La cúspide del aire. Sergio Milán-Jerez
Quizá les pidió algo que no estaban dispuestos a aceptar.
Aitor Ruiz frunció el ceño.
―¿Qué quieres decir?
―Las personas que atesoran tanto poder, suelen disfrutar de enormes privilegios, y si no, intentan imponerlos a la fuerza, sea como sea.
―Pero ¿por qué? Carles Giraudo era un violador que disfrutaba haciendo daño a sus víctimas. Las pruebas, así como el testimonio de una de ellas, determinan que disponía de grandes recursos para poder llevar a cabo sus “actividades”. ¿Por qué iba a arriesgarse tanto?
―Acuérdate de Miquel Ripoll, el tipo que iba a declarar en la Audiencia Provincial: su muerte también se produjo en extrañas circunstancias. Por alguna u otra razón, ambos no estaban muy de acuerdo con el modo en que se estaban haciendo las cosas.
Aitor Ruiz tomó aire y lo expulsó con lentitud.
―Tengo la sensación de que Ángel De Marco, ni ninguno de los otros protagonistas, no tienen ni idea acerca de estos documentos. Si es así, eso nos daría cierta ventaja para maniobrar.
―¿En qué estás pensando?
―Bueno, creo que tendríamos que pasarnos por las cinco direcciones que están dentro de nuestra jurisdicción, y a ver qué nos encontramos. Sería un buen punto de partida.
―Muy bien, sargento. ―Cogió los papeles, los metió dentro de la carpeta y se la devolvió.
Ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos, hasta que el sargento Ruiz hizo la siguiente pregunta:
―¿Hablará con la fiscal Mera?
―Voy a esperarme un poco. No creo que sea una buena idea ponerla al corriente. Cuando tengamos algo más, será informada.
Aitor Ruiz se quedó más tranquilo.
Xavi García y Artur Capdevila se encontraban sentados a la mesa de un reservado de La Universidad. Ambos fumaban un porro, acompañándolo con un café con leche y un rooibos de tiramisú, respectivamente. En ese instante, discutían sobre el encarcelamiento de Jósef Sokolof, producido hacía unos meses por la División de Investigación Criminal de Barcelona de los Mossos d’Esquadra.
―Creo que, si hubiera seguido haciendo preguntas, al final hubiese descubierto que fui yo quien habló con Óliver Segarra ―dijo Xavi.
Artur lo miró con paciencia infinita.
―Se te fue un poco la chaveta.
―¿Eso crees?
―¿Cómo coño se te ocurre presentarte delante de Óliver Segarra y decirle en su cara que es un asesino?
Xavi torció el gesto.
―Porque lo es ―sentenció―. Esa noche cometí un tremendo error y me arrepentiré durante toda mi vida. Además, no tenía que verlo, pero lo vi, entrando a escondidas en aquel edificio.
―Fue su decisión. Y creo que motivos no le faltaban, para hacer lo que hizo.
―¿Lo justificas?
―Para nada. Solo digo lo que he visto en las noticias. Si ha matado a ese hombre, que cumpla su condena, como todos. Nosotros tenemos un negocio que atender y no podemos permitirnos el lujo de cagarla, y tú te metiste de lleno en la boca del lobo.
―En ese sentido, la cosa está más calmada.
―Ya, ¿pero a qué precio?
―Tendremos que apañárnosla.
―Pero con los ojos bien abiertos ―repuso―. Marek sigue siendo fuerte, pero con su hermano Jósef era temible. ―Soltó un suspiro―. Tampoco me tranquiliza lo que pueda hacer Ánder Bas a partir de ahora: ¿quién te dice a ti que no vuelve a buscarme para terminar su trabajo? Ese desgraciado no tiene nada que perder.
―Marek fue muy claro con él.
Artur dio una larga calada al porro y luego expulsó el humo por la boca.
―Espero que no te equivoques. No me gustaría volver a poner en peligro a mi novia.
Xavi estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo; en lugar de eso, cogió la taza y le dio un sorbo al café con leche. En realidad, su amigo tenía razón: Ánder Bas era una persona bastante desequilibrada, que, en un momento dado, podía armar un altercado de grandes dimensiones.
―Por cierto ―comenzó a decir Artur―, no hemos vueltos a hablar del incidente que tuviste con tu hermana.
Xavi hizo una mueca de reflexión.
―No hay mucho que contar. Mar sigue enfadada conmigo, y dudo mucho que se le pase. ―Respiró profundamente―. Joder, nunca la había visto así. Si no llega a ser porque los chicos estaban conmigo… no sé qué hubiera pasado.
Artur se terminó el rooibos.
―¿Has hablado con ella? ―preguntó.
―Lo he intentado, pero no ha habido manera. Vino al hospital el día que nació Nora, y sé que ha subido a casa, cuando yo no estaba. ―Hizo una leve pausa y añadió con resignación―: Está claro que no quiere coincidir conmigo.
―Tendrás que darle tiempo.
―¿Tiempo? No la conoces. Todavía piensa que estoy protegiendo al asesino de Brian, cuando realmente es a ella a quien protejo.
Artur dejó el porro en el cenicero y se recostó en la silla. Meditó durante unos instantes y dijo:
―Y a todo esto, Xavi, Marek Sokolof no sabe nada, ¿verdad?
―Espero que no. Les hice prometer a los chicos que no se lo dirían a nadie. Aunque me preocupa más que Mar se crea que ya es policía y vaya haciendo preguntas por su cuenta.
―¿Crees que ese sargento de los Mossos habló con ella?
―¿Quién si no? Seguro que lleva mucho tiempo detrás de Óliver Segarra. Por eso se enteró de nuestro encuentro.
Artur sintió un escalofrío.
―¿Qué sabrá de nosotros?
Xavi lo miró intensamente y luego dijo:
―Lo suficiente para empezar a preocuparnos.
El Grupo de Homicidios, excepto la agente Aina Fernández, que todavía seguía de baja tras sufrir una herida por arma de fuego en el tiroteo con Bedisa Bachilava, pasó toda la tarde en la sala de reuniones del Área Territorial de Investigación de la Región Policial Metropolitana Sur, intercambiando las últimas novedades sobre las dos investigaciones que tenían encima de la mesa: el triple asesinato de Everton Quality y el asesinato de Carles Giraudo, al que, desgraciadamente, había que añadir los asesinatos de dos agentes de los Mossos, abatidos a tiros, cuando custodiaban al doctor Abdul Abbas, todavía desaparecido. La cabo Morales empezó hablando de Ismael Muñoz, el comercial que encontró el cuerpo sin vida de John Everton, en un edificio en alquiler de L’Hospitalet de Llobregat. Después de mantener una charla con su jefa, Gloria Ballesteros, llegaron a la conclusión de que era el momento idóneo para volver a tomarle declaración. Aunque Jósef Sokolof estuviera entre rejas, era evidente que había una conexión entre ambos.
Lluís Alberti también habló sobre el hallazgo de un todoterreno de la marca Volvo, que coincidía con la descripción facilitada por los dos testigos de la gasolinera: quince días antes, una patrulla de la comisaría de los Mossos de Badalona, en una de sus vueltas rutinarias, se topó con dicho todoterreno, en el Polígono Industrial Badalona Sur. Los propios agentes reconocieron que no se hubieran parado si no hubiera sido porque la parte trasera del vehículo carecía de matrícula; al introducirla en la base de datos, descubrieron que pertenecía a una empresa de alquiler de coches de lujo, radicada en Sant Sadurní d’Anoia ―un municipio de la comarca del Alto Penedés, de la provincia de Barcelona―. Cuando el Grupo de Homicidios tuvo conocimiento de este hecho, enseguida