Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón
que siempre llevaba conmigo. Volví hacia su chota y mientras que se la mamaba, con una mano comencé a llenar mi ano de gel, metiéndome un par de dedos para lubricármelo bien y dilatarlo un poco.
Calcé un preservativo en su pene y muy lentamente, sentándome de cuclillas frente a él, comencé a descender, para que su glande comenzara a puertear mi ano. Cerré mis ojos, suspiré y bajé aún más, sintiendo como ese hermoso caño comenzaba a abrirse camino.
Abrí los ojos para ver la cara de Diego, que seguía con los suyos cerrados; continué descendiendo hasta ser penetrado por completo. Me quedé un rato inmóvil, intentando relajarme para aliviar el leve dolor que estaba sintiendo al ser taladrado por un miembro tan grande.
Para mi sorpresa, Diego tomó mi cintura con ambas manos. Comencé a cabalgar muy lentamente, dándome tiempo como para que mi orto se acostumbrara a las dimensiones de su miembro. Hacía tiempo que no me encontraba con una pija de ese tamaño.
–Que rico, que apretado se siente, mi mujer no entrega el orto... Esto es divino; sentir mi pija tan firmemente atrapada –dijo Diego.
Comencé a apretar y a distender mi esfínter, comiéndole el pene con mi ano. Incrementé el ritmo de mi cabalgata y a pesar de querer eternizar el momento, mi calentura pudo más y sin poder controlarme, comencé a largar chorros de semen, que se estamparon contra el pecho y el abdomen de Diego, que continuaba sin moverse.
A pesar de que luego de acabar no me gusta seguir siendo penetrado, no lo dejaría a Diego por la mitad, por lo que continué con el sube y baja, cada vez más rápido, hasta que Diego susurró:
–Sí... me vengo, me vengo, y comenzó a largar guasca dentro de mí.
Me incorporé, le saqué el forrito que envolví con un papel y lentamente, comencé con mi lengua el recorrido desde sus pies hasta su boca, limpiando su chota impregnada en semen, lamiéndole el abdomen y el pecho para recolectar el mío, que, enredado entre sus pelos, aguardaba por mi lengua.
Continué hacia su boca y lo besé, haciéndole probar por primera vez en su vida el blanco manjar. Diego se resistió, pero terminó cediendo y finalizamos con un pastoso beso blanco.
Fui hacia el baño y me pegué una ducha rápida. Regresé, y Diego ya estaba absolutamente dormido, inmerso en una respiración muy profunda. Lo tapé con una sábana y me tiré en mi cama para dormirme plácidamente, pensando en cuál sería su reacción en la charla que seguramente tendríamos por la mañana y disfrutando por haberle hecho transitar un nuevo camino hacia el placer sexual.
Capítulo III
– Día tormentoso – La Mañana –
Sonó el despertador; realmente fundido y sin poder despegar mi cabeza de la almohada, tanteé con la mano para alcanzarlo y apagarlo.
A través de la ventana se podía escuchar la lluvia que caía torrencialmente y el viento que soplaba intensamente. El clima, incentivaba como para quedarse remoloneando en la cama.
Observé que Diego comenzaba a moverse sin abrir sus ojos. Llevó las manos hacia su cara, pegó un bostezo y con la voz ronca preguntó:
–¿Qué hora es?
–Las seis y media –respondí.
–¡Uy no...! me tengo que levantar, ¡voy a perder el vuelo! –exclamó.
–Ummm… no creo que con esta tormenta salga ningún vuelo.
En ese preciso instante, sonó el teléfono. Era de la recepción, avisando que por las condiciones climatológicas y hasta nuevo aviso, se habían cancelado lo vuelos. Agradecí a la conserjería por avisar y al Barba por mandar ese clima que me permitiría quedarme un rato más en la cama y con la compañía de Diego.
Le di la noticia a Diego, que con su cabeza aún apoyada en la almohada exclamó:
–¡Uy no, me quedo varado acá!
–¿Tenés algo impostergable en Baires para hoy? –pregunté.
–No, no; solo que pensaba regresar temprano –respondió.
–Bueno nabo, aprovechemos un rato más la cama y relájate... en cuanto mejore el clima avisarán y te vas. Después de todo, tan mal no lo estás pasando ¿no? –dije.
–Diego se sentó y quedando apoyado sobre un brazo, me miró fijamente a los ojos y dijo:
–¿Me podés explicar que pasó anoche? mejor dicho, ya se lo que pasó; cenamos, lo pasamos bárbaro, tomamos un rico vino, llegamos al hotel, me hiciste tener sexo con vos...
–Pará, pará... ¿te hice tener sexo? no noté que te resistieras... Me pareció que gozaste como una bestia y me garchaste a lo macho –aclaré.
Sin quitarme la mirada, Diego respondió:
–Es verdad, gocé muchísimo, entre el vino y el día que tuvimos, estaba entregado, pero yo no te garché; vos me garchaste a mí; fuiste pasivo porque te la comiste, pero tu actitud fue absolutamente activa. Me tenías entregado, con la pija dura y con los huevos cargados; me usaste a tu antojo...
No entendiendo nuevamente si su comentario era un reclamo o solo eso, un comentario, agregué:
–Como quieras...
Nos quedamos unos segundos en silencio. Diego apoyó su espalda sobre el respaldo de la cama, estaba semi sentado, exponiendo para mi deleite su pecho poblado de pelos.
–En síntesis, ¿lo pasaste bien? –pregunté.
Diego giró su cabeza para mirarme y dijo:
–Me da cierta vergüenza reconocerlo, pero lo pasé muuuuuy bien man... es la primera vez que le entro a un macho... Divina sensación la del hoyo apretado, una sensación nueva el sentir como apretabas y distendías el orto en rededor de mi pene; evidentemente, tenés mucha experiencia.
–¿Te diste cuenta de que te besé con mi boca repleta de semen? –pregunté.
–Sí, sí... estaba con algunas copas de Malbec, pero no soy boludo... Jamás pensé en que iba a hacer algo así... ¡Me estás pervirtiendo querido! –respondió.
En esa instancia de la conversación, mi pija estaba durísima por causa del morbo que me generaba la situación, por el recuerdo de la noche previa, por tenerlo a Diego a un metro de distancia y en pelotas hablando de estas cosas, con su voz gruesa y ronca.
–¿Te referís al beso blanco o a garchar con un tipo? –pregunté.
–A las dos cosas boludo... nunca pensé que un flaco me fuese a tirar la goma; mucho menos que fuese a cabalgar sobre mi pija y menos aún, que me fuese a dar un beso con la boca repleta de semen.
Sentí que me explotaba la chota, porque además de la calentura, me estaba meando. Me incorporé y nuevamente, con mi pene haciendo carpa en mi bóxer, me fui al baño diciendo:
–Me meo.
Descargué, me cepillé los dientes para refrescar mi boca, que aún mantenía un resabio de gusto a semen. Regresé al cuarto y vi que Diego estaba en la misma posición, pero había retirado la sábana y descaradamente, con una mano, estaba jugando con su chota, mientras que mantenía los ojos cerrados.
Parado frente a su cama exclamé:
–Ahhh bueeeee...
Me miró inmutable... El tipo era un caso raro que continuaba sorprendiéndome. Hasta anoche, solo había garchado con minas, pero evidentemente, tenía una actitud muy relajada con los tipos, cero inhibiciones, cero vergüenza...
Para él, era como “Estoy caliente, se me para ¿y qué?, me sobo la chota con la mano ¿cuál es el problema?” A mí me parecía genial su actitud y me calentaba sobremanera. Imaginé que, seguramente, había participado en fiestas sexuales con uno o con más amigos garchándose minas.
Diego se incorporó