Introduccin a la teologa cristiana AETH. Justo L. Gonzalez
contexto, «apología» quiere decir «defensa». Por eso, aquellos primeros autores que escribieron obras de este tipo reciben el nombre de «Apologistas» o «Apologetas». Y por ello la teología que se dedica a este tipo de tarea recibe el nombre de «Teología Apologética», o sencillamente «Apologética».
Indudablemente, esta tarea es importante y valiosa. Por ejemplo, de no haber sido por aquellos primeros apologistas del siglo segundo, y por quienes continuaron su tarea en los siglos tercero y cuarto, el cristianismo no hubiera podido entrar en diálogo con la cultura circundante. Ciertamente, en el libro de Hechos vemos primero a Pedro, luego a Esteban, y por último a Pablo, todos judíos, defendiendo la fe cristiana frente a otros judíos que no la aceptaban. En el día de hoy, puesto que hay tantos argumentos contra la fe cristiana, es necesario refutarlos, si no necesariamente para probar la verdad de esa fe, al menos para quitar los obstáculos falsos que se colocan en el camino a ella. Así, por ejemplo, la teología en su función apologética puede ayudarnos a refutar los argumentos de los ateos, que pretenden que es imposible creer en Dios.
Por otra parte, sin embargo, la teología como apologética presenta también sus peligros. Sobre esto volveremos en otro capítulo al tratar sobre las «pruebas» de la existencia de Dios. En todo caso, parte del peligro está en que el argumento apologético es como un puente en que el tráfico fluye en ambas direcciones: no solamente sirve para convencer a los no creyentes, sino que también puede convencer a los creyentes, torciendo el contenido de su fe.
El ejemplo más claro de esto lo vemos en los argumentos de los «apologistas» del siglo segundo a quienes ya nos hemos referido, y el modo en que su pensamiento ha impactado la doctrina de Dios. Cuando esos apologistas se enfrentaron a la cultura grecorromana, se vieron en la necesidad de defender su fe en un Dios único e invisible, cuando en esa cultura los dioses eran muchos, y se les veía en las estatuas que se colocaban en los templos. Para responder a esas críticas, los apologistas acudieron a los escritos de Platón en que se hablaba de un Ser Supremo, y dijeron que ése era el Dios de los cristianos. El gran valor de tal argumento estaba en que lograba, para la proclamación de la fe, el apoyo de uno de los más respetados pensadores de la antigüedad, Platón. El gran peligro estaba en que los cristianos llegasen a pensar—como en efecto lo hicieron—que el modo en que Platón habla del Ser Supremo es mejor o más exacto que el modo en que la Biblia habla de Dios. A consecuencia de esto, buena parte de la teología cristiana comenzó a concebir a Dios como un ser impersonal, impasible, apartado de las realidades humanas, y por tanto muy distinto del Dios de Israel y de Jesucristo, quien se involucra en la historia humana, sufre con quienes sufren, y responde a las oraciones.
d) La teología como crítica de la vida y de la proclamación de la iglesia
Otro modo de entender la función de la teología es verla como una crítica de la vida y de la proclamación de la iglesia a la luz del Evangelio. La iglesia tiene la encomienda de proclamar el Evangelio, y de vivirlo. Es una tarea a la que nos enfrentamos conociendo nuestra incapacidad para ella. Como seres humanos y pecadores, nuestras palabras siempre distan mucho de ser Palabra de Dios. Como institución humana, la iglesia lleva también el sello de la falibilidad y del pecado humanos. Es sólo por la gracia de Dios que nuestras palabras pueden llevar Palabra de Dios. Es sólo por la gracia de Dios que nuestras acciones pueden señalar hacia los propósitos de Dios. Es sólo por la gracia de Dios que la proclamación de la iglesia puede ser proclamación de la Palabra de Dios, y que la organización y las acciones de la iglesia pueden ser señal del Reino.
No obstante nuestra falibilidad y nuestra constante dependencia de la gracia de Dios, tenemos la obligación de hacer todo cuanto esté a nuestro alcance para que nuestras palabras y nuestras acciones sean reflejo de la Palabra y de los propósitos de Dios. Esa es la función de la teología como crítica de la proclamación y de la vida de la iglesia.
Como crítica de la proclamación de la iglesia, la teología examina lo que la iglesia dice, y lo juzga y corrige a la luz del evangelio, no para criticarlo en el sentido negativo de la palabra, sino para que se ajuste mejor a ese evangelio. Así, por ejemplo, la teología puede ser uno de los criterios que le aplicamos a nuestros sermones, a nuestras lecciones y a nuestros escritos, para asegurarnos de que—en la medida en que nos es dado a los humanos—nuestras palabras sean fieles al evangelio.
Como crítica de la vida de la iglesia, la teología examina lo que la iglesia hace y cómo se organiza, y lo juzga a la luz del evangelio, no para criticarlo, sino para que se ajuste mejor a lo que la iglesia misma proclama. Por ejemplo, al preparar el presupuesto de la iglesia, o al determinar sus estructuras y sistemas de gobierno, es importante que nos preguntemos, «¿Cómo refleja esto el evangelio de Jesucristo?» La función de la teología como crítica de la vida de la iglesia es precisamente esa.
El teólogo del siglo 20 que más se destacó por este entendimiento de la teología fue el alemán Karl Barth. Barth vivió en un momento en que la teología se había vuelto una serie de sistemas intelectuales y doctrinales con gran valor apologético, y que hacían que el cristianismo apareciese como algo muy aceptable, pero que decían poco acerca de la vida y misión de la iglesia. Especialmente cuando el nazismo comenzó a cobrar fuerza, y muchos cristianos se dejaron llevar por él y comenzaron a predicarlo desde el púlpito, y cuando la mayor parte de la iglesia alemana se mostró incapaz de resistirlo, Barth vio la necesidad de insistir en la función de la teología como crítica de la vida y proclamación de la iglesia. La iglesia que proclamaba y sostenía las doctrinas nazis debía someterse a la crítica de la teología, que le mostraba que no era fiel al evangelio que decía proclamar.
En nuestros días, esta función crítica de la teología sigue siendo necesaria. Por ejemplo, cuando la iglesia y los cristianos parecen desentenderse de los pobres, o cuando parecen decir que todo lo que importa es el «éxito» que logremos en esta vida, o que la fe cristiana lleva a la «prosperidad», o cuando parecen capitular ante las doctrinas de moda, la teología ha de llamarles a una nueva obediencia al evangelio.
El punto débil de la teología así entendida es que corre el peligro de volverse demasiado eclesiocéntrica. Si la función de la teología está en criticar la vida y proclamación de la iglesia, ¿no tiene nada que decirles a quienes no son parte de esa iglesia? En sus peores manifestaciones, este tipo de teología se vuelve un diálogo entre teólogos, o si no, entre cristianos, y como si el resto del mundo no existiera. Naturalmente, en tales casos lo que sucede es que nos hemos olvidado de que aquello que la teología ha de criticar es la proclamación de la iglesia; es decir, su encuentro con el resto del mundo. Si la teología no llama a la iglesia a ese encuentro, posiblemente ella misma necesita de la misma crítica que se supone sea su propia función.
e) La teología como contemplación
Un modo de entender la función de la teología, que fue muy común en la antigüedad pero que la modernidad parece haber olvidado, es la teología como contemplación. Cuando se decía que alguien era «teólogo», frecuentemente lo que se quería decir era lo que hoy entendemos por «místico». Por eso, desde fecha bien temprana, se dio en llamar al autor del Apocalipsis «Juan el teólogo». Por eso el título de «teólogo» se reservó en la antigüedad para aquellos autores que se destacaban por su espíritu contemplativo.
El valor de este énfasis en la «contemplación», como parte esencial de la teología, está en que contrarresta la tendencia moderna a pensar que la teología es una disciplina como otra cualquiera, y que para dedicarse a ella basta con estudiarla. Al hablar de teología como «contemplación», se subraya el carácter devocional de la teología, de una disciplina que, por así decir, no se ha de hacer solamente sentado ante un escritorio, sino también de rodillas ante un altar. Es por esto que en el siglo 4 Gregorio Nacianceno, uno de los primeros autores en discutir qué es la teología, dice que uno de los primeros pasos del teólogo ha de ser «pulir su propio ser teológico hasta que brille como una estatua».
Por otra parte, el peligro de este modo de entender la teología, sobre todo en nuestros tiempos tan individualistas, es que caigamos presa de las visiones privadas. En tal caso, basta con que alguien