residuos y su conductor, que se encontraba junto a la cabina, no había nadie en las inmediaciones.
Uno de los agentes se aproximó al conductor.
—¿Nos ha llamado usted? —le preguntó el policía.
—Sí. La joven esta allí —dijo señalando el lugar. El camino asfaltado terminaba a unos quince metros; a continuación, unos árboles y vegetación cubrían todo el espacio hasta el terraplén, por encima del cual pasa el tren.
El agente que preguntó se quedó junto al conductor; los otros tres se dirigieron al lugar que señalaba el chófer. Justo donde se terminaba el camino asfaltado se pararon. Frente a ellos, a unos ocho metros aproximadamente, donde empezaba la maleza, se encontraba el cuerpo. Los separaba un tramo de tierra
—No piséis la tierra.
El agente más veterano miraba con atención los detalles. Era consciente que asumía la responsabilidad del equipo, por ser los dos agentes que le acompañaban más jóvenes e inexpertos. Ellos eran conscientes y le miraban esperando instrucciones; eso le ponía nervioso, no tenía que precipitarse y en este caso, por lo que se apreciaba desde esa distancia, la urgencia no era lo principal.
A continuación pisó la tierra y retiró el pie. La marca de su pisada se veía con claridad. Miró el resto del terreno hasta donde se encontraba la joven y no observó ningún tipo de marca. Separando la zancada lo máximo posible, se dirigió a la joven; no tenía ninguna duda de que estaba muerta, pero debía cerciorarse. Se situó junto al cuerpo, a su izquierda. Se encontraba ladeado sobre su hombro derecho, con los brazos extendidos junto al cuerpo y las piernas flexionadas hacia atrás. Parecía haber estado rezando antes de desplomarse. Tenía la cara totalmente oscurecida por la sangre, ahora seca, y una mancha sobre la tierra junto a su rostro, de color parduzco.
Se agachó junto al cuerpo y apoyó los dedos índice y corazón en el lateral izquierdo del cuello, como había practicado en los cursos de primeros auxilios. El contacto de sus dedos con el cuello de la joven le produjo un escalofrío, la piel estaba fría. Intentó no centrar su mirada en el rostro de la joven, pero fue imposible. El cadáver le mostraba el lado izquierdo del rostro y mientras Roca intentaba encontrar el pulso, observó los daños en esa parte de la cabeza. Se trataba de una mujer joven, morena, con melenita, posiblemente