Ciudad y Resilencia. Отсутствует
Los códigos se eliminan de los teléfonos después de catorce días, el periodo máximo de incubación del virus. Si ninguna de las dos personas da positivo dos semanas después del encuentro, es imposible que haya habido contagio. Si una persona da positivo, puede elegir publicar en un servidor sus códigos aleatorios (sin ninguna información personal) y eso avisa a los teléfonos de las personas con las que haya estado a menos de dos metros. Así, puedes saber que has estado cerca de un positivo por coronavirus y tomar las medidas adecuadas.
En España, el gobierno encomendó a la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial (SGAD) una aplicación de seguimiento de proximidad que se probaría de forma piloto en Canarias.
SOLUCIONISMO TECNOLÓGICO
Una tentación en la era digital es la de querer arreglarlo todo, desde el crimen y la corrupción hasta la polución o la obesidad, por medio de estrategias digitales de cuantificación y sus respectivas apps o aplicaciones móviles. Es la panacea del solucionismo tecnológico: la creencia de que para cada problema hay una respuesta, más que política, esencialmente tecnológica.
La periodista canadiense Naomi Klein ha alarmado sobre las «soluciones» para los ámbitos de la sanidad o la educación ofrecidas por las corporaciones tecnológicas. Analizando el nuevo cometido de Eric Schmidt, antiguo CEO de Google que encabeza ahora una comisión para «reimaginar la realidad poscovid» en el estado de Nueva York, Klein advierte de un posible futuro dominado por la asociación de los Estados con los gigantes tecnológicos. La autora caracteriza esta amenaza como una doctrina del shock pandémico, a la que denomina como el Nuevo Pacto de las Pantallas (Screen New Deal). Rastreo de datos, comercio sin efectivo, telesalud, escuela virtual, gimnasios y cárceles son parte de una serie de propuestas para un mañana «sin contactos». En el contexto desgarrador del contaje de muertos por coronavirus, las corporaciones estarían vendiendo, según Klein, la dudosa promesa de que sus tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras vidas contra esta y las próximas pandemias por venir.
Porque las soluciones tecnológicas a menudo hacen tanto daño como bien, por ejemplo, al aumentar la discriminación racial, la exclusión social, la ausencia de responsabilidad y la falta de avances reales ante los problemas que supuestamente abordan.
La matemática y experta en datos Cathy O’Neil, una voz autorizada en el estudio de cómo los algoritmos aumentan las desigualdades, ha llamado la atención sobre uno de los problemas de la tecnología digital de seguimiento de contactos: depender del bluetooth, una tecnología que solo tienen los smartphones. O’Neil apunta que quienes no tengan móviles, como los presos, la gente mayor o los sin techo, serán invisibles para el sistema. Quienes no tengan un incentivo para usar la aplicación, como los inmigrantes irregulares, amenazados de deportación, y los que no puedan permitirse quedarse en casa sin trabajar, no lo harán. Y estos colectivos coinciden casi a la perfección con la población que corre mayor riesgo de infección. Para O’Neil, las aplicaciones para seguimiento de la proximidad no funcionarán si los más vulnerables quedan fuera de su campo de acción.
Otro problema del sistema digital de seguimiento de proximidad basado en el DP-3T es que, si bien protege la privacidad, puede ser fácilmente «troleado», pudiendo crear alarma social injustificada en manos de intereses espurios. La tecnología es además especialmente proclive a la creación de falsos positivos como, por ejemplo, cuando dos personas estén separadas por una mampara.
Adicionalmente está la consideración de que la tecnología en un sentido general no existe de manera aislada del entorno en el que se desarrolla y se implanta. En ese sentido, las soluciones de seguimiento de proximidad que se han aplicado en los países asiáticos no tienen que ver solo con el procedimiento técnico en sí, sino con el grado de penetración de la tecnología, con las particularidades de sus sistemas de gobierno, con la disposición a asumir los costes en términos de privacidad, con la legislación y con la cultura del país en un sentido amplio.
PANDEMIA Y TECNOPOLÍTICA: DATOS PERSONALES, SALUD PÚBLICA Y VIGILANCIA
La tecnopolítica es un concepto en auge que pone la atención en el papel de las tecnologías, las infraestructuras y los sistemas tecnocientíficos en la construcción de las relaciones de poder, económicas y sociales. Esta perspectiva señala la relevancia de las tecnologías digitales en la configuración de la vida contemporánea en todos sus ámbitos. Incide en sentido contrario a la percepción más o menos generalizada de su carácter esencialmente técnico, ajeno a las cuestiones políticas en su concepción más convencional.
El proceso de digitalización que se ha acelerado con motivo de la pandemia ha convertido el mundo de 2020 en un laboratorio tecnopolítico en lo relativo a cómo se utilizan y se van a utilizar nuestros datos personales. Sobre el tablero, dos perspectivas opuestas en conflicto: por una parte, los gobiernos necesitan suficiente información para gestionar la epidemia; por otra, los ciudadanos quieren mantener la privacidad de informaciones personales tan críticas como los datos médicos y de localización.
El uso masivo de estos datos para la gestión de la salud pública podría verse como algo positivo. ¿Quién no quiere reducir el potencial de exposición? La cantidad de datos producidos desde los albores de la humanidad hasta 2003 se genera hoy en unos minutos. Además, los modelos computacionales avanzados, como los basados en el machine learning, han demostrado un gran potencial para rastrear la fuente o predecir la futura propagación de enfermedades infecciosas. Por lo tanto, parece imperativo aprovechar el big data y el análisis inteligente y darles un uso adecuado para la gestión de la salud pública.
Pero a medida que se expande la dependencia de tecnologías potencialmente invasivas, debemos prestar atención a las medidas que se están implementando «para nuestro beneficio» ahora, las tecnologías que se están desarrollando y desplegando y las otras funciones que han cumplido o podrían cumplir, y qué sucede con estas funcionalidades una vez que esta crisis haya terminado.
Para el «ciudadano cero» Edward Snowden, si bien los gobiernos pueden tener buenas intenciones cuando diseñan estas tecnologías de control, lo que están construyendo son unas «arquitecturas de la opresión». Snowden, antiguo analista de inteligencia de la National Security Agency (NSA) exiliado en Rusia, se pregunta si realmente creemos que cuando la primera ola, la segunda ola, la decimosexta ola del coronavirus sean un recuerdo olvidado hace mucho tiempo… estas capacidades de vigilancia no se mantendrán. O que estos conjuntos de datos no se guardarán. Entre las implicaciones a largo plazo, señala Snowden, está la preocupación de que una vez que la pandemia esté controlada, los gobiernos se muestren reacios a dejar de emplear estos nuevos poderes de vigilancia.
Adicionalmente, según las tesis de Shoshana Zuboff presentadas en su libro The Age of Surveillance Capitalism, la extracción y explotación de los datos se ha convertido en el modelo de negocio de las corporaciones de internet, en un nuevo mecanismo de acumulación de capital. Más allá de la pérdida de privacidad, la autora ve el peligro de la destrucción de la democracia por la inducción de la modificación de los comportamientos. Zuboff cita a un exgerente de productos de Facebook que señaló que el «propósito fundamental» de los analistas de datos es influir y alterar el estado de ánimo y el comportamiento de las personas. Recordemos Cambridge Analytica.
En ese sentido, una de las amenazas del mundo poscovid es que la gente pueda ser clasificada a partir de sus datos médicos, que se implementen pasaportes biomédicos o de inmunidad. Y que se implementen nuevos sistemas de discriminación en relación con la movilidad, con los seguros médicos, con el acceso al trabajo o con los servicios.
Mucho antes de que estallara la pandemia, las luchas en torno a la vigilancia, desde el uso de software de reconocimiento facial hasta algoritmos de vigilancia predictivos, ya estaban desplegándose. Varias ciudades de todo el mundo han prohibido el reconocimiento facial, entendiendo que esta tecnología viola las leyes de privacidad, tiene fallas tecnológicas y está programada con prejuicios raciales, de género y otras formas de discriminación. En la Unión Europea, los movimientos por la privacidad habían conseguido que se aprobara el Reglamento General de Protección de Datos. Pero en otros lugares, el uso del reconocimiento facial y la inteligencia artificial se está generalizando para monitorear y controlar la disidencia.