El buey suelto... Cuadros edificantes de la vida de un solterón. Jose Maria de Pereda
mandil sobre una silla, como rey que depone su corona.
—Que aquí todas son señoras, y que todas mandan en la casa, menos el amo y yo,—añade la señora Braulia, dejando caer sus huesos sobre la silla inmediata, y llorando á más y mejor.
—Lo que pasa aquí—dice Solita entrando en escena, en ademán airado,—es que no se pueden aguantar los humos de esta señora; y como yo no he venido para servirla á ella, ni para que me quite la salud...
—¡Quéjese usted de mí, relamida! ¡casquivana!
—¿Lo oye usted, señorito? ¡Pues eso no es nada en comparación de lo que suele decirme cuando usted no está delante!
—¡Ni de lo que me dice á mí cada vez que entra en la cocina! ¡No se la puede aguantar!
—¡Mienten ustedes como quienes son, impostoras, mal nacidas!
—¡La mal nacida y la deslenguada será ella!
—¡Y la muy retevieja, desesperada y envidiosa!
—¡Silencio!—grita Gedeón asiendo una ensaladera, dispuesto á estrellarla sobre la más próxima de sus sirvientas.
Pero sólo después de haberse desahogado á sus anchas las tres mujeres, y estado á pique de tirarse de las greñas, y cuando ya el escándalo debe de haberse oído desde el ayuntamiento, logra Gedeón restablecer el silencio en su casa, y la promesa de que, por aquella vez, que es la primera, se olvidarán los mutuos agravios, y volverá cada mochuelo á su olivo, siquiera en obsequio á él, que no tiene otro destino en el mundo que estudiar la manera de pasar la vida sin contrariedades ni desazones.
Pero alea jacta est: aquellas mujeres que se resolvieron á pasar una vez los límites del respeto con sus pertrechos de odios y de antipatías, no pueden retroceder ya; y si no al día siguiente, al otro ó á los pocos más, dan la gran batalla, á cuyo fragor quiébranse cristales y vasijas, y renquean los muebles, y salen asustados á la escalera los vecinos de la casa; y cuando á ella vuelve Gedeón, no tiene otro remedio que licenciar aquella tropa que, como los pretorianos de Roma, ha tomado por oficio la sedición y la indisciplina, y puede, como éstos, llegar á atreverse con el César mismo.
En el alma le duele tener que privarse también de los buenos oficios de Solita; pero Solita no cabe á las órdenes de ninguna quintañona; y, sin esta pantalla, son sus atractivos demasiado peligrosos para un hombre que no quiere sacrificar su independencia á nada ni por nadie.
Lo que fuera de su casa puede ser hasta una ganga para él, dentro de ella sería un enemigo terrible.
Por eso, al pagar con rumbo á su doncella, ni por cumplido la dice que no se marche; lo único á que se atreve es á despedirse de ella «hasta la vista.»
—El mal está—dice al quedarse solo,—en que estas cosas me sucedan ahora; es decir, cuando podía dar comienzo á mis tareas, si estuviera yo establecido á mi gusto. ¡Por vida de las casualidades!...
III
UNA HOMBRADA
Pero las casualidades se repiten tanto como las combinaciones; y las combinaciones que hace Gedeón con su servidumbre no tienen número.
Que ponga arriba lo más viejo, y abajo lo más joven, ó al revés; que todo sea rozagante, ó todo marchito y arrugado; que dé sus preferencias á la más quisquillosa, aunque las merezca menos; que no se las muestre á ninguna; que no se queje aunque halle tachuelas en la sopa y cables en el estofado; que en pro de la paz, en fin, renuncie á todos sus derechos de amo y señor, y dome los naturales ímpetus de su carácter... lo mismo adelanta: más tarde ó más temprano, la guerra civil estalla en su casa, y vuelan los cacharros en la cocina y los pelos en cada rincón; primero en sus ausencias, después á sus propias barbas; porque demostrado está por la experiencia, y al buen sentido se le alcanza sin esfuerzo, que no hay criada de solterón que aguante con paciencia á su lado otra sirvienta.
Lo que á Gedeón sacan de quicio tantas y tan parecidas casualidades, presúmalo el lector.
¡Cómo él, idólatra de la holganza y del regalo, pudo imaginarse, ni en sueños, que tendría que habérselas mano á mano con dueñas y fregatrices á cada hora, ni que habían de correr tiempos en que sólo le dieran, por salsa de su pesebre, alaridos y repelones?
Pero sabrá cortar por lo sano y poner remedio á la plaga, que para eso es libre y soltero.
Bien examinado todo, ¡qué necesidad tiene él de llenar su casa de mujerzuelas frívolas y quisquillosas? ¡Cómo no se le ha ocurrido hasta entonces hacer una hombrada, es decir, barrer de faldas su cocina, y buscar en el otro sexo quien le sirva en paz y bien?
Apuradamente lo que él desea es harto fácil de conseguirse: orden, puntualidad y respeto á su persona. Ya transige con los manjares mal sazonados, con la cama á medio hacer y con las botas deslustradas; pero que se lo tengan todo á punto; que no se invierta en ventilar rencillas miserables el tiempo destinado á servirle, y sobre todo, que no se le complique á él en escandalosas griterías de plazuela. ¡Á qué menos ha de aspirar una persona decente, «libre como el ave en el espacio, como el pez en el agua;» una persona que huye del matrimonio para hacer en todo su gusto y vivir como le dé la gana?
Con tan santos propósitos, échase Gedeón un cocinero y un ayuda de cámara, mozo listo y bien adiestrado en el oficio.
Pero el cocinero, por casualidad, es borracho y goloso y nada limpio, y no conoce cuenta ni razón; roba si le dan mucho dinero; y si se lo tasan, también; compra lo que á él le gusta, y lo guisa como más le agrada: los gustos de su amo no se tienen en cuenta para nada en aquella cocina.
Así y todo, Gedeón come, no cuando tiene ganas, sino cuando ya no las tiene su cocinero.
El cual cobra por mensualidades adelantadas, que es tanto como decir que ahoga toda reprensión en los labios de su amo con anunciarle que se marcha.
El ayuda de cámara no es tan borracho como el cocinero; pero, en cambio, tiene moza, y necesita dos horas cada noche para visitarla, por lo cual hay ocasiones en que se retira á casa más tarde que su amo; y se dan también en las cuales tiene éste que abrirle la puerta, porque el cocinero está roncando ya, ó no quiere levantarse; y gracias si en esos casos no aparece el criado envuelto en la capa ó en el gabán de Gedeón, pues para ambos sirven sus trajes y su calzado.
Lo que sólo sirve para el criado es el dinero que halla en los bolsillos del chaleco de su amo cuando le cepilla la ropa, y los cigarros sobrantes de la petaca olvidada en una levita ó encima de la mesa.
De vez en cuando, tienen mozo y cocinero sus francachelas mientras Gedeón anda soñando con las suyas fuera de casa; pues la verdad es que desde que tales contrariedades domésticas le persiguen, no tiene instante de sosiego ni punto de reposo, y todo lo aplaza para cuando se vea establecido á su gusto.
Entre tanto, si á media noche necesita una taza de te, se la llevan á las dos de la mañana, y el te le sabe á caldo frío, y la taza huele á basura.
Si de caldo la pide al mediodía, el caldo le sabe á aguardiente, y la cuchara á tabaco.
Toda su ropa está sin botones y con los forros descosidos; le faltan las mejores corbatas, y no sabe qué vientos le llevan los pañuelos de batista.
Si por joven despide al ayuda de