Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón

Relatos de un hombre casado - Gonzalo Alcaide Narvreón


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hasta los pies, hice lo mismo con su bóxer y comencé a jugar con su chota.

      Se la agarré con una mano, mientras que con la otra, comencé a franelear su abdomen y sus piernas.

      Diego permaneció parado, apoyado contra la pared, viéndome desde arriba y viéndonos a los dos reflejados en el espejo de enfrente. Su pija rápidamente creció y comencé a mamársela; me la sacaba de la boca y la lamía, lamí el caño entero, volví al glande, lo besé, bajé hacia sus bolas, que succioné muy lentamente.

      Diego posó sus manos sobre mi cabeza y comenzó a jugar con mis pelos mientras que decía:

      –Ni en pedo me iba a perder esto; desde el miércoles pasado que no paro de pensar en este momento.

      Continué mamándosela con total pericia; refregué por toda mi cara su pija babeada con mi saliva; lo hice girar para quedar de costado al espejo y para poder mirarme mientras le regalaba semejante felatio.

      Me dio mucho morbo ver esa pija raspándose con mi barba sin afeitar; verme reflejado en el espejo, mientras que disfrutaba con su glande entre mis labios.

      Apoyé su chota contra su abdomen para dejarla bien parada hacia arriba, sosteniéndosela con una mano y observando como sobrepasaba su ombligo; comencé a recorrerla con la punta de la lengua, mordiendo su frenillo, bajando por toda su longitud, siguiendo por su escroto, primero un huevo, luego el otro, después los dos.

      Me agaché más para poder hacer un buen trabajo con su perineo. Noté que Diego separó un poco sus piernas, abriéndome el camino para que siguiera trabajando esa zona tan sensible.

      Diego me incentivaba con sus palabras, diciéndome:

      –Sí, sí, que bien lo hacés, haceme gozar, hacé lo quieras; chupámela bien chupada papi.

      Habiendo comprendido que Diego estaba abierto y dispuesto a que lo hiciera gozar, decidí terminar rápido con este trámite y dejar el plato fuerte para la noche, cuando estuviésemos realmente distendidos por el agua y saciados por la cena y el alcohol.

      Regresé a su pene, que comencé a succionar a ritmo parejo, hasta que llegaron sus espasmos y gritos ahogados, mientras que comenzaba a llenar mi boca con espeso semen guardado desde hacía días en sus bolas para regalármelo a mí.

      Tomó mi cabeza y comenzó a mover la pelvis cogiéndome tremendamente la boca, al punto de ahogarme. Llegó con el glande hasta mi campañilla, depositando allí más semen, que, inevitablemente, se deslizó directamente por mi garganta.

      Me puso en estado de éxtasis; ciertamente, él también se había descontrolado y no paraba de susurrar:

      –Sí, sí, sí, sí... Así... ahí va más –dijo, depositando un tercer chorro de leche dentro de mi boca.

      Diego quedó apoyado contra la pared; noté sus muslos claramente marcados y sus piernas temblando por la tensión. Su chota comenzó a distenderse y girando nuevamente, seguí mamándosela, mientras que me miraba en el espejo. Por la punta de su glande salieron unas gotas más.

      Diego repetía:

      –Uf, uf, listo, me exprimiste, no me queda más nada; sos una fiera man, me limaste la pija con la boca; no sé dónde aprendiste a laburar con la lengua y con los labios de esa manera, pero te voy a mandar a mi mujer para que le des unas clases.

      Yo no podía desprenderme de su pene, que continué mamándoselo y refregándomelo por la cara, con absoluta fascinación y con mucho morbo.

      –Tu mujer debe adorar que le chupes la concha de esta manera; la debes volver loquita.

      Y la verdad, es que Diego no estaba equivocado. Antes de metérsela a mi mujer, generalmente la hago llegar a varios orgasmos trabajándola con la lengua.

      Dejé su chota en paz, viendo como colgaba entre sus piernas, bien mojada, por la mezcla de mi saliva y de su propio semen. Me resultaba muy tentador y quería seguir dándole, pero me incorporé y dije:

      –Vamos a la pile.

      –Vamos, dejá que me lavo la chota y me cambio –respondió.

      Nos preparamos para ir a la piscina y hacia allí fuimos. Permanecimos dentro del agua, hasta que nuestras bolas quedaron arrugadas.

      Regresamos al cuarto y nos tiramos cada uno en su cama, quedándonos absolutamente dormidos.

      Nos despertamos cerca de las nueve y nos vestimos para ir a cenar. Decidimos ir a un restaurante fuera del hotel, por lo que pedí un remise.

      Cenamos pastas, que acompañamos con un rico Malbec de Bodegas del Fin del Mundo; resultó una cena increíble, como si fuésemos amigos; cero trabajo. Nos contamos un poco de nuestras vidas, ya que mucho no nos conocíamos.

       Regresamos al hotel y vi que Diego apoyó su cabeza contra el respaldo del asiento y cerró sus ojos. Respiraba relajado y profundamente. Los efectos del vino se estaban haciendo sentir.

      Sin mediar palabra y seguro de que el remisero no podía ver, apoyé mi mano izquierda sobre su bulto. Diego no dijo nada, solo abrió sus ojos y volvió a cerrarlos, por lo que me di cuenta de que tenía vía libre.

      Continué franeleándole el paquete durante todo el camino.

      Diego solo se movía, intentando dar lugar para que su chota atrapada dentro de su pantalón pudiese seguir creciendo.

      Llegamos al hotel y fuimos directamente a la habitación. Nos cepillamos los dientes y fuimos hacia las camas. Diego se sentó y se quitó los zapatos, luego el jean.

      –No doy más –dijo, mientras que luchaba con los botones de su camisa, que no podía desabrochar.

      Me acerqué hacia él y dije:

      –Veo que el vino hizo su efecto; dejame que te ayudo.

      Los dos primeros botones estaban desabrochados, por lo que fui directo al tercero. El roce de mis manos sobre su pecho me puso en llamas. Jugándome a todo o nada, tomé su cara con ambas manos y acerqué mis labios a los suyos.

      Diego se alejó hacia atrás.

      –Pará, pará... –dijo.

      Quedó tendido boca arriba sobre su cama. Me tiré a su lado, nuestras caras se rozaron; giré y nuestros labios se apoyaron.

      Diego giró su cabeza para evitarlo; me quedé quieto para no presionarlo. Sorpresivamente, volvió a girar hacia mí; mirándome fijamente a los ojos, pude leer en su mirada que me decía “Ok, adelante, me entrego, quiero experimentar, enseñame.”

       Diego quedó inmóvil, dejando que mis labios se apoyaran sobre los suyos, permitiendo que mi lengua comenzara a recorrer su boca lentamente y que mis dientes mordiesen tiernamente sus labios.

      –Uyyy nene, las ganas de besarte que tenía –dije, mientras que continuaba besándolo, cada vez con más pasión.

      Terminé de sacarle la camisa y lo mismo hice con su bóxer.

      Recordé el día que me lo habían presentado en la oficina hacía más de tres meses y la atracción que me había provocado desde ese primer encuentro. Ahora lo tenía allí, tirado en una cama, en pelotas y entregadísimo.

      Comencé a recorrer su pecho con mi lengua, a jugar con mis dedos entre sus pelos, a morderle las tetillas. Me acosté sobre él y llevé sus manos hacia mis glúteos; abrí mis piernas para que quedaran por fuera de las suyas. Continué recorriendo su abdomen, el perímetro de su ombligo, bajé hacia su pene, seguí con su escroto, su perineo, lamí muy hábilmente sus entrepiernas, mientras que Diego comenzaba a retorcerse.

      Continué bajando por sus muslos, sus tibias; llegué a sus pies y lamí uno a uno sus dedos, para luego continuar con los de sus manos.

      La chota de Diego estaba nuevamente durísima, como si hubiese trascurrido mucho tiempo sin que largase leche y solo tres horas atrás había sido exprimida por mi boca.

      Diego


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