El verdadero significado de la pertenencia. Toko-pa Turner

El verdadero significado de la pertenencia - Toko-pa Turner


Скачать книгу

      Hace unos años, cuando estaba con unos amigos, aprendí una importante lección sobre cómo nuestro exilio voluntario también puede perjudicar a los demás. Me encontraba en una fase de transición, me había marchado de la ciudad en la que había estado viviendo, pero sin tener otro sitio al que poder llamar hogar, y una amiga mía y su esposo me ofrecieron quedarme en su habitación de invitados. Al principio, fue estupendo estar en la casa de esta encantadora y amable pareja, pero, al cabo de unas semanas, empecé a tener problemas con mi capacidad para recibir su generosidad. Aunque no habían dado abiertamente muestra alguna por su parte para que me preocupara, empecé a sentir que era una intrusa.

      Intenté ser más servicial, pagaba la compra, hacía la comida y limpiaba cuando estaban fuera. Sin embargo, al final, ni siquiera eso me parecía suficiente. Empecé a ausentarme durante largos periodos o, literalmente, a esconderme en mi habitación, para que pudieran gozar de su privacidad y de sus ritmos. Pero lo cierto es que había vuelto a caer en esa espiral de vergüenza hacia la Zona Perdida. Tener que depender de unos amigos, en una casa que no era mía, reactivó mis viejos sentimientos de desarraigo. Pero, inconscientemente, estaba recreando el sentimiento de abandono, mientras observaba desde la famosa escalera, cómo transcurría la vida sin mí.

      Un día, mi amiga me preguntó si me pasaba algo. Al principio, intenté disimular encogiéndome de hombros. Al cabo de unos momentos, escribí temblorosa algunas palabras en un trozo de papel, porque me resultaba demasiado difícil decirlo en voz alta: «Siento que soy un estorbo». Lo que vino a continuación fue una conversación entre lágrimas, en la que mi amiga, lejos de consolarme, me ayudó a confrontar mi conducta. Me dijo que al autoexcluirme de la vida en su hogar, era yo la que estaba provocando el abandono.

      Esas palabras fueron como un jarro de agua fría. En un momento, me di cuenta de cuántas veces, en toda mi existencia, me había autoexcluido de la vida para librar a los demás de mi presencia, adelantándome a las situaciones, antes de que nadie pudiera dejarme atrás. Era una forma inconsciente de solicitar amor y atención. Igual que me había sucedido en la infancia, cuando mi ausencia estaba realmente motivada por mi deseo de ser echada en falta. Y aunque esa estrategia me ayudó a sobrevivir en mis primeros años de vida, se había quedado desfasada y, en realidad, revelaba una falta de valentía.

      Mientras sigamos ocultando facetas de nosotros mismos, porque pensamos que solo será aceptada una versión corregida o formal de nuestra personalidad, nos estaremos privando de la pertenencia. Pero también –y esta es la parte que requiere más práctica para identificarla– estaremos privando a los demás de participar en una copertenencia con nosotros.

      Para la mayoría, tanto si queremos admitirlo como si no, nuestros valores son los que nos han transmitido nuestra familia o cultura. Uno de los pasos más escalofriantes que hemos de dar en el camino de la pertenencia es aprender a diferenciar nuestra verdadera voz de la voz de la Madre Muerte, tanto en nuestra vida personal como en su manifestación en las normas culturales.

      Cuando empezamos a comprender la gélida propagación de la Madre Muerte en nuestro inconsciente personal, simultáneamente, comenzamos a darnos cuenta de que es una emisaria de una cultura que denigra lo que los junguianos denominan lo «femenino». Hay muchas cosas en nuestra forma de vivir actualmente que son hostiles, incluso letales, para lo femenino. Es agotador seguir el ritmo de una sociedad obsesionada con el consumismo, el prestigio, la productividad, la riqueza y el poder. A pesar de que tengamos éxito en estas facetas, la meta siempre es conseguir más, porque la Madre Muerte es insaciable.

      Mientras la Madre Devoradora se come lo bueno que hay en nosotros, dejando huecos de carencia en nuestro paisaje interior, también lo hace en el exterior. Se manifiesta en el impulso de saquear delicados ecosistemas, como el Ártico, en busca de petróleo. Es el hambre que tolera las granjas ganaderas y el negocio agrícola del monocultivo, aunque ello conlleve acabar con la biodiversidad. El crecimiento económico es como una célula cancerosa, que se reproduce incesantemente sin finalidad alguna, hasta acabar con su anfitrión. A la Madre Muerte no le importa qué o a quién pise en su camino, mientras ella pueda seguir creciendo.

      Depende del aislamiento, porque siempre y cuando creamos que el valor es algo que podemos alcanzar por nosotros mismos, seguiremos trabajando duro, comprando cosas y luchando por esa noción hiperindividualista del éxito. Entretanto, aumenta el número de personas para las que el éxito es un espejismo lejano. La supervivencia es a lo máximo que puede aspirar la mayoría.

      Pero ¿y si el mérito dependiera de nuestro sentido de pertenencia como colectivo? Decir mérito es otra forma de decir pleno. Es el estado de reposo de la abundancia. Es nuestro estado natural, cuando vivimos en solidaridad con los demás y en armonía con nuestro entorno. Cuando todos contribuimos al conjunto con nuestros dones y habilidades únicos, siempre tenemos más de lo que necesitamos. A la inversa, cuando las cosas van mal, nos ayudamos unos a otros, llevando la carga entre todos.

      Solo desde un lugar de recursos combinados, podremos comenzar a vencer a la Madre Muerte en nuestra cultura. A medida que vayamos acabando con esos valores heredados de nuestra dignidad intrínseca, comenzaremos a conectar con una visión única para nosotros y para el mundo en que vivimos.

      La regeneración de la herida de la carencia creada por la cultura de la Madre Muerte es un trabajo lento e importante. El primer paso para la sanación es negarnos a seguir restándole valor al impacto que la negligencia y la denigración de lo femenino tiene en nuestras propias vidas y en el mundo en general. En el ámbito personal, podría ser como reivindicar esos aspectos de lo femenino que no tiene la Buena Madre: antipatía, impaciencia, ira, aislamiento y desesperación por sentirnos respaldadas. En estos aspectos se oculta un poder que, si lo manejamos conscientemente, puede convertirse en un aliado, en vez de en un impulso destructivo.

      Cerca de cumplir los treinta, fui becaria durante algunos años en la Fundación Jung de Ontario, una organización por la que han pasado todos los grandes junguianos contemporáneos. Fue una etapa muy fructífera en la que no solo me relacioné con personas como Marion Woodman, James Hollis y muchos otros, sino que fueron mis mentores. Aunque era demasiado joven para que me admitieran en el programa de formación de psicoanálisis, cooperaba como voluntaria y, de este modo, pude aprovechar la beca al máximo. Sin embargo, llegó un momento en que me di cuenta de que, por sus prohibitivos precios y por los requisitos que exigían, era imposible que alguna vez llegara a tener el privilegio de realizar la formación. Siempre estaría fuera de ese círculo interno, a pesar de que tenía mucho que ofrecer.

      Aunque aprendí mucha teoría sobre lo femenino, necesitaba encontrar a alguien que me hablara desde lo femenino. Empecé a sentir que la visión analítica de la interpretación de los sueños era demasiado limitada. Necesitaba contactar con prácticas indígenas más centradas en la tierra, que vuelven a poner los sueños en manos del pueblo.

      Un día, a mitad de un taller de fin de semana, tuve el siguiente sueño:

      La tumba de la bruja: sueño de Toko-pa

      Soñé que algunos de los analistas masculinos de la Fundación Jung estaban en medio de un bosque construyendo una plataforma de madera. Pero no se daban cuenta de que la estaban construyendo sobre la tumba de una poderosa bruja, que se estaba despertando rabiosa. En lo que me pareció tan solo un instante, salió de su tumba y dio rienda suelta a su furia, asesinando a los hombres y a todo aquel que se cruzara en su camino. Fue un terrorífico baño de sangre.

      Me desperté sobresaltada por este sueño, mojada por el sudor y con el corazón acelerado, supe que había algo que estaba intentando captar mi atención. Esa mañana, auné fuerzas para arrastrar a mi pálido y tembloroso cuerpo hasta el lugar donde se realizaba el taller e intenté estar atenta a las explicaciones, pero la furia de la bruja seguía recorriendo mis huesos. Estaba muy claro. ¡Estaba harta de que los junguianos construyeran una plataforma sobre su tumba! ¿Y si hubiera algún camino más antiguo, que se hubiera dado por muerto, un camino femenino para los sueños y la magia que fuera


Скачать книгу