Repensar las desigualdades. Elizabeth Jelin
los últimos dos siglos, el desarrollo de altos niveles de desigualdad entre los países estaba estrechamente vinculado a los acuerdos institucionales que caracterizaron a los niveles más bajos de desigualdad dentro del país en las naciones más ricas del mundo. En cierto sentido, los acuerdos institucionales –una forma particular de distribuir las ganancias y pérdidas relativas que surgen de los procesos más cotidianos de destrucción creativa– han constituido una innovación histórica schumpeteriana. Pero con el tiempo, los mismos acuerdos institucionales creados a través de la innovación se empiezan a caracterizar por rigideces, lo que crea nuevas oportunidades competitivas para la movilidad global –como en el ejemplo de Adam Smith del campo y la ciudad, la efectividad de las barreras de entrada ha generado nuevos nichos de oportunidad; como en la mano de obra barata movilizada en China o la India durante sus primeras décadas de crecimiento sostenido–.
Debemos señalar aquí que la búsqueda del crecimiento económico nacional a menudo se retrata en términos de una disposición de las personas para permitir una mayor desigualdad en su propio país a cambio del crecimiento de la riqueza general disponible para su distribución. Aun si se deja de lado el hecho de que no todas las estrategias de crecimiento económico conllevan un aumento de la desigualdad dentro del país (como lo indica la literatura sobre “crecimiento con equidad”), incluso la existencia de tal compensación no sería indicativa de una falta de preocupación por la desigualdad. La búsqueda del crecimiento económico implica el reconocimiento del papel crucial de la desigualdad entre países en la conformación de la estratificación mundial. Cuando las personas en Corea del Sur y China respaldan políticas diseñadas para generar crecimiento económico, en vez de desentenderse de las preocupaciones por la desigualdad están reconociendo la importancia potencial de ese camino para participar en la movilidad social ascendente dentro de un sistema global de estratificación.
Pero ese camino de crecimiento económico nacional no ha sido fácilmente accesible para vastas partes del mundo, y las historias de éxito han sido más la excepción que la regla para la mayoría de la población mundial. Durante la mayor parte de los últimos dos siglos, el camino de la movilidad social a través del crecimiento económico nacional no ha cumplido su promesa. Incluso en el caso de México, ligado durante los últimos quince años a un acuerdo de libre comercio con Canadá y los Estados Unidos, el crecimiento económico no ha sido lo suficientemente alto como para permitir que un solo decil del país equipare a los de los Estados Unidos.
Como en el caso de los logros educativos esta es, otra vez, una situación en la que las metas siempre se mueven hacia adelante. De esto se trata, en el fondo, la noción de destrucción creativa de Schumpeter. Los procesos de innovación constante han garantizado, históricamente, la eventual obsolescencia de cualquier estándar vigente que caracteriza un momento determinado en el tiempo –estándares de educación o tecnologías productivas–. En un país como México, esto podría significar correr muy rápido para quedarse quieto (si no quedar rezagado). Durante los últimos dos siglos, esta ha sido la historia más frecuente en la mayoría de los países. El desarrollo y la implementación de panaceas de crecimiento (Japón en los años setenta, Corea del Sur en los ochenta o China en la actualidad) rara vez han proporcionado un modelo replicable para el éxito y, de hecho, han sido parte integral de la constante creación de obsolescencia.
Camino C: saltar la desigualdad categorial
Llegamos así al único medio más inmediato y eficaz de movilidad social global para las poblaciones en la mayoría de los países: la migración. Dado el papel crucial de la nacionalidad en la configuración de la estratificación global, “saltar” las categorías al pasar de un país más pobre a uno más rico es una estrategia de movilidad muy efectiva (véase el gráfico 1.2).
El gráfico 1.2 regresa a nuestra muestra de estratificación global para resaltar ciertos patrones de migración internacional. En el gráfico se utilizan datos de 2007 para presentar de manera estilizada la posición global relativa de los deciles por país de seis naciones del gráfico 1.1, con flujos de migración considerable entre ellos: Guatemala, México y los Estados Unidos en un lado, Bolivia, la Argentina y España en el otro. México es un país receptor de migrantes procedentes de Guatemala y un país de envío de migrantes a los Estados Unidos, así como la Argentina es un país receptor de migrantes procedentes de Bolivia y un país de envío de migrantes a España. El objetivo principal del gráfico es ilustrar cómo la estratificación global produce fuertes incentivos para la migración de individuos o grupos de personas en los países relativamente más pobres. En el caso de Guatemala, por ejemplo, en 2007, cualquier persona perteneciente a los siete deciles más pobres experimentaría movilidad ascendente al acceder a los ingresos del segundo decil más pobre en México. En el caso de México, los incentivos son aún más sorprendentes, ya que todos, excepto el decil más rico, encontrarían una movilidad ascendente al acceder al ingreso promedio del segundo decil más pobre de los Estados Unidos.
Como en el otro ejemplo, en Bolivia cualquier persona que pertenezca a los ocho deciles más pobres participaría en un proceso de movilidad ascendente al obtener acceso al ingreso promedio del segundo decil más pobre de la Argentina. En el caso de la Argentina con relación a un país más rico (España en 2007), los incentivos son, de nuevo, aún más sorprendentes ya que en en ese año todos, excepto el decil más rico de la Argentina, habrían encontrado movilidad ascendente al acceder al ingreso medio del segundo decil más pobre en España[8] (y, por supuesto, la reversión de algunos de los flujos migratorios entre España y la Argentina a lo largo de los últimos diez años, dado que aumentó el desempleo en España, ilustra más aun el grado en que dichos flujos son contingentes sobre la evolución de las diferencias de ingresos). Dichas disparidades ayudan a explicar por qué los inmigrantes por causas económicas a menudo están dispuestos a abandonar una situación profesional en su país de origen para trabajar en posiciones relativamente más bajas en su país de destino –lo que subraya, una vez más, el significado contingente de “capacidad” y “capital humano”–.
Por supuesto, la migración no es solo el producto de diferencias en los incentivos del ingreso. Migrar requiere acceso a múltiples recursos, desde los necesarios para cubrir los costos de transporte y de entrada a un país extranjero hasta las redes sociales que pueden facilitar el acceso a vivienda y trabajos –y estos recursos no están igualmente disponibles para todos los grupos de población de un país dado–. E incluso en presencia (o ausencia) de fuertes incentivos de ingresos, las decisiones de migrar también se basan en consideraciones más amplias relativas a la seguridad, la salubridad, el bienestar y las relaciones personales. Sin embargo, Albrecht y Korzeniewicz (2015) y Korzeniewicz y Albrecht (2016) indican que aun cuando se tienen en cuenta estas consideraciones más amplias, las diferencias de ingresos siguen siendo la variable más significativa para explicar los patrones globales de los flujos migratorios.
Los dos caminos ya analizados de movilidad, la mejora del capital humano y la búsqueda del crecimiento económico nacional, requieren mucho tiempo para generar las utilidades pretendidas y están plagados de un grado alto de incertidumbre respecto de si dichas devoluciones llegarán como se espera. Por el contrario, la tercera vía de la movilidad en la estratificación global que estamos describiendo, la migración, aunque a menudo requiere un gran nivel de determinación y valentía, tiende a ofrecer ganancias mucho más inmediatas y ciertas (aunque un tipo diferente de incertidumbre podría requerir, precisamente, de grandes dosis de determinación, en particular para los migrantes indocumentados). Así, mientras que los académicos siguen convencidos de que las fronteras nacionales proporcionan los límites apropiados para comprender la movilidad social, los migrantes, en su cruce de tales fronteras, revelan que los límites de la estratificación son globales.
Los mecanismos institucionalizados de exclusión selectiva tuvieron un impacto directo sobre las tendencias de la desigualdad: ayudaron a reducirla dentro de los países, pero la potenciaron entre ellos al restringir la migración. Por lo tanto, la disminución de la desigualdad experimentada en varios países ricos al principio del siglo XX fue en gran medida la consecuencia de la introducción de las instituciones que fijan salarios en esos países que en efecto limitaron la competencia en sus mercados de trabajo.[9] Es cierto que gran parte de la literatura enfatiza la importancia de las tendencias macroeconómicas que aumentaron