El jardín de la codicia. José Manuel Aspas
relación con el tema de la droga? —preguntó Vicente.
—Creemos que sí. Posiblemente sea un encargo de quien suministraba el material. Se enteraron que robaba y lo enviaron.
—Puede ser. Es un matón de poca monta.
—Pues es probable que pase una temporada entre rejas
—¿Habéis intentado negociar a cambio de los nombres de los cabecillas?
—Pues claro. Pero tiene miedo, no ha dicho absolutamente nada. Quien le contrató tiene mucho poder de persuasión. ¿Cómo va vuestra otra investigación sobre la joven?
—De momento bien. Déjanos un par de días y te decimos algo.
—¿Algún sospechoso?
—Tenía un misterioso novio del que nadie sabe nada, pero estamos en ello.
—Vale. —El Comisario se despidió y salió.
—¿Tienes claro que el responsable de la muerte de la joven, es el misterioso hombre de las llamaditas? —le preguntó Arturo a Vicente.
—Sí, aparentemente sí.
A llegar la mañana siguiente al trabajo, los inspectores encontraron encima de la mesa de Vicente la relación de todas las llamadas de los siete meses anteriores correspondiente al número de teléfono de Mónica. Una nota al inicio de la relación indicaba el tiempo que dicho teléfono estuvo activado.
—Hay que obtener los números de teléfono de las compañeras de piso y de trabajo. De esa forma descartaremos teléfonos del listado —dijo Vicente.
—Por lo que veo, ni enviaba ni recibía muchas llamadas. Se repiten mucho unos números determinados —comentó Arturo con el listado en la mano.
Llamaron a la casa donde residía Mónica. Localizaron a Sonia quien les proporcionó su número y el de María Pacheco. Les comentó que ellas solo tenían otro teléfono que se relacionase con Mónica, el de su trabajo. A continuación, llamaron donde había trabajado y el encargado les suministró los números de compañeros que podían tener relación con Mónica. Ciertamente, la relación de llamadas al teléfono de Mónica era relativamente corta para una joven que se supone que se relaciona con amigos. Fueron marcando los números que tenían localizados. Al finalizar, la lista se había reducido considerablemente. Quedaron siete por identificar. Se los repartieron y se dispusieron a llamar. Tras unos minutos, Arturo tenía identificados sus tres. Le contestaron de una peluquería donde Mónica era clienta habitual, de unos cines y de un centro de belleza. De los dos últimos solo había llamadas realizadas y concretamente del tercero, únicamente se realizó una llamada.
De los cuatro que llamara Vicente, el primero pertenecía a una joven que coincidió como compañera de trabajo con Mónica, pero que se despidió al mes de entrar esta. La joven al otro lado de la línea le comunicó que no había mantenido ninguna otra relación después de dejar el trabajo. El otro teléfono pertenecía a una tienda de ropa. Mónica llamó dos veces. Con el tercero no tuvo suerte, llamó varias veces pero respondía el contestador. Del cuarto número únicamente se reflejaba una llamada. La realizó Mónica y constaba una duración de siete segundos. La llamada la realizó hacia algo más de un mes.
—De acuerdo —puntualizó Arturo.
—De las que he realizado yo. La única importante e interesante, tanto por la fecha y hora, es la última. Fue una llamada breve. En este momento ese número indica que está apagado o fuera de cobertura.
—¿Crees que se trata del hombre misterioso?
—Es el hombre misterioso, no hay duda sobre ello. ¿Recuerdas que las compañeras de piso dijeron que Mónica recibió una llamada de teléfono, sin duda del galán, la noche que falleció sobre las once?
—Sí, lo recuerdo.
—Pues aquí tenemos la llamada de esa noche. Desde este número al de Mónica, a las veintidós cincuenta y siete, duración de treinta y dos segundos. Además, en la relación este número se repite de forma continua. Fíjate en las fechas. Varias llamadas al mes. En casi todos los casos, la llamada se realiza desde ese móvil al de la chica. Las pocas veces que llamó Mónica a este número, el tiempo de la llamada es el mismo prácticamente.
—¿Siempre le decía lo mismo? —pregunto Arturo.
—No, la duración de la llamada es muy corta. Le saltaba el contestador y ella dejaba siempre el mismo mensaje. Fíjate que las pocas veces que ha llamado ella, en el mismo día él le ha devuelto la llamada.
—¿Has llamado a ese cuarto número? —preguntó Arturo.
—Claro, varias veces, pero no contestan.
Llamaron a la central, dieron los dos números para identificar a sus propietarios. Tras unos minutos les devolvieron la llamada. Los dos pertenecían a teléfonos de prepago. Uno de ellos, el que se encontraba fuera de cobertura estaba a nombre de un hombre. Tras mirar en el listado de compañeros de trabajo, vieron que no pertenecía a ninguno. El cuarto número, el sospechoso, pertenecía a otro hombre.
—Ya tenemos a ese tío —dijo Arturo.
—Efectivamente —respondió Vicente. Tras una hora de trabajo, tenían todos los datos del propietario de ese móvil.
El único problema que se apreciaba a simple vista de los datos del propietario es que no casaban en absoluto con el perfil de quienes imaginaban. Se trataba de un taxista de sesenta y dos años. Entre la documentación, aparecía un número de teléfono. Llamaron y les contestó el taxista. Tras una breve conversación, quedaron en que se personaría esa misma tarde en las dependencias policiales. Los dos inspectores dudaban mucho de que se tratara del misterioso novio de Mónica.
Se pusieron las chaquetas y se fueron.
En el laboratorio de la policía científica, Gregorio les recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Tras saludarse:
—Muy contento te veo, Gregorio —le dijo Vicente.
—Hemos tenido suerte.
Accedieron a una sala anexa al propio laboratorio. A través de unos grandes ventanales de cristal, se observaba parte del propio laboratorio. La habitación sólo disponía de un gran mostrador de aluminio y varias banquetas altas. Sobre el mostrador había diferentes recipientes de cristal y varias carpetas. Cogió una de las carpetas, y sin abrirla empezó a hablar.
—Sabéis que la tierra del escenario del crimen fue alterada. Se alisó posiblemente con el pie, de forma que se borraron sus propias huellas y las de los neumáticos.
—Sí, se veía a simple vista —respondió Arturo mientras Vicente se encontraba con la mirada perdida, abstraído.
—Está claro que pretendía borrar sus propias huellas —puntualizó Vicente.
—Espera. En la tierra que rodeaba el cadáver recogimos poca cosa: un par de colillas, unos hilos y poco más. Todo ello, al ser analizado se descartó. Los resultados nos indican que llevaban días en el lugar. La inspección del propio cadáver nos indica, como os habrá comentado el forense, que no hay indicios de lucha ni de una mínima resistencia. Sus uñas están limpias. Encontramos sobre la joven varios pelos. Se recogieron y los resultados nos muestran que eran de ella, a excepción de dos. Estos nos señalan exclusivamente que se trata de la misma persona y que lleva el pelo muy corto. Pero su ADN no consta en nuestra base de datos.
—¿Y lo del piloto?
—El escenario era muy revelador, todos tenéis claro cómo sucedieron los hechos. Se preocupó de borrar las huellas del vehículo sobre la arena, pero no miro en la maleza porque los neumáticos no la pisaron. Pero la parte trasera del coche sí. Fue un golpe muy suave, no debió darse cuenta, pero se golpeó con el tocón.
Continuó enseñando una serie de fotos a los inspectores en las que se observaba una reconstrucción de la maniobra que realizó.
—Y ahora, lo mejor.
—Sorpréndenos