Daría mi vida por volver a vivir. Germán Agustín Pagano

Daría mi vida por volver a vivir - Germán Agustín Pagano


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le transmitía a esas ruinas sus ideas. Luego le devolvían el problema ya resuelto, pero sin un final, siendo tan relativo como ella la casa vieja. Es más que todo lo que puede ser visto sobre lo observado. Lo llamaban “el viejo” y justamente su sostén era la vieja casa.

      El salvador

      Lord Robert, un joven valiente que siempre enfrentaba su problema respiratorio con energía y fuerza, pensaba sobre qué le depararía la vida en ese futuro tan inexacto. Pero ¿por qué preocuparse tanto por el infinito? Mejor vivir ese presente indeterminado y feliz. Al no poder respirar bien, se presentaban estas situaciones que para él eran bastante fuertes. Un día no podía describir las sensaciones ni mostrar con gestualidades lo que sentía. La mala muerte lo abrazaba con muchas ganas y él le otorgaba tiempo a sus asuntos inconclusos. La noche del lunes, habló con su pareja mientras estaban calientes bajo las sábanas suaves y su novio reposo su oreja derecha en su brazo extendido. Le dijo: “Si me llegara a pasar algo, quiero que conserves todas mis cosas, que sepas que me salvaste de todas las formas que se puede salvar a una persona condenada por un pasado no tan prometedor, que resultó ser un peso inconfundible e insuperable”. El lo apartó a un costado para no darle lo que quería, esa atención innecesaria. Con las pocas fuerzas que le quedaban, sintió que ya era casi la hora de partir y en sus brazos se sentía contenido, apoyado y en paz, una paz tan grande y fuerte, que ya sabía que de tanta tortura había encontrado la totalidad de la tranquilidad.

      Ya sin aliento, Robert respiró tres veces, esas respiraciones que reprimen el cuerpo para dejar escapar el alma, mientras por la ventana se veía la ciudad y una bruma en el horizonte, que tapaba el final del camino. Lloraba. Las lágrimas ganaban terreno sobre sus mejillas, los ojos rojos demostraban ese sufrimiento por no poder casi respirar. Empezó el forcejeo entre la vida y la muerte, y el cuerpo se deslizó sobre el piso, se estaba ahogando. En un momento tan simple ya no luchaba más, se iba en calma.

      Con tan solo ver el viento soplar, levantó vuelo hacia las nubes del olvido.

      El taxista

      Lunes veinte de septiembre, un día hermoso. El comienzo de Lucí fue un poco cansador, ya que no se podía despertar después de un sueño particular. Que será de esos momentos perdidos que uno desperdicia durmiendo, pero lo que se duerme se aprovecha. Dicen que el tiempo es relativo, pero en ese momento el tiempo no era tanto lo que decían, sino un problema del presente para él. Preparó todos los trabajos y lo que se relacionaba con lo llamado sustentación del subsistir. Un amigo lo esperaba en la puerta y, con poca energía, bajó por el ascensor. Se dirigió a la puerta y Marcos, su amigo, lo saludó y le aconsejó tomar un taxi. Aunque Lucí estaba poco decidido, tomaron uno en la esquina de su departamento. El conductor estaba un poco alterado y, aunque sabían que llegarían a destino, no les gustó para nada la situación.

      Lucí y su amigo estaban en la parte trasera del vehículo, un poco rudimentario para la época moderna. El conductor, con poca paciencia, empezó a tomar mucha velocidad, tanta que en un momento cruzó un semáforo en rojo y atropelló a una señora. Siguió conduciendo a la misma velocidad, sin parar. Los dos le preguntaron qué estaba pasando, estaban impactados por el hecho. El señor, titulado psicópata, se dio cuenta de que tenía dos testigos que vieron lo que había pasado. Mientras sostenía el volante con una mano, con la otra se estiró y agarró, de la parte de atrás del asiento de al lado suyo, una pistola 9 mm. Empezaron a forcejear y los mató de un tiro a cada uno.

      Alterar el sistema produce locuras momentáneas que pueden arruinar futuros prometedores y familias que no olvidarán por lo que pasaron. Qué destino nos depara en una selva de humanos que se matan entre sí…

      La clemencia del arraigado

      ¿Se puede ser fuerte si el pasado es débil?

      ¿Se puede ser débil si el pasado es fuerte?

      Solo es posible lo que quieras que sea posible. Melmerik había sido un hombre de moral para su época, pero en ese momento era un hombre encadenado a los suburbios de una ciudad sin clemencia. Sobre el piso de adoquines, encontró un carbón pequeño que, de la nada, se estableció sobre sus manos. La mugre, día a día, se iba alojando sobre su cuerpo. Solo comía y muy pocas veces dormía. No charlaba con nadie, ya que su habla se había perdido junto con sus días de silencio. La libertad estaba por verse, la tortura era constante, pero le quedaba un objetivo: lograr salir de forma normal y volver a empezar una vida más digna que la que tenía. Cómo había terminado en ese lugar tan oscuro. Las deudas lo habían revasado por dar de comer a los que no tenían ni una miga de pan sobre sus manos. No padecía tristeza ni odio, solamente el encierro mismo de humedad y ratas por doquier. Fue liberado, como también perdonado, por no haber hecho ningún mal más que no poder cubrir ciertas deudas; vendieron todos sus bienes para ese cometido, se quedó sin nada, pero con su libertad, que le sirvió como consuelo de su alma.

      Al contemplar los campos y la belleza natural, él se sentía completo. Empezó otra vez, como señor feudal, a trabajar con campesinos que brindaban servicios, como personas, no como en otra época que eran tratados de manera hostil como sirvientes. Su crecimiento fue notorio y su objetivo era un cambio de momento. Vendió sus productos. Eran buenos productos, comibles y no incomibles. Notoriamente tuvo problemas con sus pares: donde hay corrupción, hay poder de dominar. Ganaba día a día mucho más que cualquiera. Sus enemigos lo terminaron llamando el arraigado.

      El poder podrá dominar masas, pero jamás llegará a adquirir una inteligencia diplomática.

      La parada

      Martín estaba parado en la vereda. Vio llegar a una pobre chica, que buscaba saciarse de tanta pobreza. Intimidaba a sus escasos sentidos, quería algo, ese algo que él no tenía.

      La mirada, un rejunte de rencor y furia, se hizo presente solo en ese instante. Subió cuatro escalones y se ubicó en el fondo del colectivo. Desconcertado, la vio venir a la chica con ojos de calma y orgullo, no estaba sola. Junto a ella estaban los bárbaros de la represión sobre los débiles de clase media.

      Se acercaron entre dos, acorralando el espacio de Martín, frente al rincón donde se encontraba la escalera de bajada. El bárbaro le preguntó a martín: “¿Quiere comprar un par de medias?”.

      Martín le contestó: “No puedo comprar, estoy sin plata y yendo a la facultad”. Ellos, con codicia y maldad, lo atacaron verbalmente. Su rostro y su cuerpo dieron media vuelta, solo su espalda quedó sobre los irrespetuosos para ignorar la situación e intentar escapar; sacó el teléfono y marcó a la policía. Contestaron y los dejó en espera por si sucedía algo más grave.

      Un rejunte de mocos, infectados de furia, se dirigieron hacia él, como un misil de impunidad y de destrucción.

      Antes de que se fueran, lo escupieron en la espalda. Quedó anonadado, por suerte el destino lo había preparado con dos mudas de ropa: la que tenía puesta y otra debajo.

      Una frase exacta le llegó a su pensamiento: No hay quien me ayude, solo soy uno más que queda vulnerable ante los no pudientes”. Se sacó la muda de ropa manchada, quedó a la intemperie con su bermuda y su buzo. Concluyendo ese mal momento, pensó que la libertad no era libertad si estabas acorralado en una sociedad de escalofriantes entes.

      Materialidad

      Objetivamente, podemos ver y mostrar lo que es, pero en realidad, si no se conoce la gran esencia de lo material y el juego con los espacios, desconocemos la idea del objeto. Nos juega en contra y es relevante la perfección porque está mal visto, buscamos ofrecer imaginación a la idea y a la imagen del mecanismo simple y complejo.

      A la vez, eso mismo es la materialidad, cuyo fin es proporcional con una determinada exactitud con lo preciso y crea la ilusión como de verse enfocado en sus cosas. La persona que cambió era Merebit un mujer de moral. El camote


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