Futuros maestros: búsqueda y construcción de una identidad profesional. Valeria Bedacarratx
tanto realidad simbólica (no en tanto realidad fáctica), a la que tenemos acceso a través del campo de la discursividad (Alonso, 1998). Por ello, como planteábamos párrafos atrás, y siguiendo a Castro y Bronfman (1999) y a Janesick (2000), las metodologías cualitativas, serían una vía fecunda para el estudio de una realidad social determinada con miras a entender los significados subjetivos que construyen y constituyen a los sujetos.
Si lo que nos interesa es indagar ¿cómo se inscribe en la subjetividad de los futuros docentes toda su experiencia de formación?, ¿cómo sus significaciones y deseos se conjugan con los mandatos sociales, académicos, institucionales y políticos que recaen sobre la docencia?, cómo todo esto se pone en juego en la constitución de una identidad profesional, un enfoque cualitativo se desprende lógicamente como pertinente.
A nuestro entender, de la referencia que tomamos de Geertz, se desprende una premisa metodológica fundamental: a saber, que los intentos por comprender al hombre, no pueden estar disociados de un intento análogo por comprender, simultánea y dialécticamente, la cultura de la que forma parte y que lo conforma en tanto sujeto. Denman y Haro (2000) nos permiten reflexionar sobre esta cuestión:
La investigación cualitativa parte del supuesto de que todos los seres humanos, como elementos previamente socializados, somos a la vez producto y productores de un mapa mental del carácter intersubjetivo que modela nuestra percepción de la realidad. No tenemos acceso a éste de forma enteramente objetiva, desde “fuera”, pues nuestros sentidos fundamentalmente nos engañan, según ha señalado la fenomenología. En tanto nuestra conducta está permeada constantemente de significados que atribuimos a los hechos y que influyen sobre ellos, es de interés indagar estos significados para reconstruir la realidad desde la perspectiva de los directamente involucrados en cualquier situación social, considerando que recibimos la influencia constante de otras personas, a través de diversos medios, como señala el interaccionismo simbólico. Comprender el sentido de las acciones humanas es, entonces, aparentemente uno de los empeños fundamentales de la investigación cualitativa. (Denman y Haro, 2000: 38-39)
Así, la constitución del sujeto estaría atravesada por una multiplicidad de discursos que se erigen como los hegemónicos en una sociedad. A decir de Derrida (1996), cuando el sujeto habla, “habla una lengua que no es la de él”. De modo tal que cuando el sujeto habla, es hablado por el código, la cultura, las instituciones, mismas que en tanto objetos culturales capaces de proponer significados establecidos, expresan el poder de lo colectivo para regular el comportamiento individual (Fernández L., 1994).
Mas sin embargo, esta sujeción no es sólo yugo que imposibilita la autonomía[6]. Por el contrario, como Baz nos recuerda...
La subjetividad se gesta en esa paradoja donde la función de sujetación, contención y sostén que provee el tejido social, es condición fundante de la subjetivación, proceso de diferenciación sin el cual no existiría la creación de cultura y de instituciones. El sujeto, al constituirse como actor social (y aquí sujeto puede referir a una persona o a una colectividad), está revelando un excedente de sentido, un más allá de las vicisitudes particulares que le dan forma a su experiencia, y que remite, como lo decíamos, a la dimensión colectiva que porta como miembro de la sociedad humana. Esta dimensión de lo colectivo contiene varios planos: el orden simbólico, representado por el lenguaje, en tanto campo transindividual por excelencia; las instituciones, que constituyen el campo normativo y el territorio de la intersubjetividad, de la grupalidad. Estos planos son fundantes y sostén de la singularidad, es decir, de los procesos de diferenciación e individuación. (Baz, 1999: 79, el resaltado es nuestro)
Estamos refiriéndonos, entonces, a la dimensión institucional constitutiva de la subjetividad humana: presente en todos sus hechos y ámbitos de expresión (la comunidad, los establecimientos, los grupos, los sujetos) esta dimensión expresa los efectos de regulación social logrados por la operación conjunta de mecanismos internos y externos de control: concretizándose como marcos reguladores externos (leyes, normas pautas, proyectos, idearios, representaciones culturales) y como organizadores internos del comportamiento humano (valores, ideales, identificaciones, conciencia, autoestima) (Fernández L., 1998). Desde el Análisis Institucional, corriente teórica que la toma como objeto de estudio, se considera que esta dimensión atraviesa y da fundamento a todos los niveles de la vida social (Lapassade, 1975).
Asimismo, desde esta perspectiva, si algo caracteriza a la institución es su capacidad de ocultarse; característica gracias a la cual existe (Manero, 2001) y que hace que desconozcamos el sostén de las estructuras que nos constituyen. Lo que esta dimensión oculta, es el carácter cultural, y no natural, del orden establecido protegido por el sistema de normas y significados que ella misma sostiene: lo que encubre es la contradicción, siendo al mismo tiempo el lugar de reproducción de la contradicción (Lapassade, 1975). En este sentido, “las instituciones no son tan sólo objetos o reglas visibles en la superficie de las relaciones sociales. Presentan una faz oculta, y ésta, que es la que en Análisis Institucional se propone sacar a la luz, se revela en lo no-dicho. Tal ocultación es fruto de una represión. En este punto se puede hablar de represión social, que produce al inconsciente social. Lo censurado es el habla social, la expresión de la alienación y la voluntad de cambio. Así como hay un regreso de lo reprimido en el sueño o en el acto fallido, así también hay un “regreso de lo reprimido social” en las crisis sociales” (Lapassade, 1975: 101).
El referente psicoanalítico se hace evidente en las palabras de uno de los fundadores del Análisis Institucional y no es casual. Nuevamente “usamos” una herramienta conceptual cuyo abordaje implica la convergencia de diferentes aportes disciplinarios: lo institucional aparece conceptualizado desde los aportes del psicoanálisis (especialmente en lo que respecta a la dimensión inconsciente y los procesos de represión vinculados a conflictos), la psicosociología de los grupos (especialmente en lo que respecta a la dinámica de grupos, entendiéndola como un nivel de análisis) y la sociología marxista y de las organizaciones (básicamente tomando la noción de conflicto, lo vinculado a las relaciones de poder en el marco de las organizaciones y el pensamiento dialéctico).
Metodológicamente, la inclusión de esta dimensión en el abordaje de los fenómenos que nos interesan, deriva en un intento de acceder a ese no-dicho del que nos habla Lapassade. Partimos del supuesto de que ese no-dicho podemos buscarlo en los discursos institucionales que portan los establecimientos (en su “versión oficial”) y los sujetos que los habitan. En este sentido, el discurso sigue siendo nuestro material de base –para el “desciframiento” de significados y descodificación de sentidos (Fernández L., 1998)– en el intento por comprender los fenómenos que son el eje de nuestra investigación. Entonces, buscamos, en los discursos a los que tuvimos acceso, lo latente que se esconde tras el contenido manifiesto que los corporeiza.
Siguiendo los aportes de la psicología operativa de grupos, la latencia de un discurso estaría dando cuenta de las determinaciones que están más allá de los sujetos. Ahora, tomando los aportes de esta corriente, estas determinaciones desde donde se trama la subjetividad no se reducen a la dimensión institucional: postulamos que los procesos de internalización de lo institucional, se apuntalan en una dimensión inconsciente...
Así, sostenemos con el aporte de Baz, que la latencia refiere a una relación peculiar: la relación entre fantasía inconsciente y trama institucional (Baz, 1996), de lo cual se deriva que la lectura de lo latente sería un intento por reconocer la participación del inconsciente y de lo institucional en la producción de los discursos.
Hemos procurado fundamentar una opción, mostrando cómo ésta es coherente con las conceptualizaciones desde donde construimos a nuestro objeto de estudio, sin pretender ser exhaustivos respecto a las características centrales que distinguen y definen al enfoque cualitativo. Avancemos, entonces, en torno a las herramientas...
4. Elementos para una contextualización del fenómeno estudiado
Una vez definida esta perspectiva, el trabajo continuó siendo de “biblioteca”: comenzamos a consultar algunos de todos los documentos que consideramos relevantes tener en cuenta, en tanto portadores