Diez razones para amarte. María R. Box
puesto muy pesados con que salga, pero me sabe fatal dejarte en tu estado.
—Quizá tendría que haber considerado ser actriz, mentir se me daba bastante bien.
—¡Tú por eso no te preocupes, hermana! —Alba se asomó por la puerta y me guiñó un ojo —. Deja que yo cuide a mamá, sal un rato y diviértete.
Me acerqué a ella y revolví su pelo.
—Eres una payasa —hablé riendo entre dientes—. Cuida mucho a mamá y cualquier cosa, llámame.
—Vale, la cuidaré, no te preocupes. Además, vendrá Amaia a hacernos compañía —dijo, mientras yo me dirigía a la puerta—. ¡Y tú liga mucho que quiero tener pronto un cuñado! —exclamó Alba antes de que saliese por la puerta. Escuché a mamá reír y cerré la puerta con una sonrisa ladeada.
«Como si en lo que estuviese pensando ahora fuese en ligar», pensé para mis adentros. Salí dirección al hotel donde ya estaría Naomi con todo preparado, me había dicho que ella se encargaría de recoger el vestido y prepararlo todo en la habitación para cuando yo llegase. No debían ser más de las seis y media cuando entré por la puerta del hotel. Como me había imaginado, ahí estaba Naomi de brazos cruzados. Me iba a montar el pollo del siglo por llegar tarde.
—¿Se puede saber por qué has llegado tarde? —preguntó seria—. ¿Te haces una idea de cuánto cuesta arreglar tu pelo? —suspiré con pesadez y me senté en el borde de la cama.
—Lo sé, perdona. —Hice varios pucheros que la hicieron sonreír—. Sabes que me cuesta mucho dejarlas solas.
Naomi se movió por la habitación y me invitó a sentarme delante de un pequeño escritorio que simulaba el tocador de una peluquería.
—Lo sé, pero tú también tienes derecho a divertirte, ¿no? Alba ya es mayor, ella también puede hacerse cargo de tu madre.
—Lo sé —respondí.
—Bueno, ahora calladita que voy a hacer magia con todo este pelo —dijo—. ¿Lista para ser la más bella del evento al que vas a ir con ese buenorro de hombre? —Reí.
—Comienza.
Y así hizo. Naomi era muy buena en lo relacionado con el maquillaje y la peluquería, aunque esto se debía a que su madre tenía un centro de belleza y ella la ayudaba en verano o en ocasiones especiales como bodas o comuniones. Aprovechamos para picotear algún snack que me había traído de casa.
—¿Estás nerviosa? —me preguntó.
Agaché la mirada dándole la respuesta.
—Sabía yo que sí que estabas de los nervios. Por cierto, muy bonita la manicura que llevas.
—Gracias —dije, sonriendo—. ¿Cómo quieres qué no esté nerviosa? ¿Y si no llego a las expectativas de lo que Alejandro quiere?
—Con ese vestido vas a superar sus expectativas y las de todos los que te vean en ese evento pijo.
Naomi me hizo un semi recogido muy sencillo, apenas utilizó un maquillaje fuerte a excepción de los labios en un tono rojo pasión. Hizo que me levantase y me pusiera unos tacones negros que me había dejado ya que los míos eran muy bajos. Normalmente, no llevaría este tipo de tacón, pero el vestido lo requería. Mi amiga se dirigió al armario y sacó el vestido. Me lo puso con mucha delicadeza y me dejó unos segundos para verme en el espejo. No pude evitar sentir esas mariposas, aunque más bien parecía una estampida de animales, en el estómago al verme de aquella forma. Iba preciosa, siquiera lograba reconocerme al verme en el reflejo. Había crecido varios centímetros por los tacones y parecía más esbelta. El vestido se ceñía a mis curvas naturales y hacía que mi pecho pareciera más grande por la forma del escote.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Naomi sentada en la cama con mi móvil en mano.
—Me encanta —admití.
La vi levantarse e ir hacia la ventana de la habitación, tecleó varias cosas en mi móvil sin que yo lo viese. Fruncí el ceño y fui hacia ella con decisión, le agarré el móvil y me quedé boquiabierta por lo que había escrito. Era Alejandro.
Estoy abajo.
Naomi no tardó en responderle.
Bajo en dos minutos, por cierto, vas muy guapo de esmoquin.
—¡¿Estás mal de la cabeza?! —grité, roja de la vergüenza.
—Es que es verdad, está muy guapo con el esmoquin, mira, ven a verlo.
Me acerqué a la ventana y lo vi esperándome delante del coche. Tragué saliva. No podía obviar lo evidente, Alejandro era muy atractivo aunque sus ojos guardaban mil y un secretos. Tenía una coraza muy profunda que ansiaba romper y descubrir cómo era él de verdad y no como quería que lo vieran. Pero eso no quitaba lo guapo, masculino, inteligente y amable que era.
—Te has puesto roja —canturreó pícara.
—¡Calla!
Naomi rio y me empujó para irme con la excusa de que llegaría tarde y no debía hacerlo esperar. Agarré el bolso de fiesta que llevaba y me dispuse a bajar sola ya que ella se quedaría para recogerlo todo. Mientras bajaba por el ascensor, con la cabeza gacha, escuchaba mi corazón latir a mil por hora. La pregunta de sí estaría a la altura de lo que Alejandro quería no paraba de martirizarme. Salí del ascensor, despidiéndome de la recepcionista quien me miró con sorpresa al verme así vestida. Supongo que no se explicaba cómo era que yendo así vestida hubiera pillado una habitación en el hotel. Me paré en la puerta, viéndolo mirar sus pies con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Cogí aire y salí con una sonrisa en los labios.
Su cara me dejó impactada, no lo conocía tanto como para descifrar esas facciones sorprendidas. ¿Estaría a su altura? Mi sonrisa fue deshaciéndose conforme avanzaba, hasta que llegué a su lado y le pregunté lo que tanto necesitaba saber.
—¿Voy mal? —pregunté con una mueca de tristeza.
—¡No! —exclamó con decisión, sorprendiéndome—. Vas preciosa, Lucía. Me has sorprendido, es solo eso.
—¿De verdad? ¿Crees que estaré a la altura de ese evento?
Sentí la mirada de Alejandro sobre mi cuerpo, sorprendido de verme con tal vestimenta. Era como si me estuviese admirando.
—¿A la altura? —preguntó—. No, Lucía, te aseguro que vas a ser la estrella que más destaque entre todas.
Me sonrojé, sentía mis orejas arder. Acabé riendo como una tonta, en momentos así me daba la risa floja.
—Qué cosas dices.
—La verdad —dijo, sonriéndome.
Me cedió su mano y me acompañó hasta mi asiento, muy caballerosamente me abrió y cerró la puerta para luego ir él a su asiento y encender el motor del coche.
Comenzó a conducir por calles que jamás había pisado. Estábamos en la zona más rica de Madrid, donde una casa podía pasar del millón de euros. Entonces, distraída, lo escuché hablarme.
—¿Tu amiga sabe lo nuestro? ¿Sabe lo qué somos? —preguntó preocupado.
—Ella también lo es, no dirá nada —le aseguré. Lo vi respirar tranquilo.
—¿Lleva mucho tiempo en esto?
—Bastante. A decir verdad, no me enteré hasta que me lo propuso —comenté distraída. Nos quedamos callados por unos minutos, escuchando de fondo la música hasta que hablé—. Si me preguntan sobre nosotros, ¿qué debo decir? Alejandro paró en un semáforo y me miró con el ceño fruncido.
—¿Qué te parece si decimos que nos conocimos en algún evento?
—No creo que sea muy creíble. —Fruncí el gesto—. ¿Y en una conferencia? Tú eres abogado y hay conferencias