Repensar las desigualdades. Elizabeth Jelin
significativos que complican este camino de movilidad. Más importante aún, la utilidad relativa en cualquier nivel dado de capital humano y logro educativo está sometido a cambios significativos con el paso del tiempo. Por ejemplo, tener educación primaria completa era un estándar alto de ventaja educativa a finales del siglo XIX, pero hoy no se considera como un indicador alto del logro del capital humano. La alfabetización informática casi no existía cuarenta años atrás, pero sin duda hoy es una habilidad crucial. En particular en las naciones más pobres, los esfuerzos para obtener los beneficios asociados con un capital humano y un nivel educativo mayores a menudo implican participar en una carrera cuya meta se mueve constantemente hacia adelante.
En gran parte de la literatura predominante actual, los cambios en las utilidades diferenciales del trabajo calificado y no calificado y en quién tiene acceso a estas oportunidades son fundamentales para la comprensión de la estratificación y movilidad social. Estos cambios en los retornos son, de hecho, uno de los ejes fundamentales alrededor de los cuales se ha constituido históricamente la desigualdad. Pero lo que suele faltar en la literatura mainstream, y lo que una perspectiva histórica mundial nos hace observar, son las formas cambiantes en que la “habilidad” ha sido construida con el tiempo como un criterio a través del cual las utilidades se distribuyen de manera diferencial en varias poblaciones.
Esta perspectiva ayuda a comprender, por ejemplo, por qué ciertos criterios (“alfabetización”, “educación primaria”, “educación secundaria”, “conocimientos informáticos”) sirven para reclamar (o justificar) mayores utilidades en un período pero no en el tiempo, por qué algunos trabajos se perciben como “no calificados” en ciertos países pero como “expertos” en otros, o por qué los nuevos procesos de producción podrían leerse como una “descalificación” en algunos países pero como una “mejoría” en otros. En otras palabras, una perspectiva histórica mundial destaca que los criterios de “capital humano” que sustentan la desigualdad son en sí el resultado de acuerdos institucionales vinculados a los procesos de destrucción creativa schumpeterianos.
Schumpeter sugiere que, en vez de una única transición de un estado de equilibrio a otro, debemos concebir que el capitalismo entraña una transformación continua:
El capitalismo es, por naturaleza, una forma o método de cambio económico que no es ni jamás podrá ser estacionario. La apertura de nuevos mercados, nacionales o extranjeros, y el desarrollo organizacional desde el taller hasta las preocupaciones tales como las del US Steel [Acero de los Estados Unidos] ilustran el mismo proceso de mutación industrial –si puedo usar ese término biológico– que sin cesar revoluciona la estructura económica desde adentro: destruyendo lo viejo y creando lo nuevo, incesantemente. Este proceso de Destrucción Creativa [en mayúsculas en el original] es el hecho esencial del capitalismo. En esto consiste el capitalismo y es donde reside toda preocupación capitalista (Schumpeter, 1942: 82-3).
En el modelo schumpeteriano, la introducción y la agregación de las innovaciones perturban las disposiciones económicas y sociales existentes. Con el tiempo, este es el proceso fundamental que impulsa los ciclos de prosperidad (que se caracterizan por una inversión intensa en nuevas oportunidades productivas) y de depresión (que se caracterizan por una absorción más amplia de prácticas innovadoras y una eliminación de actividades más vetustas).
En vez de reflejar una capacidad objetiva para satisfacer ciertos requerimientos técnicos (o cualquier cosa relacionada con las tareas realizadas en la producción), la variedad de las poblaciones relevantes en las categorías de calificados y no calificados en todo el mundo está vinculada a los procesos de destrucción creativa. En su mayor parte, los “calificados” en cualquier conjunto de distribución particular están constituidos por aquellos que están involucrados en el extremo más “creativo” de los procesos de destrucción creativa descriptos por Schumpeter. La desacreditación y creación de los no calificados es el resultado de la constante “destrucción”, y los procesos de construcción de la desigualdad categorial están vinculados a los criterios que se utilizan en cualquier momento histórico dado para agrupar a las poblaciones en las categorías “calificadas” y “no calificadas” (hoy “no calificadas” se refiere a la mayor parte de esas actividades, que alguna vez se consideraron “calificadas”, y que ahora son realizadas por poblaciones en o desde fuera de los dos primeros deciles globales de los ingresos del gráfico 1.1). Históricamente, la incorporación a los puestos calificados se ha visto limitada por la regulación de la competencia (como en las ciudades descriptas por Adam Smith). El uso de criterios de adscripción para clasificar las poblaciones y, por lo tanto, construir lo que es “calificado” o “no calificado” (ciudad y campo, pero también mujeres y hombres, negros o blancos, naciones pobres o naciones ricas) ha sido constitutivo de la propia creación y reproducción de la desigualdad.
Mientras que las estrategias revisadas antes se centran en la movilidad a nivel individual, la movilidad dentro de los países ha incluido las diferentes formas de acción colectiva (movimientos sociales, organización empresarial) y de movilización política (de la participación electoral a las asambleas revolucionarias) a través de las cuales diversos actores han intentado mejorar su dominio sobre los recursos dentro de las fronteras nacionales –lo que Hirschman (1970) describe como el ejercicio de la voz–.[7] En gran medida, la misma constitución de los Estados nación sobre el desarrollo de la economía mundial ha sido parte integral del ejercicio de la “voz” de los actores sociales relevantes.
Desde una perspectiva histórica mundial, el impacto de estas estrategias ha sido siempre complicado: el éxito de los reclamos por parte de un actor (el trabajo organizado en los países ricos) podría ir a la par de la exclusión de otros (los inmigrantes de países más pobres). Así, el mismo proceso (la búsqueda de una distribución más equitativa de los recursos por parte de los Estados de bienestar en los países ricos) puede tener resultados muy diferentes si examinamos sus efectos solo dentro de los límites de cada uno de los Estados nación o del mundo en su conjunto.
Entonces, los que abogan por una mayor equidad ¿cómo deberían evaluar el resultado de las luchas que al mismo tiempo aumentan la riqueza y el bienestar de algunos (trabajadores varones urbanos en los países de mayores ingresos después de la Segunda Guerra Mundial) mientras que fortalecen los acuerdos institucionales que conducen a la exclusión de otros (los inmigrantes de países más pobres)?
Hay muchas respuestas posibles. Algunos sostienen que todos los países tienen sus respectivas poblaciones en situación de desventaja, que solo pueden definirse a sí mismas y a sus objetivos en relación con su entorno nacional, y que la lucha de las poblaciones más pobres en los países ricos no solo es significativa en y por sí misma, sino que además ayuda a elevar los estándares de bienestar en todo el mundo. Otros se centran en los efectos de la exclusión en mejorar la desigualdad relativa y facilitar la reproducción de la privación absoluta en los países más pobres, y sostienen que los avances de las poblaciones desfavorecidas en los países ricos son insignificantes respecto de las necesidades de la mayoría de la población mundial. Y, por supuesto, la mayoría de los defensores de una mayor equidad probablemente rechazaría aproximarse a la cuestión como un dilema, y en su lugar buscaría reconocer como valiosos todos los esfuerzos para fomentar los intereses de los menos privilegiados en relación con las poblaciones más ricas –sin importar si estos esfuerzos ocurren dentro de los límites nacionales o globales–.
Camino B: movilidad entre países
El segundo camino de la movilidad en la estratificación social global ha consistido en la búsqueda del crecimiento económico nacional. China y la India hoy encarnan gran parte del optimismo sobre las recompensas potenciales de este camino. Como señalamos antes, si la tasa actual de crecimiento de estos dos países se mantiene tan alta como lo es en la actualidad, podría cambiar el semblante de la estratificación global. Históricamente existió la movilidad de naciones individuales, como en los casos de Suecia a finales del siglo XIX, Japón justo después de la Segunda Guerra Mundial o Corea del Sur en las décadas del setenta y ochenta del siglo XX. Pero en el pasado, la movilidad ascendente de naciones individuales tuvo lugar en un escenario en el que continuó la desigualdad sistémica o esta se hizo aún más pronunciada. El mayor tamaño de China y la India hace que la historia