El Tesoro de Gastón: Novela. Emilia Pardo Bazán
de plata... saqué los papeles... los estuve mirando... Y cátate que de improviso me da el ataque... no quiero llamar, porque las cartas no las debía ver nadie... lo pasé allí, sin auxilio... caigo junto al fuego... el plano enrollado rueda á la chimenea... ¡y gracias á Nuestra Señora, que no ardí yo... pero se me tostaron las suelas de los zapatos! Milagrosamente me salvé.
—Y el otro papel... no el plano... ¿Á ver qué dice?—exclamó Gastón sin acertar á reprimir su impaciencia.
Y desenrollando el papelito, vió que sólo contenía escritas en muy clara letra, estos renglones:
«Hallarás lo que buscares, si guiado por el Norte sigues el camino de los antiguos en peligro de muerte. Las piedras viejas son las más preciosas, y el que se humille se ensalzará.»
—¿No sabe usted qué significa esto?...—interrogó el mozo, que encontró el texto, más que oscuro, negro como boca de lobo.
—No, hijo mío... Con el plano, de seguro se entendía... Yo no hice nada, y ahora mi cabeza... Ya ves... ¡Los años!... Pero en Landrey lo entenderás perfectamente, tú que eres muchacho y listo... Guarda esa cajita ¡guárdala! y véte, que es cerca de mediodía, se acaba la hora de locutorio, y vendrán á llamarme... Y si cumples lo que me ofreciste... ¡Dios te bendiga!...
Doña Catalina alargó sus brazos flacos y cogió la bonita cabeza pelicastaña de Gastón, pegando el rostro á la blanca frente juvenil del último de su linaje. Un hielo mortal serpenteó por las venas del mozo; pensó que acababa de besarle un fantasma sin labios.
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