Daría mi vida por volver a vivir. Germán Agustín Pagano
persona y humano.
“Cada pequeño elemento que tenemos nos hace más fuerte”, decía. Pero no estamos fuertes, estamos débiles al querer él algo útil para descartar toda angustia y malestar posible. Qué barbaridad llegar hasta ese punto… Pero es que el objeto no solo es por gusto, sino que es necesario para poder desarrollar nuestras vidas. Involucionamos porque, al fin y al cabo, nos terminamos de convertir en seres obsoletos por comodidad. Merebit entonces terminó diciendo: “No existe un infinito posible con tanta necedad y negación, queremos ver, pensar, que tanta dicha es y en quejas cae la voz”.
Mimetizado en tres pasos
Una mañana Cárpatos llamó y pidió ayuda a sus dos amigos, estaba por llegar un hombre que se cobraba la vida de todo ser. Al llegar, sus pares empezaron a trabajar en equipo. Sus nombres eran Lula y Poli. Para distraer al ente, se mimetizaron con la casa, de forma tal que armaron una estructura interior sobre la que ya estaba y dejaron un espacio para esconderse sin ser vistos.
Al terminar, Cárpatos y sus allegados se fueron a la playa, pero no a cualquier playa, sino a una que estaba compuesta por plátanos gigantes, y luego volvieron a la casa. Raramente, no estaban nerviosos, ni siquiera había cobardía alguna; el miedo estaba muy lejos de hacerse presente. Llegó Sebastián, un hombre joven con algunos problemas en su cuerpo, se acercó al borde de la pileta e intentó meterse , se resbaló y cayó al agua. Cárpatos mantuvo su seriedad. Dio media vuelta y se dispuso a caminar por un sendero. Se vio en otro plano y, el entorno en que estaba, se convirtió en pasado. El camino estaba recubierto de chocolate y, hacia la derecha, se habían establecido mesas y sillones al estilo americano. Estaba solo, siguió caminando, perdido, y se encontró con una escalera que lo llevaba a un gran valle. Al bajar vio a su alrededor que, por la ladera de una montaña, había escaleras, con estilo piramidal muy complejo; y en lo plano, diminutas casas con chimeneas.
Se acercó una joven corriendo y diciendo: “¡Salvate!”. Una gran ola estaba por cubrir todo ese mundo. Desesperado, comenzó a subir esos escalones empinados; cuando alcanzó una altura considerable, vio a lo lejos una inmensa masa de agua yendo hacia él. Siguió con desesperación esperando que lo alcanzara la masa de agua y, en un momento, esas piedras piramidales empezaron a zafarse y luego a caerse. El agua borró la ciudad y colisionó en la montaña. Cárpatos cayó y se hundió en lo profundo del agua; supo que el gran trabajo que había efectuado con los amigos había sido en vano, ya que l ente se cobró la vida de todos con gran importancia.
Para la vida, hambre; para la muerte, sed
La oscuridad cubría el cielo de las calles, que por un instante se iluminaron por los postes de luz: bares abiertos, gente que estaba comiendo y un muchachito que se encontraba solo en un silencio momentáneo. Estaba sentado sobre un volquete anaranjado, su apodo era Amalek Tupekun y su nombre, Santiago. No tenía razón para seguir vivo en la tierra, esperaba en una carpa de tela cerca de una plaza central rodeado de escasos vagabundos. Esa noche todo cambió, el futuro inexacto era visible a los ojos de todos: una lata de lentejas cocidas al fuego hecho con productos reciclados; al otro día, al parecer, sería imaginar. Al día siguiente, el piso empezó a temblar; las luces, absolutamente todas, explotaban. Santiago bajó inmediatamente del volquete y buscó un refugio; mientras buscaba, trozos de edificios caían sobre todos lados. Al no tener mucha noción de la situación, no lograba sentir el temor que tenían otros. Corría y corría, a lo lejos, divisó lo que sería un árbol esbelto en un parque común; en el tronco había un agujero negro infinito y el joven, sin dudarlo, tomó carrera y entró.
No sabía si sobreviviría a tal catástrofe, pero, al menos, lo intentaría. Pisó suavemente el piso del tronco y, confiado, se adentró en él, pero al instante se golpeó la cabeza y se desmayó. Al día siguiente, Tupekun se despertó con tal jaqueca que se sintió como si estuviera borracho; a lo lejos, vio una luz que provenía del exterior. Con ganas, empezó a trepar por las raíces del interior del árbol, arañas y oscuridad fue lo que encontró. Quedarse era una locura. Cuando salió miró a su alrededor, fue tal el desastre que impactó sobre sus ojos: de un lado, observaba lo que queda del parque y sus alrededores; y del otro, solo había escombros aislados.
Caminó por encima de todo el desastre para encontrar sobrevivientes y salvar vidas. Muchos cuerpos estaban sobre la acera que manchaban el paisaje de sangre humana. Él no sabía qué hacer, su objetivo era salvar. Comenzó a levantar cascotes y puertas de madera arruinadas, siempre y cuando sus brazos resistieran tal peso. Continuó sin rendirse y, en poco más de dos horas, divisó a una persona, logró llegar hasta ella y se puso a gritar con fuerza: “¡Ayuda, por favor!”. Tan fuerte gritó que tres valientes hombres acudieron por su llamado. Con energía levantaron los bloques pesados y, finalmente, rescataron a una persona. Con ese mismo procedimiento, llegaron a salvar a diez personas. Los días pasaban y Santiago sabía que el tiempo determinaba una suma mayor de personas muertas. Muchas quedaron enterradas; y otras, atrapadas, esperaban volver a vivir. Al terremoto que destruyó un país entero lo llamaron el gran final. Surgió la crisis, los vivos murieron de sed y de hambre, los muertos ya estaban muertos; no había provisiones, solo un inmenso desierto a la lejanía. Semanas pasaron y Amalek no sabía cómo había logrado estar vivo después de tal desastre; sí, fue un afortunado. Los que no estaban heridos comenzaron a armar un campamento para necesidades básicas; tres personas, específicamente, se dedicaron al cometido: Malek, Shumic, Tifon. Comenzaron con urgencia la campaña de búsqueda internacional de donaciones y, en solo dos días que fueron eternos, vieron en el horizonte aviones gigantes que lanzaban cajones de agua y comida por paracaídas.
Las primeras donaciones en tocar terreno fueron avasalladas por cientos de personas, quienes se golpeaban y luchaban solo por un agua mineral. Pasó una semana más y los pocos recursos que enviaron se acabaron; pero, por lo menos, estaban los hospitales que envió Argentina para la salud de las personas. Surgió un problema más grave: la higiene de la gente, los virus cobraban vida y la malaria los azotaba. Las familias solitarias emprendían viaje por donde se hallaban las pocas luces que quedaban iluminando el camino oscuro. Al llegar a un campo de resguardo creado por sanidad, se establecieron para ayudar a los caídos, cada persona, al entrar, se registraba antes de pasar la barrera. Muchas más familias llegaron de todas partes del país: eran unas doscientas almas vivas y cien muertos, quedan solo a un costado. Otras personas que esperaban ingresar no lo lograron, ya que su sed y su hambre las había llevado a otro mundo desconocido llamado la dimensión de almas sin cuerpo, solo poseían energía. Pasaron dos meses y Amalek Tupekun fue entrevistado por una periodista, que, al mirar sus ojos jóvenes, vio dentro de él desnutrición y sed. Ella acarició sus manos y luego se sentó junto a él y le dio un abrazo. La periodista susurró en el oído del entrevistado: “Solo pensé en un milagro, si el mundo se uniera, yo estaría de pie por la paz y la armonía; como ves estoy sobre tu rodilla, gracias por aceptar mi amor y por darme sabiduría”.
Impactado, Amalek se levantó y la abrazó muy fuerte; antes de partir a la periodista le salió una lágrima, solo una, y con su dedo índice la tomó y la esparció sobre los labios de ella; fue su último acto y una despedida.
Cómo saber sobre una realidad sin haberla vivido, cómo estar del otro lado si no estuviste; la comprensión satisface, pero no llena todo el dolor realista para el que vive lo irreal y solo mira con sus ojos y toca con sus manos.
Proceso social
En un completo desorden, Monteskan solo buscaba la plenitud y la soberbia para coexistir con la sociedad. A veces, anulaba lo común de lo extraordinario; al desplazar sus brazos hacia adelante, cambió una visión: la del ser parte. Monteskan descubrió la sensibilidad al sentir sobre sus manos la brisa del viento, como parte solo de la vida.
En sus odiseas cosas impactantes le sucedían, solo las vivía su cuerpo, que estaba en materia; ya que su alma era y seguiría siendo su energía. Su partida era evidente, sus pasos lo llevarían hacia los descubrimientos. Sus piernas funcionaban como reloj y acariciaban el rocío del pasto, su piel destellaba la transparencia de la luz sobre el sudor, su