Modernidades, legitimidad y sentido en América Latina. Indagaciones sobre la obra de Gustavo Ortiz. Oscar Pacheco

Modernidades, legitimidad y sentido en América Latina. Indagaciones sobre la obra de Gustavo Ortiz - Oscar Pacheco


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de pronto nos damos cuenta que es precisamente poseyéndolas cuando “no somos”. Somos “Europa” y en una suerte de enajenación total, vivimos una existencia ‘extrañada’. Creyendo conocernos, nos ignoramos, nos perdemos como “conciencia veraz”.

      La cultura y la filosofía en América Latina han sido, en muchas ocasiones, esta imagen ilusoria, esta representación mistificada de la realidad. Se han construido como pensamiento imitado, como una transferencia superficial y episódica de ideas y principios, de contenidos teóricos motivados por los proyectos existenciales de otros hombres, por actitudes ante el mundo que no pueden repetirse o compartirse en razón de diferencias históricas abismales.

      Un pensamiento auténtico tiene que operar como herramienta crítica, buscando desenmascarar las ideologías que encubren nuestra historia. Sería algo así como un autoanálisis de nuestra conciencia colectiva. Pero simultáneamente a esta tarea “destructiva”, es imprescindible descubrir los grupos humanos y los movimientos populares que permanentemente en forma activa o pasiva, resistieron la alienación cultural. Y en la práctica histórica, crearon una cultura que los expresara.

      Esta es la responsabilidad del intelectual latinoamericano. Por lo tanto, la responsabilidad del filósofo: desmontar, desentrañar los valores y contenidos de nuestra cultura desde el proceso histórico real, donde juegan un papel fundamental los elementos económico-políticos. Pero no es solo una tarea hermenéutica, de interpretación. El pensar auténticamente latinoamericano será verdadero si es sub-versivo, revolucionario, si contribuye a gestar un proyecto liberador (Ortiz, 1972: 98-100).

      Citando a Salazar Bondy, (28) Ortiz entiende la función de la filosofía como aquel saber que esclarece la conciencia y abre la posibilidad de pensar nuevos horizontes históricos. Subyacen aquí las metáforas de una filosofía como guía, elucidadora del futuro, cuasi profética y con fuerte lenguaje clínico, interpretación criticada por Cerutti. (29) Sin embargo, Ortiz señala que el verdadero filosofar latinoamericano es un filosofar “para” la liberación, es decir, “si contribuye a gestar un proyecto liberador”. No se problematiza aquí si esta filosofía es “de” o “para” la liberación” ni tampoco se señala cómo se gestará dicho proceso. Pero es claro que el trabajo del intelectual reside en operar sobre la conciencia social de los pueblos, develando aquellos contenidos que impiden desplegar su potencialidad. ¿Voluntarismo?, ¿optimismo histórico ingenuo?, ¿qué pasó luego con este modo de entender el trabajo intelectual, la producción de teoría y la tensión entre epistemología y política?, ¿qué tuvo que haber pasado para alejarse de aquellas pretéritas convicciones? Porque en este texto el discurso lleva el peso de las convicciones; no son las “presunciones” a las que Ortiz acostumbra a expresar en sus textos posteriores. De ahora en más, el lenguaje y estilo provocador, la convicción sobre la necesidad de des-europeizar el pensamiento, la impronta subversiva del pensamiento, la necesidad de explicitar el proceso de dependencia, serán huecos significativos en la nueva “argamasa” categorial. Algo pasó. Leyendo sus últimos textos desde este primer texto, parece que el derrumbe fue total, y de los escombros hubo poco para recuperar y re-utilizar. Quedó solo la geografía, el terreno, quedó solo América Latina, con sus mismas imperfecciones de antaño y quedaron también las preguntas; no ya los diagnósticos. Ahora contaría con otros materiales conceptuales y epistemológicos con los cuales volver a construir un hogar más seguro, ¿más tranquilo?,… quizá.

      La segunda parte de su trabajo culmina con referencias a las expresiones de la dependencia cultural: el predominio político de Estados Unidos luego de la primera guerra mundial, la escolástica española, el romanticismo, el positivismo que coincidirá con la “irrupción del capitalismo financiero”.

      Señala también el desprecio por lo criollo, aunque lo indio no parece tener el mismo lugar analítico en su lectura de la historia, cercana al revisionismo de José María Rosa y Jorge Abelardo Ramos. Parece que hay que “volver al pueblo” porque hay algo allí incontaminado. En ese pueblo de Ortiz la lucha de clases está supeditada al análisis de la dependencia. A diferencia de las minorías, el alma del pueblo permanece incontaminada:

      en el pueblo pues, el europeísmo cultural encuentra su refutación. La cultura popular no está en Europa; tampoco la historia. Está en las masas nativas. Y si Europa o los Estados Unidos han conseguido asentar su dominación política y económica y también cultural sobre las minorías ilustradas, no han podido penetrar en el alma del pueblo latinoamericano, en el subsuelo histórico…Ese pueblo analfabeto, pero de cultura europea, permanece incontaminado. Y por eso, es libre en su pobreza, no sometido ni alienado; sabio, con la sabiduría de la experiencia y de la vida. Al intelectual no le queda sino despojarse de sus categorías, todas adquiridas en Europa. Y sumergirse en la historia de su pueblo. Que no es una historia color de rosa. Está hecha de luchas y muertes, porque es la historia de un pueblo dominado (Ortiz, 1972: 106).

      Está claro, el texto supone la existencia de una modernidad capitalista, imperialista, colonialista, eurocéntrica que se desplegó en la historia de los pueblos latinoamericanos. Aunque esta modernidad no logró horadar a las mayorías populares. Expresión de esta incontaminación lo será el poema “Martín Fierro”. Tal concepción contrastará con las ulteriores interpretaciones sobre “las múltiples modernidades” en América Latina.

      2.3 El “Martín Fierro” como conciencia socio-cultural de los oprimidos

      La “cultura nacional” entendida como autoconciencia histórica, supone un ethos, un modo de habitar referido a un sentido, expresado y objetivado en obras, símbolos, mitos y estructuras. El “Martín Fierro” sería la expresión de un logos que ha sido silenciado. Según su lectura, el “pensar latinoamericano” debe tematizar la praxis histórica “de los pueblos en contra de la dominación”. Pensar la historia es pensar también sus modos de expresar el ethos y su porvenir:

      la historia de América, vista desde Europa, es una historia de dominación; vista desde América misma, es una historia de liberación. La liberación de América podría ser absoluta novedad: arrastraría consigo la liberación de Europa. América se liberaría si se niega a inaugurar una nueva relación de dominio; si reconoce como término de una posible relación, no lo ‘otro’ sino ‘el otro’. Ese sería su futuro, su por-venir… Mientras tanto, el pensar presente de América recoge la praxis histórica dialéctica y es él también dialéctico. El pensar piensa desde la opresión y desde la resistencia, desde la muerte y desde el no-ser. Piensa desde el pueblo (Ortiz, 1972: 108-109) (las palabras en cursivas aparecen subrayadas en el original).

      El último Ortiz reaccionaría con ceño fruncido ante esta afirmación… ¿pensar “desde el pueblo”? Ambigüedad ya señalada por la crítica ceruttiana y por el mismo Ortiz años después. Decir pueblo era decir cultura; por eso la crítica se lanza contra las ideologías que reducen lo cultural a lo político. Al despreciar la veta cultural, los movimientos “revolucionarios” terminan justificando un “desarrollismo apéndice del sistema impugnado” (Ortiz, 1972: 109). Lo que está en la mira de Ortiz son los desvaríos de ideologías europeizantes. ¿Es posible pensar en un Ortiz populista? Veamos la siguiente afirmación:

      los “despistes” de los intelectuales liberales o marxistas se deben en parte a que siempre habitaron un mundo cultural que no era el de las masas latinoamericanas. La única vía de acceso a la interpretación auténtica de nuestra cultura es la identificación previa con su sujeto portador: el pueblo. Y solo el pueblo es el tribunal que juzga acerca de la autenticidad de una obra cultural. Cuando se siente viviendo en ella, la acepta y la hace suya (Ortiz, 1972: 110) (las palabras en cursivas aparecen subrayadas en el original).

      Por eso El Martín Fierro es también una actitud del pueblo frente a la civilización europea, “monumento imperecedero de la cultura popular” (Ortiz, 1972: 111). Son claras las influencias de la interpretación del grupo congregado en la Revista Antropología del Tercer Mundo, especialmente de Guillermo Gutiérrez. (30)

      Justificada la necesidad del estudio de la cultura, Ortiz se refiere a la interpretación liberal del poema. Para nuestro autor, dicha lectura lo deforma al reducirlo a su estructura literaria o directamente lo defenestra comparándolo con la regla europea. Allí están Mitre, Borges, Martínez Estrada…


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