En torno al animal racional. Leopoldo José Prieto López

En torno al animal racional - Leopoldo José Prieto López


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a los grandes simios). Se comprende también por qué en esa misma obra los términos de ética y etología se aproximan hasta prácticamente confundirse.

      Sin embargo, ambos puntos de vista, objetivo y subjetivo, solo son comprendidos en su justa dimensión si se advierte que, más profundamente, la gran deficiencia que grava todo el pensamiento de Singer es, ante todo, el rechazo de la razón como fundamento de la moralidad. Es importante indicar por qué el rechazo de la razón elimina la moralidad. Podrían presentarse diversas (y obvias) razones de ello. Aquí nos limitamos aquí a dos.

      – En primer lugar, sin razón no hay libertad, y sin libertad no hay moral. Nadie habla sensatamente de conducta moral, es decir, de una conducta responsable e imputable, allí donde no hay libertad. Los códigos penales de cualquier país civilizado reconocen este principio esencial, fundamento de la vida social y del orden público. Si una acción se realiza sin libertad no es solo que esté viciada; es que sin libertad la acción no existe como acto propiamente humano; y, por tanto, es ajena a la persona que lo realiza (aunque sea ella quien lo ejecuta), o, como dice el derecho, es inimputable. Es la clásica doctrina ética que distingue actos humanos y actos del hombre.

      – En segundo lugar, a falta de la razón (a la que se reconduce en última instancia la libertad y la posibilidad de dominio de las propias acciones, como veremos más ampliamente al tratar de la conducta humana y de los instintos animales), la ética dejaría de ocuparse de las acciones humanas y se convertiría en exclusiva en un estudio de las pasiones. Hacer coincidir ética y etología equivale exactamente a esto: a reducir las acciones humanas a pasiones animales. Los animales, careciendo de la razón y de la libertad, no se guían a sí mismos, sino que son guiados, son conducidos por el instinto. En tal sentido el instinto es al animal lo que la razón y la voluntad libre son al hombre. Por otro lado, el medio ambiente actúa poderosamente sobre la conducta instintiva del animal, a la que determina con necesidad. El animal siempre sucumbe a la solicitación del medio ambiente, con cuyo ciclo natural el instinto está perfectamente sincronizado. Así se comprende mejor la profunda inserción y encaje del animal en la naturaleza, de la que él, como ser sensitivo, no puede escapar. Por ello mismo, la conducta del animal no es acción, sino una pasión impuesta por el instinto y, en última instancia, dictada por la naturaleza circundante. Por eso, no se puede decir con propiedad que los animales actúen. La etología, pues, como reconocía K. Lorenz, su fundador, es la ciencia de la conducta instintiva de los animales. La ética, en cambio, es la ciencia práctica de las acciones libres humanas. Ahora bien, las pasiones, en la medida en que son estados no puestos libremente, sino más bien impuestos o padecidos por el sujeto, carecen de un contenido moral propio, que solo adquieren indirectamente al ser asumidas y hechas propias o rechazadas por la voluntad. En realidad, una moral, como la de Singer, que no reconozca su fundamento en la razón y en la libertad, sino en las sensaciones, está abocada a convertirse (en la medida en que niega la libertad) en una descripción de las pasiones; y, en segundo lugar, en una técnica o una aritmética del bienestar y del dolor, desconociendo la intrínseca dimensión moral de cada acto humano. Y reducido el comportamiento humano a la consecución del placer y a la evitación del dolor faltará el elemento de la obligatoriedad. No podrá entonces evitarse concebir la ética como una ciencia descriptiva. La naturaleza misma de la razón humana queda así cercenada con la inevitable pérdida de la razón práctica.

      En definitiva, tras el proyecto de una ética sin razón (es decir, de algo que no puede ser llamado en rigor una ética) se descubre el concepto que Singer tiene del hombre: un animal carente de razón y de libertad, aunque privilegiado por la evolución por encima de los demás animales en sus posibilidades cognoscitivas y apetitivas. Pero ante el panorama que Singer dibuja ante nosotros hay que replicar con fuerza que no se atiene a los hechos conocidos de todos acerca de lo que realmente es el hombre, como vamos a ver en breve.

      También hay que impugnar la falsa identificación del placer con el bien y del dolor con el mal. El sentido común conoce sobradamente la falacia de esa identificación sin necesidad de una especial instrucción en la filosofía moral. Todo el mundo sabe que hay cosas agradables que resultan dañinas, y otras tantas en cambio que, a pesar de ser desagradables, son buenas. No es necesario detenerse en este punto evidente. Es preferible detenerse en otro dato. El dolor, desde el punto de vista físico, es malo porque hace sufrir. Pero desde otro punto de vista, aunque sea desagradable, es bueno, e incluso imprescindible para conservar la vida, que es el auténtico bien, físicamente hablando. El dolor físico, el único que en realidad Singer puede admitir, es la reacción de alerta del organismo ante un estado de deterioro fisiológico que, de no remediarse, conduce a la muerte, el mal stricto sensu desde el punto de vista físico.

      Luego, si el dolor es una función fisiológica cuyo objetivo es preservar la vida, que es el bien al que aquel se subordina, y esta es compartida no solo por los animales, sino también por los seres cuya vida se limita al estado vegetativo, es decir, las plantas, Singer debería ampliar el radio de protección de los beneficiarios de sus doctrinas también a las plantas, víctimas de la explotación agraria, incluyéndolas en su alegato de liberación. ¿No es acaso el mismo bien, la vida física, el que se defiende en los animales y en las plantas? Más razonable e imparcial que la propuesta de Singer es en el fondo la de la filosofía hindú que defiende toda forma de vida física. Singer podría replicar que la vida de las plantas es, por cuanto nos consta, inconsciente y, por tanto, indolora. Pero precisamente por ello, porque carecen de la señal de alerta que es el dolor, ¿no pide la justicia velar ante todo por los seres más desamparados y débiles, en este caso los que carecen de la protección del dolor? Si Singer niega esta exigencia de la justicia, debería igualmente negar, para ser lógico, la defensa de los animales por parte del hombre, puesto que, vistos así, los animales están al hombre como las plantas a los animales, es decir, en situación de inferioridad y de explotación. ¿Y no son acaso las plantas, las eternas durmientes, en una especie de estado de coma desde el nacimiento hasta la muerte, las más explotadas y las más necesitadas de liberación de los herbívoros y rumiantes?

      Un buen número de los argumentos de Peter Singer están afectados de la extravagancia que supone desafiar el sentido común y evidencias innegables. Cuando las verdades más evidentes son contradichas, la argumentación en directo carece de sentido. El camino a seguir entonces no puede ser más que el de la argumentación per absurdum. Es decir, en lugar de afanarse inútilmente en demostrar lo que siendo evidente no es demostrable (porque las evidencias se muestran, no se demuestran), el camino a seguir es hacer patentes las consecuencias absurdas a las que conducen las doctrinas contrarias. En definitiva, pretender elaborar una teoría moral echando mano de unos conceptos completamente inadecuados a tal propósito, como son los propios de la lógica animalista y del materialismo subyacente no tiene sentido.

      Tampoco la adjudicación de personalidad, en la que tan generoso se muestra Singer con los animales superiores, requiere más comentario. Pero hay que decir algo sobre la negación de Singer del carácter de persona de determinados enfermos psíquicos, e incluso de los recién nacidos. La cuestión, como se ha dicho ya, no es ética, sino metafísica.

      Ser persona no depende, radicalmente hablando, de ciertos actos que se realizan, sino de un particular modo de ser o, mejor, de la posesión de una específica naturaleza que los posibilita. Persona es el ser de naturaleza racional, realice actualmente o no operaciones de esa índole. La personalidad pertenece solo a los seres racionales. Pero hay que entenderla como un modo de ser, como una naturaleza, no solo como un tipo de actos que emanan de ella. De lo contrario nos encontraremos con el problema de que cualquier hombre es persona solo de un modo intermitente. La actividad racional humana es necesariamente discontinua. Si se identificara con la actividad racional, la personalidad quedaría fragmentada en una cadena de actos intermitentes.

      Pero es que, además, Singer niega no solo que el fundamento de la personalidad haya que buscarlo en la naturaleza


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