Futuros maestros: búsqueda y construcción de una identidad profesional. Valeria Bedacarratx

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275). Esto a su vez, nos sirve para recordar una cuestión capital: nuestra tarea de indagación, al centrarse en inferencias e interpretaciones no podrá abandonar el terreno de las hipótesis, en tanto conjeturas (con sustento empírico y teórico) que no pretenden erigirse en certezas absolutas, sino en herramientas posibles para contribuir a la elucidación de aquellas determinaciones que están más allá de los sujetos involucrados en los procesos de formación. Y si bien la producción interpretativa tiene un sustento empírico y teórico que la valida, no puede ignorarse que la misma es una entre otras posibles. Acordamos con Baz cuando plantea:

      Deberá siempre recordarse que la tarea de análisis es ante todo un reto a la imaginación y la creatividad, y siempre será una tarea inacabada, no susceptible de considerarse completa y definitiva. (Baz, 1996: 90)

      En este sentido la comprensión que podamos aportar en torno a los elementos y procesos constitutivos de una identidad docente, están determinados por las categorías teórico-metodológicas que construimos para abordar el fenómeno y son ellas las que, consideramos, dan validez –en tanto otorgan coherencia– a nuestras interpretaciones.

      Es por ello, que la construcción teórico-metodológica (que implica una manera de concebir el trabajo interpretativo y un procedimiento para llevarlo a cabo) se erige en mediador ineludible entre sujeto investigador y fenómeno indagado –mas no en garante, claro, de neutralidad, objetividad y universalidad del sentido producido. Siguiendo la propuesta de Alonso, consideramos que “la interpretación adquiere sentido cuando reconstruye, con relevancia, el campo de fuerzas sociales que ha dado lugar a la investigación, y cuando su clave interpretativa es coherente con los propios objetivos concretos de la investigación” (Alonso, 1998: 212).

      Indudablemente estamos en el tema de los referentes desde donde se interpreta. Y es que si asumimos que como intérpretes producimos sentido, reconstruyendo una relación entre los significantes y los posibles significados a los que éstos refieren, tenemos que hacerlo desde algún lugar: desde unos ciertos supuestos teóricos (en torno al objeto y en torno a la interpretación misma) que, orientando la mirada, habilitan la producción.

      Ahora bien, si afirmamos que esta articulación –la que da lugar a la interpretación– produce sentido... a qué tipo de sentido estamos refiriendo. Ya sugerimos anteriormente, que en el campo de las ciencias sociales se trataría de un sentido sobre un sentido –estamos indudablemente en el campo de lo simbólico. Pero además... ¿cuál es la naturaleza, tanto del sentido indagado, como del que se busca producir? Y ¿cómo es posible dicha producción?

      6.3. La interpretación: “una inteligencia del doble sentido”

      Comencemos por percatarnos de que la intencionalidad de buscar un sentido al sentido que los sujetos atribuyen a la profesión docente implicaría una suerte de supuesto o más bien una “sospecha”, de que a esos sentidos primeros (accesibles a través de discursos y prácticas) subyacen otros, menos perceptibles, un tanto ocultos. A su vez, no podremos dejar de tomar en cuenta el vínculo que ata a dichos sentidos primeros al orden simbólico en donde los mismos son producidos: postulemos, en esta primera instancia, que aquella opacidad del sentido estaría vinculada a este entorno simbólico –constitutivo al mismo tiempo– del sentido.

      Pero ¿qué es lo simbólico y cómo pretendemos acceder a ello? Para abordar esta pregunta central, tomaremos principalmente los aportes de un autor, cuyos desarrollos han tenido un potencial elucidante en nuestras reflexiones y acercamiento a los materiales empíricos: se trata de la propuesta del filósofo Paul Ricœur (1976, 1965).

      Así, a una concepción amplia de lo simbólico –que alude a todas las posibles mediaciones con las que los sujetos construyen sus universos de percepción, es decir a todas las maneras de objetivar, vincularse y dar sentido a su realidad– Ricœur contrapone una noción restringida:

      Si llamamos simbólica a la función significante en su conjunto, ya no tenemos término para designar el grupo de signos cuya textura intencional reclama la lectura de otro sentido en el sentido primero, literal inmediato [...] un grupo de expresiones que tienen en común el designar un sentido indirecto en y a través de un sentido directo y que requieren de este modo algo como un desciframiento, en resumen, en el exacto sentido de la palabra, una interpretación. Querer decir otra cosa de lo que se dice, he ahí la función simbólica [...] En todo signo un vehículo sensible es portador de la función significante que hace que valga por otra cosa. Pero no diré que interpreto el signo sensible cuando comprendo lo que dice. La interpretación se refiere a una estructura intencional de segundo grado que supone que se ha constituido un primer sentido donde se apunta a algo en primer término, pero donde ese algo remite a otra cosa a la que sólo él apunta. (Ricœur, 1965: 14-15, el resaltado es nuestro)

      Por tanto, asumir que el símbolo tiene una estructura de doble o –como después señala el autor– múltiples sentidos, por la que otro(s) sentido(s) se oculta(n) en el más inmediato y explícito, nos lleva a entender a la interpretación como una “inteligencia del doble sentido” (Ricœur, 1965: 11). Así, la noción restringida de función significante y de símbolo, implica una noción restringida de interpretación. En este sentido, la tarea del intérprete no puede quedar reducida al análisis de los contenidos en su dimensión informativa y explícita...


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