La cúspide del aire. Sergio Milán-Jerez
p>Sergio Milán-Jerez
LA CÚSPIDE DEL AIRE
TRILOGÍA DE VIDAR 3
Primera edición: septiembre de 2020
©Grupo Editorial Max Estrella
©Editorial Calíope
©Sergio Milán-Jerez
©Trilogía de Vidar 3
©La cúspide del aire
©Portada: Alex Dmetal Designs
ISBN: 978-84-122178-8-9
Grupo Editorial Max Estrella
Calle Doctor Fleming, 35
28036 Madrid
Editorial Calíope
www.editorialcaliope.com
Este libro está dedicado a
todas aquellas personas que viven
con algún tipo de discapacidad.
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
EPÍLOGO
La corrupción es una lacra que afecta a los valores más esenciales de cualquier país democrático. Agentes de los distintos Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado luchan cada día para poner freno a aquellos que deciden utilizar la política para su propio beneficio, en lugar del bien común.
He aquí todo mi reconocimiento.
Daba el reloj las doce... y eran doce
golpes de azada en tierra...
―¡Mi hora! ... ―grité. El silencio
me respondió: ―No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.
Antonio Machado
Daba el reloj las doce… y eran doce
PRÓLOGO
La detención de Óliver Segarra provocó un cisma de dimensiones estratosféricas en gran parte de la sociedad española. Mucha gente no entendía por qué un hombre de su posición había sido capaz de matar a John Everton a sangre fría; otras personas, directamente, no se lo creían y culpaban a los Mossos d’Esquadra de utilizar a Óliver Segarra como cabeza de turco, por su incompetencia para encontrar al verdadero asesino.
Durante los siguientes días, algunos periodistas ―desde sus respectivas columnas de opinión y también sentados a la mesa de programas de televisión de máxima audiencia― alimentaban con teorías conspirativas todo lo que rodeaba al asesinato del empresario John Everton.
El Grupo de Homicidios de la Región Policial Metropolitana Sur tuvo que mantener la calma, sobre todo el sargento Aitor Ruiz, que, sin comerlo ni beberlo, le habían hecho un hueco a la hora del telediario. Su popularidad había crecido con la investigación del triple crimen de Everton Quality, algo que no le hizo mucha gracia, pero que tuvo que aprender a lidiar sobre la marcha; aunque, sinceramente, eso no era lo que más le importaba.
Muy pronto se vería las caras con Óliver Segarra y estaba deseoso de que llegara ese día.
Ahora bien, teniendo en cuenta que la popularidad podría convertirse en una bendición para unos, pero también en una maldición para otros, Aitor Ruiz tendría que vigilar cada paso que diese. Un grupo de hombres empezaba a hacerse eco de sus éxitos policiales y no estaban dispuestos a renunciar a ciertas cosas.
Comenzaba así una dura oposición de consecuencias inimaginables, y no habría nada ni nadie que pudiese evitarlo.
Capítulo 1
Miércoles, 25 de julio
El esperado encuentro entre Óliver Segarra y el sargento Ruiz se produjo casi dos semanas después de haber hablado por teléfono. Para ello, Aitor Ruiz se dirigió al centro penitenciario de Brians 2 de Sant Esteve Sesrovires, donde Óliver y su abogado esperaban en una sala habilitada para las comunicaciones familiares, sin cristal de por medio.
Llegó a las nueve y media de la mañana, tal y como habían quedado. Cuando tomó asiento en la silla, dio las gracias al funcionario uniformado y éste salió de la habitación y cerró la puerta. A decir verdad, tenía unas ganas enormes de saber qué quería de él, y más aún cuando vio una carpeta encima de la mesa. Sintió la tentación de abrirla, pero rehusó hacerlo. La educación estaba por encima de todo, al menos, eso creía…
―Se preguntará por qué le he hecho venir hasta aquí ―dijo Óliver Segarra, con gesto serio.
―Pensaba que sería la última persona a la que usted querría ver ―respondió con sinceridad.
―Yo también pensaba lo mismo ―manifestó, tras un suspiro, mientras bajaba la mirada y sus ojos se posaban en la carpeta.
Aunque llevaba menos de dos minutos en aquella habitación, el sargento Ruiz supo de inmediato que Óliver Segarra tenía una jugada maestra guardada bajo la manga, como si lo conociera de toda la vida. Si algo había aprendido de él, era que nunca dejaba nada al azar, por muy mal que le fueran las cosas, y éste, sin duda, era un momento terriblemente complicado.
―La respuesta está en esa carpeta, sargento. Ábrala y échele un vistazo.
El