La cúspide del aire. Sergio Milán-Jerez

La cúspide del aire - Sergio Milán-Jerez


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los platos ―dijo con una sonrisa.

      ―Se lo agradezco, de verás, pero no hacía falta que nos hiciera la comida ―repuso el sargento, visiblemente ruborizado.

      Ella seguía sonriendo.

      ―Para mí no es ninguna molestia.

      Aitor Ruiz miró al inspector y éste le sonrió. A continuación, Diego Carrasco dijo:

      ―Eva, puedes marcharte a casa.

      ―¿Está seguro, inspector?

      ―Nos las apañaremos. ―Sonrió levemente―. El sargento Ruiz es un barman de primera, ¿verdad, sargento?

      Él asintió.

      ―Sí. Muchas gracias.

      La fisioterapeuta recogió sus cosas y se despidió hasta el día siguiente. Cuando se quedaron solos, Aitor Ruiz fue directo a la cocina. Abrió la cazuela y vio que había preparado botifarra amb mongetes ―en castellano, butifarra con alubias blancas―: un plato típico de la gastronomía catalana. Olía delicioso, así que no perdió el tiempo en tonterías: llenó los platos y los llevó a la mesa. Como el inspector todavía tenía problemas de visión, se sentó cerca de él, a su derecha.

      En silencio, comenzaron a comer. Pasado un rato, el sargento Ruiz dijo:

      ―Esta mañana he estado en Can Brians.

      Diego Carrasco cogió la servilleta y se limpió la boca, luego volvió a dejarla en su sitio.

      ―¿Ha hablado con Óliver Segarra?

      El sargento Ruiz asintió con la cabeza.

      ―Más que eso ―carraspeó―. Óliver Segarra me ha entregado una carpeta con información muy valiosa, que, de alguna u otra manera, está relacionada con mis dos investigaciones.

      ―¿A cambio de qué?

      ―A cambio de nada.

      Diego Carrasco frunció el ceño.

      ―¿Así, sin más?

      ―Lo he visto muy tranquilo. Creo que, en el fondo, piensa que no acabará siendo condenado. El abogado basará su defensa en que no tenía motivos para asesinar a John Everton. Pero usted y yo sabemos que eso no es así.

      Con un poco de dificultad, Diego Carrasco cogió el vaso de agua y le dio un sorbo. Luego, apartó su plato, que estaba casi vacío.

      ―Aitor… todavía no he decidido lo que voy a hacer.

      ―Usted es la llave de este caso.

      ―Ya hemos hablado sobre eso muchas veces.

      Aitor Ruiz siguió apretando, con la intención de que reaccionase.

      ―Hace unos meses intentaron matarlo. ¿En serio va a decirme que merece la pena seguir protegiendo a John Everton?

      ―No es tan sencillo.

      ―Inspector…

      ―Necesito más tiempo.

      ―Tiempo es el que no tenemos ―repuso Aitor Ruiz―. La jueza Saavedra ha fijado las cuestiones previas el 10 de septiembre.

      ―Tendrán que seguir investigando por su cuenta.

      ―¿Han vuelto a intentar hacerle daño?

      ―No.

      ―¿Me lo diría?

      El rostro de Diego Carrasco se tensó.

      ―¡Por Dios Santo!, pues claro.

      Aitor Ruiz volvió a asentir con la cabeza. Cuando quiso decir algo, el inspector Carrasco se le adelantó:

      ―Hábleme de la carpeta. Ha dicho que contiene información muy valiosa.

      Aitor Ruiz se dio cuenta de que el inspector quería cambiar de tema, de modo que no se opuso.

      ―Óliver Segarra me ha entregado en bandeja una supuesta trama de secuestros y violaciones a mujeres a nivel internacional, que incluye nombres de empresarios y personalidades muy influyentes. A uno de los implicados lo estamos investigando, en este momento, por el asesinato de Carles Giraudo. Se trata de un poderoso constructor de Madrid, que tiene contactos al más alto nivel. Fíjese si tiene recursos, que intentamos hablar con él y tuvimos que salir de la sede de su empresa, para evitar que nos pusiera una denuncia por acoso. ―Hizo una corta pausa y añadió―: Ese tipo está muy bien protegido y no dejará que nadie se acerque a él.

      ―¿Hay pruebas de peso contra ellos?

      ―Sobre el papel, se podría decir que sí, pero se debe investigar a fondo.

      ―Deberás informar de esto a la subinspectora Pacheco.

      ―Eso es lo que me tiene un poco preocupado.

      Diego Carrasco lo miró con cara rara.

      ―¿Por qué?

      ―¿Es de fiar?

      ―Tendrá que serlo.

      De repente, los dos se quedaron en silencio; poco después, el inspector Carrasco se encargó de romperlo.

      ―Haga una copia de todo, sargento.

      ―Ya lo he hecho ―sentenció.

      Al día siguiente, la cabo Irene Morales y el agente Joan Sabater se dirigieron a la inmobiliaria Gloria House, ahora situada cerca del Turó Parc. Llegaron quince minutos antes de las dos del mediodía, y se quedaron apostados en la acera de enfrente, esperando la hora de cierre. Poco después, la dueña de la inmobiliaria, Gloria Ballesteros, salió del establecimiento, junto a otra mujer, y cerró la puerta con llave. Los dos policías esperaron a que se despidieran para acercarse a ella; cuando los vio venir, se sorprendió.

      ―¿Qué les trae por aquí?

      ―¿Podemos hablar con usted? ―preguntó Irene Morales.

      Ella se quedó pensando un instante.

      ―Mmm. ¿Tiene que ser ahora? Abro en un par de horas y mi casa me queda un poco lejos.

      ―No le robaremos más de diez minutos ―dijo Joan Sabater.

      ―¿Ha pasado algo?

      ―No se preocupe ―dijo Irene Morales―. Solo queremos que nos confirme un par de cosas.

      Alrededor de las cuatro de la tarde, Olivia Pacheco, subinspectora al frente del Área Territorial de Investigación de la Región Policial Metropolitana Sur, examinó detenidamente los papeles que tenía en las manos, bajo la atenta mirada del sargento Ruiz, que no perdía detalle de sus movimientos. Se encontraban sentados en el despacho de ella, y a juzgar por la posición corporal del sargento, no parecía estar muy a gusto.

      ―¿Alguien más tiene conocimiento sobre esta información? ―dijo la subinspectora, después de estar un rato en silencio.

      ―Solo lo sabemos nosotros dos, además de Óliver Segarra y su abogado.

      ―Que nosotros sepamos…

      ―Sí, y bueno… tampoco podemos olvidarnos de su informador.

      ―¿Sabemos de quién se trata?

      ―No, pero debe de ser muy bueno. Este trabajo de investigación no podría hacerlo cualquiera.

      La subinspectora Pacheco se mostró cauta.

      ―Esta información es extremadamente delicada. Antes de dar cualquier paso, tenemos que comprobar la veracidad de su contenido.

      ―Claro, eso mismo había pensado yo.

      La subinspectora Pacheco asintió.

      ―Quiero que sigáis investigando a Ángel De Marco. Tenemos que encontrar pruebas que lo vinculen con el asesinato del


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