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todo esto, en el resto de este capítulo empezaremos preguntándonos cuál es el propósito de la teología, para luego pasar a otros temas que nos ayudarán a entender qué es la teología, y cómo se hace teología.
1. La función de la teología
A través de la historia quienes se han dedicado a las labores teológicas han concebido su tarea de muchas maneras diferentes.
a) La teología como explicación de la realidad
Entre paganos fue en este sentido que primero se utilizó el término «teología», siglos antes del advenimiento de Jesucristo. Así, los antiguos griegos llamaban «teólogos» a los poetas y otros autores que explicaban el origen de las cosas mediante mitos acerca de los dioses. En la iglesia cristiana, a veces la teología se ha entendido como explicación de la realidad, frecuentemente con funestas consecuencias. Así, por ejemplo, cuando Galileo primero sugirió que el Sol no daba vueltas alrededor de la Tierra, como se pensaba entonces, sino al contrario, las autoridades eclesiásticas lo condenaron, porque su explicación de la realidad no coincidía con la que daban los «teólogos».
Aunque en cierto sentido la fe cristiana—y por tanto también la teología—sí nos ofrece una explicación de la realidad, lo que nos da no es tanto una explicación de cómo las cosas funcionan, o de cómo se formaron, sino más bien de su lugar en los propósitos de Dios. Como veremos más adelante, confundir estas dos cosas es confundir la teología con las ciencias físicas. Cuando hacemos tal cosa, corremos el riesgo de supeditar la fe cristiana a las vicisitudes y nuevos descubrimientos de esas ciencias.
El ejemplo de Galileo nos alerta acerca de los peligros que conlleva este modo de entender la teología. Si la teología es la explicación de cómo funciona la realidad, toda otra disciplina tiene que sujetarse a ella. Por eso se decía en la Edad Media que la teología era «la reina de las ciencias». Algunos teólogos insistían en que la Tierra era el centro físico del universo, porque Josué 10:13 dice que «el sol se detuvo, y la luna se paró». Luego, ningún astrónomo tenía derecho a afirmar lo contrario, y Galileo fue condenado por ello. Hoy sabemos que Galileo tenía razón. Por tanto, hay que cuidarse de cualquier teología o interpretación de la Biblia que pretendan explicar cómo son las cosas, cómo funcionan, etc. La teología sí afirma que todo cuanto existe es creación de Dios, y que todo tiene un lugar en el plan de Dios. Empero, cómo funcionan esas cosas es de la incumbencia de otras disciplinas, y no de la teología.
Quizá el punto en que más se ve este peligro en el día de hoy está en leer las historias del Génesis, como una explicación científica del origen de las cosas. Esa lectura del Génesis, como una historia literal del origen de las cosas, choca no solamente con las teorías científicas de hoy—que a fin de cuentas no son más que teorías—sino con el mismo Génesis. Así, por ejemplo, en Génesis 1 Dios primero crea a los animales y por último al ser humano, mientras que en Génesis 2 el orden es todo lo contrario. Si tomamos las historias del Génesis como descripción científica, nos veremos abocados a la necesidad de decir que el Génesis se contradice.
b) La teología como sistematización de la doctrina cristiana
Desde fecha muy temprana en la historia de la iglesia, se vio la necesidad de sistematizar la fe cristiana, o al menos sus puntos esenciales. Ya a mediados del siglo segundo, había lo que se llamaba la «regla de la fe», que era una breve lista de esos puntos esenciales, con especial énfasis en los que algunos negaban.
Hacia fines de ese mismo siglo, y principios del tercero, el gran sistematizador de la fe cristiana fue Orígenes, cuya obra Acerca de los primeros principios cubre todos los puntos esenciales de la fe cristiana, desde las doctrinas de Dios y de la creación, hasta la escatología. A partir de entonces, se han escrito cientos de obras de «teología sistemática», cuyo propósito es precisamente presentar la doctrina cristiana como un todo ordenado y coherente.
Esta función de la teología es importante, aunque no deja de tener sus peligros. Como sistematización de la doctrina cristiana, puede servir de punto de referencia sobre la cual juzgar cualquier doctrina o idea que alguien sugiera. Era así que la iglesia antigua usaba la «regla de fe». Así, por ejemplo, si alguien sugería que alguna cosa no era creación de Dios, sino del Diablo, era fácil responderle de inmediato que la regla de fe afirmaba que Dios es «creador del cielo y de la tierra», o «creador de todas las cosas, visibles e invisibles». Lo mismo si alguien negaba la vida eterna, la encarnación de Jesucristo u otras doctrinas.
La misma función puede tener la teología para nosotros hoy. Si en medio de un estudio bíblico alguien sugiere la interpretación de un texto que contradice el mensaje de todo el resto de la Biblia, y de antemano nos hemos preparado estudiando la teología, ese conocimiento teológico nos ayudará a reconocer el error de lo que se propone, y a ver si es posible interpretar el texto de otra manera.
Este modo de entender y de emplear la teología tiene también sus peligros. El más importante de ellos está en que al querer sistematizarlo todo y clasificarlo todo, le demos a nuestro sistema una autoridad que no debe tener.
Este fue el gran peligro de la teología en el siglo 19, contra el cual el teólogo luterano danés Soren Kierkegaard dijo que el ser humano existente, por el hecho mismo de existir, es decir, de estar en el tiempo y en el espacio, no puede jamás sistematizar toda la realidad. Dice él: «¿Quiere decir esto que no haya tal sistema? En modo alguno. Toda la realidad es un sistema para Dios; pero nunca para nosotros.»
Un ejemplo de esto lo vemos en el modo en que el teólogo calvinista Jerónimo Zanchi, a fines del siglo 16, intentó probar la doctrina de la predestinación. Según Zanchi, puesto que Dios es omnipotente y omnisciente—es decir, lo puede todo y lo sabe todo—Dios sabe y determina todo lo que ha de acontecer, y no hay tal cosa como libertad humana. Lo que Zanchi ha hecho con tal argumento es pretender que Dios tiene que ajustarse a nuestra comprensión de la omnisciencia y de la omnipotencia. Pero lo cierto es que, si Dios es de veras omnipotente, Dios no tiene por qué ajustarse a los argumentos de Zanchi ni de cualquier otro teólogo. Si Dios es verdaderamente omnisciente, bien sabrá cómo permitir que exista la libertad humana, aun cuando el «sistema» de Zanchi no dé lugar a ella.
Otro peligro de la excesiva sistematización de la teología es que el mensaje y la obra de Dios parezcan reducirse a los tres o cuatro puntos del sistema. Esto sucede, por ejemplo, cuando reducimos el mensaje de la Biblia a un «plan de salvación» en tres, cuatro, o doce puntos, y tal parece que basta con conocer esos puntos, de tal modo que la Biblia sale sobrando.
c) La teología como defensa de la fe y como puente hacia los no creyentes
Desde fecha muy temprana se vio la necesidad de defender la fe frente a quienes la criticaban, así como de preparar el camino para que los no creyentes pudiesen acercarse al evangelio. Así, por ejemplo, cuando la iglesia cristiana comenzó su predicación en medio del Imperio Romano y de su cultura grecorromana, había quienes se burlaban de los cristianos porque no tenían dioses visibles. Algunos hasta les llamaban «ateos» por esa misma razón. Frente a tales críticas y acusaciones, algunos líderes intelectuales del cristianismo comenzaron a buscar puentes entre su fe y la cultura circundante. Uno de esos puentes lo encontraron en lo que algunos de los más distinguidos filósofos de la antigüedad—especialmente Platón—habían dicho acerca del Ser Supremo. Según esos filósofos, por encima de todos los seres visibles ha de haber un primer Ser, infinito e inmutable, del cual todos los demás seres derivan la existencia. Uniendo esa antigua aseveración filosófica a la doctrina cristiana, esos antiguos teólogos cristianos—personajes como Justino, Clemente de Alejandría y Orígenes—afirmaron que el mismo Ser a quien los cristianos llamaban «Dios» o «Padre» era el que los antiguos filósofos habían llamado Ser Supremo, Belleza Suprema, Bondad Suprema, Primer Motor, etc. De ese modo mostraban que la fe cristiana no era tan irracional como se decía, y que los cristianos, lejos de ser «ateos»,