Modernidades, legitimidad y sentido en América Latina. Indagaciones sobre la obra de Gustavo Ortiz. Oscar Pacheco

Modernidades, legitimidad y sentido en América Latina. Indagaciones sobre la obra de Gustavo Ortiz - Oscar Pacheco


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su tendencia era peronista, tercermundista y dependentista. (22) Su órgano de difusión fue la Revista Antropología del Tercer Mundo. Entre sus referentes se encontraban Gonzalo Cárdenas, Justino O’Farrell, Roberto Carri, Pablo Franco, Alcira Argumedo, Guillermo Gutiérrez y Horacio González entre otros. Aparecen citados además pensadores nacionales, a saber: José Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos, Milcíades Peña y José María Rosa. El enfrentamiento intelectual, ya estudiado por Cerutti, entre peronismo y marxismo está presente en la conceptualización y estilo de Ortiz.

      Una exigencia: la “autoconciencia del pueblo” necesita de mediaciones que la expliciten. Estas mediaciones son los múltiples contenidos y formas por las cuales los pueblos “realizan, conciben o interpretan la trama de relaciones mutuas que los vinculan” (Ortiz, 1972: 33) y las ideologías vehiculan dichos contenidos. De lo dicho podríamos interpretar que las ideologías formatean los contenidos de las mediaciones con que los pueblos se autoconciben. De allí las “desviaciones” y las disputas por la interpretación “verdadera”, por quiénes interpretan y con qué metodología la llevan a cabo.

      Por esta razón Ortiz distingue dos ideologías en las que se pone en juego la interpretación de la propia historia:

      i) La mediación proveniente del “imperialismo capitalista liberal” en la que gravitan el desarrollismo tecnócrata, el populismo reformista y el militarismo. El liberalismo no es más que un “reflejo residual y raquítico de la evolución liberal europea” (Ibíd., 35). Tuvo presencia en la oligarquía terrateniente. Su espíritu penetra de forma “impersonal”, cautiva a la clase media y su paternalismo gana la adhesión de la “peonada”. “Domina la ‘Sociedad Rural’”. Aseguran el puritanismo racial educando a sus hijos en colegios aristocráticos. Escribió su propia historia como si fuera la historia nacional “idealizando la oligarquía agrícola-ganadera”, “la oligarquía argentina es pues, contradictoria: “progresista” y profundamente conservadora, acepta el cambio solo para poder conservar”, incluso ha creado su propia ética, produce sus propios héroes, “desfigura los caudillos populares”. Para Ortiz la historiografía liberal y el liberalismo argentino ya están quebrados (en 1972):

      los primeros síntomas de su decadencia se percibieron en el gobierno de Irigoyen, se agudizaron durante la época peronista, parecieron superados después del 55. Desde entonces, la agresividad y la virulencia solo son los últimos estertores de una lenta agonía (Ortiz, 1972: 38).

      Además de esta expresión, se encuentra el “nacionalismo burgués” cuyo único aporte a la formación de la conciencia nacional fueron sus estudios de historia, desmitificando a las oligarquías. El nacionalismo de derecha, dirá Ortiz, confundirá a Marx con la izquierda argentina. Por todo ello tampoco caló hondo en “el pueblo”: “Si bien ha contribuido a desenmascarar la historia y los mitos de la clase ganadera, el nacionalismo argentino se reúne con el liberalismo y las izquierdas al ignorar al pueblo” (Ortiz, 1972: 39).

      ii) La ideología marxista. Aquí Ortiz analiza genéticamente el proceso de dicha tradición en el que no faltan las referencias al unipersonalismo de Stalin y la cuestión de la “contradicción fundamental” en Mao Tse Tung. Las críticas al pensamiento marxista se dirigen a su imposibilidad para asumir el punto de vista de los países coloniales, su economicismo, la ambigüedad de la tensión entre naturaleza e historia, la no distinción entre religión y fe y la deficiente herencia racionalista hegeliana. Todo ello influye de modo negativo en los intelectuales marxistas latinoamericanos. Ortiz arremeterá una crítica sin concesiones a los marxismos latinoamericanos con argumentos nacional-populares:

      con frecuencia, el marxismo latinoamericano hace la revolución “en la cabeza”, retrotrayéndose al más barato idealismo. Y es entonces cuando el marxismo se convierte en ideología encubridora. Mucho más si los presuntos marxistas no han leído a Marx sino a los comunistas soviéticos… (Ortiz, 1972: 42).

      Por esta razón las izquierdas terminan coincidiendo con el liberalismo y el nacionalismo burgués, “se asocian en el mismo desprecio por lo popular”. El anti-intelectualismo popular y por qué no basista, se inmiscuye cuando afirma:

      pero el socialismo olvidó que una política revolucionaria es tal si se asienta en el “proletariado” como eje fundamental. Pretender vertebrar el proceso revolucionario en la lucidez y clarividencia de los pequeños grupos que han devorado las obras de Marx, es ignorar que el único sujeto de la revolución es el pueblo… La revolución no se hace “en las cabezas”; la revolución la hacen las concretas fuerzas populares. Lo demás es paternalismo político, alienación ideológica, desubicación histórica (Ortiz, 1972: 43).

      Haciendo uso de los aportes de Hernández Arregui agrega:

      tanto el partido socialista como el Partido Comunista jamás lograron penetrar en el pueblo. Sí en la pequeña burguesía, en la clase media, en los universitarios y en los intelectuales “esclarecidos”. Mezcla “chaguada” de marxismo y liberalismo, la “izquierda” argentina “ama a la humanidad en los libros, pero rechaza en la intimidad de su conciencia al obrero sufriente, que es la sustancia de esa humanidad”, (23) la pulpa de la historia dilacerada por el foco divergente de las ideologías… Pero el pueblo posee un instinto, un olfato. Conoce a los que lo interpretan; acepta a quienes legitiman su liderazgo en las fábricas y en las calles. Y hay que convencerse: solo cuando el intelectual y el dirigente político se despojen de sus condicionamientos de clase, pasando por el duro aprendizaje de la lucha popular, podrán iluminar y orientar el proceso revolucionario (Ortiz, 1972: 43) (las cursivas son nuestras).

      El olfato del pueblo se opone a los críticos letrados, que siempre son pocos porque su higiene intelectual es radical. El sentir le gana al pensar. Para Ortiz, la verdadera interpretación de la historia del pueblo exige una conversión. Suponemos que su visión está embadurnada con una teología de la historia de cuño cristiano. El condicionamiento de clase es el pecado original que se supera en la praxis, ahora llamada lucha popular. El intelectual y el político se redimen en esa lucha histórica.

      La formación de la conciencia nacional supone incorporar estudios históricos. Y la historia es el primer interés que tienen los pueblos cuando quieren liberarse. (24) Pareciera que la disputa por el origen es condición de posibilidad para la liberación. En la lucha “se gesta la conciencia nacional”. Para Ortiz los aportes de FORJA, luego retomados por el peronismo, son saltos cualitativos en dicha conciencia: “Dudamos que Europa y sus pensadores puedan alumbrar semejante instrumental de análisis” (Ortiz, 1972: 45). Se deduce que toda interpretación revolucionaria lo será si logra interpretar la conciencia del pueblo en el seno del pueblo mismo:

      cualquier intento de comprensión histórica solo es posible a partir de ese “lugar originario”: el movimiento y la praxis del pueblo. La tarea consiste en auscultar dónde está el pueblo, cómo se mueve, cómo actúa y en su acción, se autoproyecta… Por rechazar o ignorar lo antes dicho, la historiografía liberal enmascaró la historia del país; la literatura de izquierda se diluyó en teorizaciones abstractas; el nacionalismo católico se aproximó parcialmente en un esfuerzo revisionista, pero sin captar el núcleo, que es el pueblo (Ortiz, 1972: 47).

      Ni el liberalismo ni el marxismo parecen interpretar al pueblo “desde el pueblo mismo”. Para Ortiz, ¿lo será el peronismo y su revisionismo histórico? Por las fuentes utilizadas la respuesta parece ser afirmativa aunque no lo expresa taxativamente.

      2.2. b. Hermenéutica histórica revisionista

      Luego de estas consideraciones Ortiz pone manos a la obra. Ahora viene la reconstrucción histórica que parte del lugar ocupado por España en el proceso de transformación que supone el paso del feudalismo al “orden burgués capitalista”. Pasa revista al descubrimiento, la decadencia de España, la revolución cultural del Renacimiento y la imposibilidad de España de desplegar con decisión un capitalismo industrial. Sin embargo, todo ello es comprender la historia latinoamericana solo desde “una perspectiva europea” (Ortiz, 1972: 56). Habrá que dilucidar cuál fue la “contradicción principal en los países dependientes”. Se criticará la interpretación del etapismo marxista que afirma la necesidad de contar con un proletariado fuerte –inexistente en las colonias periféricas–


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