Futuros maestros: búsqueda y construcción de una identidad profesional. Valeria Bedacarratx

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de segundo grado: explicando explicaciones (Alonso, 1998), interpretando esquemas de interpretación (Geertz, 1973).

      Con estas premisas, comenzamos a abordar una pregunta, a nuestro entender, central... en qué se asemeja y en qué se diferencia la interpretación que hagamos en una investigación en el campo de las ciencias sociales, respecto de aquella que hagamos en la vida cotidiana, sin un interés “científico” o “elucidatorio” de por medio. Este señalamiento está ya puntualizando algunas cuestiones nodales: interpretar es interpretar desde un lugar (desde donde nos vinculamos con el objeto interpretado, en una relación de poder) e implica no sólo una modalidad o mecánica de trabajo, sino también una intencionalidad....

      No podemos negar, entonces, que nuestro trabajo de interpretación implica también la puesta en juego del propio deseo y encierra un monto de ilusión: interactuar con el universo de estudio desde las propias categorías libidinales, institucionales, culturales que constituyen nuestro propio universo, desde un compromiso político (que en nuestro caso identificamos con un interés de transformación). Consecuentemente, consideramos que este trabajo interpretativo es, en cierta forma, un diálogo entre universos, universos de sentidos a través de los cuales procuramos comprender los fenómenos sociales que estudiamos, atribuyéndoles una significación posible.

      6.2. La interpretación: articulación entre el intérprete y el objeto interpretado

      Concebimos por ello a la interpretación como instancia de articulación que produce sentido. En efecto, el trabajo interpretativo es la producción de una significación que no se encuentra ni en el objeto interpretado ni en la mirada de quien interpreta: la significación se produce en el vínculo entre el interpretado y el intérprete, el texto y el lector, el mensaje y el receptor, el científico y los fenómenos que indaga. Así, entendemos que la interpretación no es un acto de reproducción descriptiva de una realidad observable, sino una lectura activa que implica una producción desde una mirada (epistemológica, teórica, ética) que funge de mediación entre el intérprete y el objeto interpretado.

      Por su parte, Bourdieu (1981), nos ayuda a pensar cómo deberíamos evitar que la relación teórica que establecemos con el objeto, a partir de la cual lo nombramos y le damos un cierto y determinado estatuto, se confunda con el objeto mismo. En una crítica a una antropología que tacha de objetivista, ejemplifica cómo a menudo “el etnólogo aborda las relaciones de parentesco como un puro objeto de conocimiento y, a falta de saber que la teoría de las relaciones de parentesco que producirá supone en realidad su relación teórica con las relaciones de parentesco, da como verdad de las relaciones de parentesco la verdad de la relación teórica con las relaciones de parentesco; olvida que los parientes reales no son posiciones en un diagrama, una genealogía, sino relaciones que hay que cultivar, que hay que mantener” (Bourdieu, 1981: 116-117).

      Tanto el planteo de Bourdieu (1981) como el de Devereux (1967), apuntan a reflexionar en torno a la relación sujeto-objeto de conocimiento, relatando cómo a menudo las explicaciones científicas (incluso en las llamadas ciencias duras) no son sino una proyección de la relación que el investigador mantiene con su objeto de estudio. Este último autor, aporta a esta reflexión la noción de deslinde, punto en que el elemento subjetivo de quien indaga se hace presente. Este punto de deslinde es el momento en que el observador-intérprete tiene que decir:

      “Y esto percibo yo”... independientemente de que aquello que percibe sea el comportamiento mismo, un electroencefalograma o un resultado numérico. Además, en algún momento ha de decir también: “esto significa que...”. Esto es técnicamente una decisión [...] el momento exacto en que aparece el elemento subjetivo (decisión). (Devereux, 1967)

      Consideramos que, en el campo de las ciencias sociales, el elemento subjetivo que entra a jugar en la producción de sentido de cualquier interpretación no implica en absoluto una creación arbitraria, “de imposición del yo sobre cualquier realidad –como pretendería cualquier proposición solipsista o nihilista del hacer interpretativo–” (Alonso, 1998: 212). Esto es, no se trataría de asumir una concepción paranoica de la interpretación, desde donde todo se pretenda vincular a un solo principio organizativo (González, 1998), que obedezca al esquema interpretante del intérprete.

      En relación al trabajo interpretativo en psicoanálisis, el cual implica un tratamiento particular del contenido manifiesto de aquello que analiza, Laplanche también recurre a la ilustración del paranoico, más específicamente, a sus mecanismos de defensa...

      Sistemático, armado con una visión del mundo que no es, sin duda, otra cosa que la contrapartida y la trasposición de la unidad precaria y amenazada [...] de su yo, el paranoico nos presenta una suerte de compendium de todos los procedimientos de la hermenéutica: interpretación de los signos, de los gestos, de las ausencias tanto como de las presencias, de los textos también, sagrados o profanos, que directa o indirectamente siempre le están dirigidos [...] Reasume todo en su discurso personal, pero siguiendo líneas directrices virtuales, signifcaciones inconscientes que sólo estaban indicadas en línea de puntos y que él subraya despiadadamente. (Laplanche, 1987: 57)

      De esta manera, procuraríamos estar más en el plano de las abducciones creativas, que en el de las abducciones hipercodificadas. Por ello, antes que correlacionar los datos construidos a partir del trabajo de campo con una ley o explicación codificada previa (en donde nuestro material empírico se consideraría un “caso” de


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