Futuros maestros: búsqueda y construcción de una identidad profesional. Valeria Bedacarratx

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a pensar algunas de las aristas de este problema...

      Realizada esta contextualización, centrémonos ahora en los criterios de clasificación de las herramientas presentadas al inicio de este punto. De acuerdo a estos criterios, basaremos nuestra exposición fundamentando las opciones en torno a tres grandes conjuntos de herramientas:

       Las entrevistas

       El trabajo en grupos

       Las observaciones

      5.2. Las entrevistas

      Posibilitar la recreación de una experiencia, entendiendo a esta como el conjunto de significados y sentidos que el sujeto atribuye a lo vivido: esta finalidad que Díaz Barriga (1991, citado por Baz, 1999) atribuye a la entrevista, nos parece central, y es en este sentido que van orientadas las entrevistas planificadas en el marco de la estrategia metodológica que estamos presentando. La idea de recreación nos remite a la de reconstrucción y restructuración de dicha experiencia a través de la narración producida por el entrevistado (Baz, 1999; Rivas, 1996): en este sentido, la entrevista no se sitúa ni el campo puro de la conducta (el orden del hacer) ni en el lugar puro de lo lingüístico (el orden del decir), sino en un campo intermedio: el del “decir del hacer” (Alonso), el del hacer recreado por la palabra. Así...

      La entrevista de investigación social encuentra su mayor productividad no tanto para explorar un simple lugar fáctico de la realidad social, sino para entrar en ese lugar comunicativo de la realidad donde la palabra es vector vehiculizante principal de una experiencia personalizada, biográfica e intransferible. (Alonso, 1998: 76)

      El acceso a la experiencia y al sentido que el sujeto le atribuye, no puede sino estar mediada por el relato. En esta línea, Baz plantea:

      Estando la experiencia inscrita en un registro radicalmente singular, dependiendo de una corporeidad única e histórica, mediada –en tanto experiencia humana– por el campo simbólico, a lo único a lo que podemos tener acceso de la experiencia de otro sujeto en la situación de entrevista es a un relato, a un discurso. (Baz, 1999: 87, el resaltado es nuestro)

      Nos interesa entonces la obtención de un material discursivo en torno a los sentidos que los sujetos atribuyen a su experiencia en tanto practicantes y docentes: postulamos que la entrevista es la vía óptima para la obtención de este tipo de material. Dos preguntas podrá hacerse el lector en torno a esta justificación: ¿por qué el interés en la producción de este tipo de material? Y ¿por qué el interés en la narración de una experiencia singular?

      Respecto a la primera cuestión, como hemos sostenido en un apartado anterior, el material discursivo que una entrevista produce, es una vía privilegiada para el acceso a los entramados simbólicos que son el sostén de la experiencia humana (Baz, 1999). Nos interesa entonces escuchar las experiencias narradas de estudiantes practicantes y de docentes (involucrados en el trayecto de formación que incluye las prácticas), en tanto entendemos que éstas pueden ayudarnos a localizar discursos que cristalizan los “metalenguajes de los colectivos” en donde están inscriptos, como así también las situaciones de “descentramiento y diferencia expresa” (Alonso, 1998). Sostenemos, así, que el habla del entrevistado singular es una vía para la escucha de las voces de una subjetividad colectiva.

      Ahora bien, hecha esta aclaración, creemos pertinente explicitar que un supuesto en torno al cual fundamentamos la opción por la entrevista es: que los sujetos tienen organizada una historia de su vida y un esquema de su presente (Bleger, 1971) los cuales permiten “armar”, dar forma al contenido manifiesto de la narración del entrevistado. Como advierte Bleger, es a partir de eso que el entrevistado “sabe” y manifiesta (la organización y el esquema que el sujeto tiene de su vida) que el investigador deberá deducir lo que no sabe y permanece latente.

      Así, centramos nuestra lectura del contenido manifiesto en la búsqueda de una latencia que “emerge” de la trama discursiva del entrevistado. Como explicábamos en el apartado 3 de este capítulo, la latencia de un discurso da cuenta de los elementos estructurales del mismo, que son los que nos interesan a la hora del análisis. Así, tramado en el deseo inconsciente y en la dimensión institucional, la lectura del material implicará la búsqueda de ese no saber desde donde se sostienen la identidad imaginaria, el discurso y la experiencia del sujeto...

      En este sentido, podemos considerar a la entrevista, en tanto acto comunicativo, como “un lugar en el que se expresa un yo que poco tiene que ver con el yo como realidad objetiva, individualista y racionalizado [...], sino un yo narrativo, un yo que cuenta historias en las que se incluye un bosquejo del yo como parte de la historia” (Alonso, 1998: 69, parafraseando a Bruner, 1991).

      En efecto, en el relato de su experiencia, inevitablemente mediada por el campo simbólico, el sujeto se narra a sí mismo desde un conjunto de representaciones con las que se unifica imaginariamente, las cuales, a la vez que le permiten protegerse de un borramiento de su existencia (Baz, 1999), orientan la comprensión y descodificación de la realidad, condicionando la percepción sobre ella (Fernández L., 1998). Desde el psicoanálisis estas representaciones darían cuenta de una de las lógicas que estructura al discurso en tanto producción simbólica: el discurso del sujeto del enunciado, palpable en su contenido manifiesto, desde donde el sujeto “identificado con un “yo” habla desde una identidad imaginaria y despliega su novela desde una posición de control, la que pretende garantizar cierta coherencia y racionalidad. Es la “función del yo” en psicoanálisis, base de una identidad que J. Lacan no ha dudado en llamar “una estructura de desconocimiento”. Desconocimiento porque cree saber y no sabe, o sabe poco de las fuerzas que constituyen la dinámica subjetiva que, para el psicoanálisis son el deseo inconsciente y sus vicisitudes. De ahí que la otra lógica que aparece en el discurso es la del inconsciente, que se revela por su “hablar metafórico”: son los grandes temas, los grandes nudos de la estructura subjetiva con los que batallamos... toda la vida, de distinta manera, eso sí, en correspondencia con las condiciones particulares que vamos enfrentando en nuestra existencia” (Baz, 1994: 135).

      Ahora bien, en tanto que la entrevista es un “constructo comunicativo” (Alonso, 1998), acontecimiento del lenguaje, producido en un contexto de diálogo (Baz, 1999), la subjetividad del entrevistado no es la única que se pone en juego ¿cómo se ubica (o procura ubicarse) nuestra propia subjetividad, la de la entrevistadora-investigadora? Bleger conceptualiza a la entrevista no sólo como técnica, sino también como campo y explica:

      En la entrevista tenemos estructurado un campo: entre los participantes se estructura una relación de la cual depende todo lo que en ella acontece [...] El entrevistador forma parte del campo [...] y en cierta medida condiciona los fenómenos que él mismo va a registrar. (Bleger, 1971: 14)

      Creemos que, aunque pueda perecer una verdad de Perogrullo, este aporte de Bleger es de fundamental importancia, en tanto nos recuerda que como entrevistadores, formamos parte activa del proceso y nos constituimos en su principal instrumento (como decíamos en el apartado anterior y como veremos que es característico de un encuadre operativo de trabajo grupal). En este sentido, acordamos con Baz en que para su análisis, el texto no tendría que estar separado de su contexto de producción,


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