El continente vacío. Eduardo Subirats
Lo que confusamente se ha consumido académicamente en las últimas décadas del pasado siglo como teoría estructuralista o posmoderna del sujeto se distingue precisamente por haber escamoteado esta genealogía de la conciencia cristiana según cristalizó primero en la teología política del apóstol Pablo o Paulo, y a continuación en la dialéctica de culpa y redención formulado por el obispo Agustín de Nipona. La crítica que aquí expongo, y que desarrollo en los siguientes capítulos, recoge dos tradiciones de la crítica moderna de la teología cristiana: la de Nietzsche, fundada en una genealogía de la culpa y la redención, y en la ablación cristiana de la historia y la ética del pueblo judío, y la crítica de Marx al principio sacramental de constitución de los objetos en la sociedad capitalista. Subrayo este trasfondo ante la censura de la que fueron objeto las dos ediciones de este libro por parte de la escolástica estructuralista anglosajona y del nacionalcatolicismo hispánico.
40 José de Acosta, De procuranda indorum salute (Madrid: I. G. Magerit, 1952), 460.
41 Américo Castro, La realidad histórica de España (México: Porrúa 1965), 357. Sobre la continuidad de la cruzada hispánica contra el islam y la conquista puede consultarse una interpretación clásica, de 1925, como la de Friederici, El carácter…, 331 y ss.
42 Carta del 23 de abril de 1553. Reproducida en Marcel Bataillon, Estudios sobre Bartolomé de las Casas (Barcelona, 1976), 269.
43 José Luis Martínez, Hernán Cortés (México: FCE / UNAM, 1990), 195.
44 Victor Frankl, «Hernán Cortés y la tradición de Las Siete Partidas», Revista de Historia de América núms. 53-54 (junio-diciembre de 1962), 73. Citado por Martínez, Hernán Cortés, 196.
45 Cf. Lewis Hanke, La lucha por la justicia en la conquista de América (Madrid, 1988), 49, la comparación de España con el pueblo de Israel.
46 Bula del 4 de mayo de 1543, en Hernáez, Colección de bulas…, 13 y ss.
LA CONQUISTA, UN LIBRO DE CABALLERÍAS
El héroe cristiano
Cuando Hernán Cortés consumó la conquista de Tenochtitlán, la masacre de sus habitantes y su destrucción física, había alcanzado cuatro objetivos en el orden de la gloria. De acuerdo con sus Cartas de relación, realizó el ideal del héroe militar clásico. Muchas de sus formulaciones, la misma estructura literaria de su narración y algunos de los valores militares que esgrimía remontan a la guerra de las Galias.47 La voluntad siempre pacificadora y liberadora que exhibió a lo largo de sus cartas al emperador son viejos motivos literarios de las crónicas medievales españolas.48 Cortés se estilizó, además, como representante de la virtud aristocrático-militar griega. No le afectaba el temor, tampoco le movía la codicia o la pasión sanguinaria; sus empresas persiguieron el objetivo de un orden cristiano y católico o global; bajo su signo mantuvo siempre la impasibilidad de su ser absoluto e idéntico. Pero Cortés reunió también, en tercer lugar, los rasgos míticos del antiguo héroe fundador de cultura: a medida que avanzaba en el tiempo y el espacio disponía las nuevas fronteras geopolíticas, construía ciudades y creaba un orden social allí donde solo reinaban Satanás y la barbarie. El héroe hispánico fomentó, en fin, la paz y la justicia, e impulsó la construcción económica de la nueva nación española. Finalmente, Cortés se erigió a sí mismo como vivo emblema histórico de un cristianismo redentor: la salvación de millones de almas bajo el signo de la cruz fue su más alto designio y la legitimación definitiva de su civilizadora empresa.49
Este heroísmo de reverberaciones místicas posee una ejemplar importancia. Distingue la crónica cristiana de Indias en su aspecto épico y trascendental. Su necesaria síntesis de las virtudes clásicas de la areté militar y las virtudes medievales del cruzado constituyen, por sí mismas, un aspecto insoslayable de la legitimación barroca de la conquista americana. La elevación del aventurero y aun del criminal a las dimensiones de un sujeto moral absoluto es también un motivo central. Eso sin dejar de lado el hecho de que las Cartas de relación de Cortés exponen también, junto con esos momentos arcaizantes, la representación moderna de la subjetividad única y autosuficiente, configurada como una obra de arte. Este sujeto único y artísticamente forjado, sustancial y moralmente ejemplar, que en sus principios y en sus actos instaura el orden redimido de un nuevo mundo, traza la continuidad formal y simbólica entre la crónica de Indias y las crónicas medievales. Pero el aspecto central de las Cartas de Cortés, su principio legitimador a la vez de su persona y de la conquista como proceso teológico-político y militar, es su relato heroico. Es como si la derivación degenerada de la crónica medieval, es decir, el libro de caballerías, adquiriese ahora, a través de la prosa adusta de Hernán Cortés, y en el contacto con las reales maravillas del Nuevo Mundo, una nueva vitalidad.50
En el Cantar de Mio Cid y otras crónicas medievales, como la Crónica najerense o el Liber Regum, las características épicas y heroicas se conjugaban con el relato del linaje de reyes, es decir, aquella sucesión genealógica, encargada de representar a un poder homogéneo y continuo a lo largo del tiempo.51 La crónica testimonial del Nuevo Mundo tuvo que reinventar este discurso, que ahora atravesaba, sin embargo, el proceso traumático de la violencia colonial y la dislocación de las culturas originales del continente americano, como el ritual sacrificial de un nuevo comienzo. Para ello Cortés tuvo que refundir viejos principios étnico-religiosos. Su linaje era lo que en primer lugar podía legitimar al héroe, pero no en el sentido de mostrar su elevada alcurnia e hidalguía, sino en su expresión racial y racista más simple de la limpieza de sangre y el principio de la honra ligada a ella. Pero era, además, el propio arrojo frente al peligro y al enemigo lo que elevaba a este honroso héroe de casta cristiana al papel de sujeto épico de la conquista. Esta identidad heroica se eleva a las cimas de una ficción real maravillosa. El relato de Cortés reactualizaba la novela de caballerías en la época de su decadencia como género literario, precisamente en la misma medida en que le otorgaba la dimensión testimonial y realista de unos anales de la conquista.
Gómara ilustró con detalles preciosos y precisos lo que constituye, sin embargo, su patética irrealidad: la estilización heroica de Cortés contra el fondo sangriento de destrucción y violencia coloniales. Semejante ideal se afianzaba sobre sólidos cimientos: los limpios cuatro linajes, todos ellos muy antiguos, nobles y honrados distinguen el nacimiento del héroe. Su poca hacienda, empero mucha honra enfatizan el mismo fundamento racista. Las circunstancias extraordinarias de su nacimiento y su tierna infancia, presidida por una muerte simbólicamente realzada (al igual que en el ritual biográfico de iniciación mística representado por la Vida de Teresa de Ávila), y su subsiguiente curación milagrosa y renacimiento sobrenatural bajo los auspicios del fundador de la Iglesia romana, sellan un significado providencial al desarrollo de esta biografía canónica. El talle clásico de sus virtudes caballerescas, forjadas a un tiempo en el valor de las armas y el aprendizaje de las letras, y coronado por un fervor cristiano sin tacha, el favor divino de sus empresas militares e incluso la serie de intervenciones milagrosas que anunciaron la victoria final de su guerra santa, cierran ostentosamente el perfil de un sujeto colonizador moralmente ejemplar.52
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