El sentido del camino. David Gómez Fernández
Notas del autor
¿Cuándo y por qué decidiste escribir un libro? ¿Por qué en el siglo XVIII? Quizás sean las tres preguntas más frecuentes que me han realizado familiares y amigos.
En primer lugar, contestaré al “por qué”.
Desde muy temprana edad, siempre me gustó leer una noticia. Si era deportiva y del Barça, mucho mejor, pero nunca le hice ascos a leer cualquier artículo, entrevista o lo que fuera que me enriqueciera. Soy de los que piensa que el saber no ocupa lugar.
Fue pasando el tiempo y, a los dieciocho años, tuve la suerte de comenzar a trabajar en Librería Compás. Sin duda alguna, una de las más afamadas y con más reputación de Alicante, mi ciudad. Durante los doce meses que duró aquel periplo, descubrí por completo el maravilloso mundo de los libros. Era capaz de leer dos manuscritos en tan solo una semana.
Muchos fueron los autores y autoras que me atraparon con sus historias, pero sin duda, los dos que más me marcaron fueron John Grisham con sus tramas de abogados y Mary Higgins Clark con sus intrigantes novelas de suspense. Eso sí, nunca cerré la puerta a ningún género.
Durante mucho tiempo, y más que tiempo, años, me preguntaba si yo sería capaz de escribir un libro. Ni bueno ni malo, ni corto ni largo. Un libro. Con sus descripciones, sus diálogos y sus personajes. Todo bien hilvanado, para que mis lectores (no sé cuantos conseguiré), cuando estuvieran leyendo mi historia, disfrutaran con ella.
Poco a poco fui construyendo aquella historia en mi mente. El conjunto de una sucesión de ideas y pensamientos que día a día crecía y que comencé a anotar en una libreta ocupaban mis pensamientos por completo, y llegó un día en el que tuve la imperiosa necesidad de comenzar a exteriorizar todo aquello. Desde el primer momento, mi historia tenía principio y final. El resto llegó solo…
El “cuando” fue algo que nunca tuve previsto. Muchas veces me repetía:
«Mañana empiezo».
Y después de no sé cuantas intentonas fallidas, una fría mañana de enero, decidí que había llegado mi momento. Me veía capaz de plasmar todo aquello…
¿Por qué en el siglo XVIII? Creo (y es mi humilde opinión), que hoy en día tenemos o queremos más de lo que necesitamos. En aquel tiempo y en épocas anteriores, tenían poco donde elegir y daban más valor a las cosas. No había opción y con suerte, podías echarte un mendrugo de pan duro a la boca. Soy gran amante de la Historia y me apetecía, como he conseguido, conocer más del pasado de mi país. Elegí el siglo XVIII, como podía haber sido cualquier otro.
Tardé año y medio en terminarlo. No es fácil para un padre de familia trabajar, entrenar al fútbol y conciliar vida familiar y social con la tarea harto difícil de escribir un libro. Fueron muchas horas de insomnio, pero puedo decir en mayúsculas QUE HA MERECIDO LA PENA.
Esta historia me ha hecho ver la vida de otro modo. Me ha enseñado a valorar más todo. He conseguido ver siempre el vaso medio lleno y disfrutar de cuanto tengo, sin pensar en que podría tener más. En definitiva, ha conseguido que sea más FELIZ.
Aunque leer libros siempre me resultó fascinante, escribirlo es mágico. “Mi historia”, me ha permitido ensalzar el trabajo de mi padre. Una persona que trabajó duro para que no nos faltara de nada. También, cómo no, resaltar la importancia de la figura de una madre, en este caso la mía. La que siempre ha estado ahí cuidando de nosotros. Gracias por todo, mamá y papá.
He podido reencontrarme y disfrutar de personas importantes a las que nunca volveré a ver, que nos dejaron hace tiempo, pero jamás olvidaré. En especial a ti “Orejitas”, mi tío del alma. TE QUIERO.
También quise rendir mi humilde homenaje a dos personas a las que por diversos motivos y sin ser nada mío, siempre les tuve cariño:
Juan José Moreno Cuenca “El Vaquilla” (clan Moreno) y José Monge Cruz “Camarón” (clan Monge). Para vosotros mi humilde recuerdo.
Mención especial al “Maestro”. Amigo Fran, gracias por emocionarte conmigo. Nunca podré olvidar aquella llamada, cuando, como de costumbre, te pasé uno de mis capítulos y descubriste que eras tú. ¡Sí! ¡Tú eres el “Maestro”! Sé que te he hecho muy feliz.
Hay dos ciudades muy importantes en mi vida que no podían faltar en este entramado. Mérida, de la cual, tengo la gran suerte de conocer todo gracias a mi familia. Una familia que me ha demostrado que no es necesario tener la misma sangre para querer y ser querido.
Y, cómo no, ALICANTE. Si algo tenía claro es que mi tierra sería parte esencial de “Mi historia”, y, por supuesto, el Barrio de Santa Cruz y sus gentes. Estrechas y viejas callejuelas que esconden grandes momentos y recuerdos desde mi niñez a mi adolescencia.
Allí, y después de subir las empinadas escaleras de la calle San Rafael, se encuentra la ermita, donde cada Miércoles Santo, junto a mi primo Juan Carlos, tengo el honor de cargar sobre mis hombros al Cristo de la Fe, el “Gitano”, en la (que nadie se sienta ofendido) procesión más popular de Alicante. La procesión de SANTA CRUZ.
Esto es por ti, que me cuidas desde el cielo…
CAPÍTULO I
La inquietud
La luna iluminaba su cara. Majestuosa, sobre las tranquilas aguas del río Guadiana en una calurosa noche de julio en la ciudad de Mérida.
Sentado en una de las murallas del puente romano, David seguía absorto en sus pensamientos, solo interrumpidos por Pocha, su perra, su fiel amiga, que olisqueaba y daba vueltas sobre los restos de un hueso carcomido y desgastado.
Cerca de él, la estatua de la Loba Capitolina, aquella que amamantó a Rómulo y Remo, lo miraba con ojos imperturbables, penetrantes, buscando respuesta a aquellos pensamientos.
Cada noche, desde el comienzo de la primavera y la llegada del buen tiempo, recorría el puente silbando, otras veces canturreando alguna canción, hasta llegar allí, a su lugar predilecto, a aquella parte de la muralla donde se acostaba, y donde, su mente y su cuerpo tomaban diferentes caminos.
Recordaba todo lo que había dejado atrás, su pueblo, sus amigos, aquellos paisajes que adoraba… Era su lugar, su momento, donde sentía la paz que necesitaba, ya que, podía dejar volar su imaginación y sentirse más cerca de todo lo que añoraba, hasta que, un ladrido de Pocha indicándole que era el momento de regresar, lo devolvía a la realidad.
Hacía un año de su partida, ya no era aquel chico alegre y risueño, dicharachero y parlanchín. Sus ojos, reflejaban lo que ocurría en su interior, algo invisible, que desconocía, pero que a la vez le hacía sentir diferente a como era él.
Pero esta noche, nada de todo eso recorría su mente ni sus pensamientos, había algo que centraba toda su atención, aquella conversación que escuchó días atrás y que lo tenía intrigado.
―¡La Felicidad! ¿Qué es La Felicidad?
La reflexión en voz alta, hizo que Pocha lo mirara por unos segundos, sorprendida, levantando las orejas en señal de sorpresa, ya que, David, siempre se sumía en un silencio imperturbable por nada y por nadie hasta el momento de volver a casa.
Aquella mañana, David había ido al mercado de Santa Eulalia, como otras tantas, a comprar ciruelas para su madre. Desde que nació Miguel, su hermano pequeño, sufría grandes dolores de tripa debido a las complicaciones durante el alumbramiento, las cuales, le provocaban una difícil digestión que en ocasiones la tenían encamada durante varios días.
Contaban las curanderas que la ciruela era una fruta que ayudaba a solucionar este tipo de problemas, y aprovechando la época estival, llevaba semanas comiéndolas.
―Dos por la noche, durante treinta noches, y que tome brotes de alfalfa al alba, hervidos en agua. Con esto, los problemas