El verdadero significado de la pertenencia. Toko-pa Turner
año siguiente, lo dediqué a profundizar sobre las prácticas indígenas y chamánicas. Pero lo más importante es que reconocí que mis sueños eran mis mejores maestros. Mis sueños eran la gran Madre unificada.
Aunque se nos induce a pensar lo contrario, creo que el yo es el macrocosmos a través del cual se forma la cultura externa. De modo que, en vez de considerar el trabajo interior como un acto egoísta, podemos considerarlo un servicio a la conciencia cultural. Para sanar la herida de la carencia –generada por la falta de atención por parte de nuestra familia y nuestra sociedad– hemos de aprender a ser la madre amorosa que nunca tuvimos con nosotras mismas. Esta «rematernización» es la práctica constante, infinitamente más sencilla con la ayuda de un mentor, de aprender a cuidar de nuestras necesidades corporales, de validar y expresar nuestros sentimientos (aunque no sean bien recibidos), de poner límites saludables a los demás, de apoyar nuestras decisiones y, lo más importante, de aceptar todo lo que todavía está por resolver en nuestro corazón.
La razón por la que me gusta trabajar con los sueños para sanar traumas es que estos proyectan nuestros problemas en imágenes comprensibles. Dan forma a nuestros patrones, de modo que podemos empezar a entenderlos como una psicodinámica. Como la manzana envenenada que expulsa Blancanieves de su garganta al recibir el beso del príncipe, el veneno deja de actuar desde dentro, y se convierte en algo con lo que podemos trabajar activamente desde fuera. Desde esta perspectiva tangible, no es tan terrible y es más asequible. Y aunque puede ser un proceso aterrador, cada vez que nos enfrentamos a él, pierde su poder sobre nosotros.
A tu rematernizado yo le ofrezco esta futura bendición:
A través de las pruebas y el fuego, contra todo pronóstico, has llegado a confiar en que el mundo puede ser un lugar seguro y que tienes todo el derecho a caminar sobre él. Has convertido en padres a tus instintos, intuición y sueños; has permitido que llegue el amor donde nunca había llegado antes; has creado vida donde antes era tierra yerma. La entrega de tus dones y de tu bondad es una bendición para todos nosotros. Te ha bastado encontrar unas pocas semillas de confianza para recoger la mayor cosecha de todas, tu humilde vida en la pertenencia.
1 Marie-Louise von Franz, El puer aeternus, Barcelona, Kairós, 2006.
2 Daniela F. Sieff, «Confronting the Death Mother. The Psychology of Violence», A Journal of Archetype and Culture, edición de primavera, 2009, p. 177.
3 Daniela F. Sieff, «Trauma-worlds and the wisdom of Marion Woodman», Psychological Perspectives, número 60 (2). En imprenta, 2017.
4 Marion Woodman entrevistada por Daniela F. Sieff, Understanding and Healing Emotional Trauma, Londres y Nueva York, Routledge, Taylor & Francis Group, 2015, p. 66.
5 Daniela F. Sieff, «Trauma-Worlds».
6 Ibíd.
7 Daniela F. Sieff, The Death Mother as Nature’s Shadow: Infanticide and the Deep History of Humankind [La madre muerte como sombra de la naturaleza: infanticidio y la historia profunda de la humanidad], manuscrito entregado para su publicación, 2017.
8 Ibíd.
9 Alice Walker, El templo de mis amigos, Barcelona, Plaza & Janés, 1992.
Cuatro
La falsa pertenencia
Andrew Harvey, en su audaz autobiografía, Sun at Midnight [Sol a medianoche], narra la historia de la decepción que sufrió con Madre Meera, su gurú, durante muchos años. Estaba convencido de que ella era un avatar del aspecto femenino de lo divino; a sus cuarenta y un años, había dedicado una década de su vida a seguir sus enseñanzas y a la captación de alumnos de todo el mundo. Pero cuando Harvey conoció al amor de su vida, un fotógrafo llamado Eryk Hanut, Meera empezó a ejercer presión sobre él para que se casara con una mujer. Durante un tiempo, intentó mantener sus dos vidas separadas, pero la gota que colmó el vaso fue que Meera le pidiera que escribiera un libro en el que explicara que su fuerza divina le había curado su homosexualidad.
Harvey no quiso renunciar a su sexualidad y esto provocó una dolorosa ruptura con su maestra, de la que ahora piensa que es una falsa gurú. Lo que le sucedió después lo considera «la aniquilación», porque no solo fue increpado por el grupo de discípulos de Meera, con amenazas de muerte incluidas y, literalmente, bombas incendiarias en su casa, sino que eso lo arrojó a la desesperación de una crisis espiritual, que lo condujo a cuestionarse todo lo que había aceptado como cierto.
Había dedicado diez años de su vida a lo que pensó que era su lugar de pertenencia. Como muchos de nosotros, estoy segura de que, si reflexionara sobre esa década de su vida, se daría cuenta de que hubo muchos momentos en que no hizo caso de las señales de aviso y que eludió aceptar su propia verdad. Pero al conocer a Eryk fue como si el amor le hubiera dado fuerzas para atreverse a ser él mismo. El precio de dar el paso hacia su grandeza fue alto, pero el que tenía que pagar por seguir siendo pequeño era intolerable.
En algunos casos, las personas pueden identificar claramente el momento concreto en el cual hicieron su voto interior de insignificancia. En otros, sin embargo, la contracción de su espíritu tiene su origen en las repetidas miradas de desaprobación, burlas o críticas de su talento particular. Hay veces que se debe a que viven bajo la eclipsadora sombra de la personalidad de otro individuo. Pero este acto de contracción siempre es aprendido. Aprendemos que si queremos encajar en un lugar, hemos de dividirnos, encogernos y silenciarnos o volvernos invisibles.
Aprendemos a vivir con la limitada paleta de colores considerados aceptables para ser expresados públicamente, mientras que los oscuros, las inclinaciones más vívidas de la condición humana, son eliminados de la conversación. Condenados a la reclusión, la tristeza reprimida, los defectos ocultos, los deseos indecorosos y las vulnerabilidades pueden sobrevivir toda una vida en el anonimato refugiándose de nosotros mismos. Pero al disociarnos de la plenitud de nuestra existencia, nos volvemos mucho más susceptibles a lo que el poeta John O’Donohue llama «la trampa de la falsa pertenencia». 1
Nuestro anhelo de tener una comunidad y un propósito es tan fuerte que puede conducirnos a que nos unamos a grupos establecidos, adoptemos sistemas de creencias o, incluso, tengamos empleos y relaciones, porque, de este modo, a nuestro menoscabado o fragmentado yo le parece que pertenece a algo más grande. Pero estos lugares, a menudo, tienen sus propios motivos y pactos secretos. Nos ofrecen una afiliación condicionada, nos piden que renunciemos a algunas de nuestras facetas para poder formar parte de su comunidad. En lugar de comprometernos con el lento y necesario proceso de ir acumulando confianza para tejer una vida de auténtica pertenencia, intentamos satisfacer nuestro anhelo viviendo en comunidades marginadoras.
Tal vez estos grupos nos inviten a entrar, pero esta afiliación es a cambio de que aceptemos sus normas u objetivos. Por ejemplo, quizás optemos por una carrera profesional que satisfaga nuestras necesidades de seguridad o clase social, pero a cambio de renunciar a nuestra creatividad y sentimientos. Tal vez sea a través de una relación que nos