Diez razones para amarte. María R. Box

Diez razones para amarte - María R. Box


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era verla de aquella forma tan triste.

      Supongo que sería por haberla avisado de un día para otro y con prisas. Era mi culpa.

      Cuando terminó la comida nos despedimos y fuimos hasta mi coche, la escuché suspirar.

      —¿Pasa algo, Lucía? —le pregunté antes de arrancar.

      —Estoy estresada. —Me sonrió—. No me siento del todo bien en este tipo de cosas, tengo que acostumbrarme. —Miró sus pies.

      —Sé que ha sido todo repentino, lo siento si eso te ha impactado —me disculpé.

      —No te preocupes. —Rio por lo bajo—. ¿Te apetece ir a tomar un helado?

      —¿Un helado? —le pregunté sorprendido, nunca nadie me había propuesto algo así.

      —Sí —respondió—. Un helado y un paseo en barca por el Retiro. ¿Qué te parece? Tú también pareces algo tenso.

      Decidí aceptar su proposición. Fuimos en coche hasta el Retiro y me llevó por todo el parque contándome su día en la universidad. Era sorprendente lo inteligente que llegaba a ser una niña de tan solo veintidós años. Sin embargo, lo que más me gustó fue verla sonreír y reír ante mis anécdotas de la universidad. Su perfil era bellísimo, toda ella era una belleza. No podía evitar desviar mi mirada para mirarla fijamente mientras paseábamos.

      Me llevó a un puesto de helados que había por allí y pidió uno grande para los dos. Nos lo comimos siguiendo el paseo hasta llegar al lago.

      Nunca había montado en barca, pero fue de lo más gracioso vernos a los dos ahí metidos y a punto de caernos al agua.

      Nunca olvidaría este día.

      Nunca.

      Capítulo nueve

      10 de septiembre de 2017

      —¿Te ha dado esta tarjeta con tres mil pavos para que te compres lo que haga falta?

      Naomi estaba tumbada en mi cama, asombrada con la tarjeta color plata que me había dado Alejandro. No podía parar de dar vueltas a mi habitación, la puerta la tenía cerrada y Naomi procuraba hablar en voz baja para que mi hermana y madre no se enteraran de la situación. Acabé sentándome en el borde de mi cama y asintiendo. Cogí la tarjeta de sus manos y la miré.

      —Sí —dije—. Alejandro quería que la tarjeta no tuviese límite.

      —Vaya, vaya…

      —¿Solo vas a decir eso? —le pregunté, ofuscada.

      —¿Qué quieres que diga? Aprovecha la situación. Alejandro te ha dicho que te compres algo espectacular para el sábado —habló.

      —Eso ya lo sé, pero no quiero sobrepasarme. Es su dinero.

      —Y tú trabajas para él, ¿qué más da? Quiere que vayas resplandeciente a ese evento —habló Naomi.

      Fruncí los labios en señal de desacuerdo.

      —Ya sé que esto no va contigo, pero aprovecha la ocasión. Yo con el mío no hago estas cosas, no vamos a eventos importantes. Normalmente jugamos al Chinchón y al Mus, vemos alguna película antigua y hablamos del día.

      —¿Qué edad tiene el hombre? —le pregunté sorprendida.

      —Casi ochenta años, el hombre ha encontrado en mí una nieta ya que su familia pasa de él hasta el culo. ¿Sabes lo solo que se tiene que encontrar?

      —Me imagino. —Me levanté de la cama con la tarjeta en mano—. ¿Qué hacemos entonces con esto?

      —Mujer —Naomi se levantó y agarró la tarjeta moviendo sus cejas— de momento nos vamos de compras porque estamos a jueves y eso es el sábado.

      Naomi agarró mi bolso y se puso de espaldas a mí en busca de mi cartera para guardar la tarjeta.

      —¿Y estudiar? —pregunté, levantándome y agarrando mis cosas.

      —Llevamos en tu casa desde las tres de la tarde estudiando —comentó haciendo pucheros.

      —Son solo las seis, Naomi.

      —¿Y qué? —gesticuló con los brazos de forma exagerada—. Esto es importante, Lu.

      Me quedé pensando un buen rato. Tenía que comprarme algo decente para ir al evento, no podía decepcionar a Alejandro.

      —Bueno, vale, pero nada exagerado. ¿Queda claro? Y tengo que buscar alguna excusa para ir y algún lugar donde cambiarme.

      Naomi comenzó a saltar alegre.

      —Tengo la excusa perfecta —dijo guiñándome el ojo—. Quedaremos en un hotel del centro muy económico y allí te vestirás. Yo me encargo del maquillaje y del peinado.

      —¿Y qué le digo a mi madre? —pregunté preocupada—. No está como para que esté mucho tiempo fuera.

      —Le diremos que vamos a salir y que te vienes a mi casa por la tarde para hacer un trabajo. Tu hermana estará con ella, Lu.

      Me puse una chaqueta ya que hoy hacía más frío en Madrid, típico de aquí, y me despedí de mi madre con la excusa de ir a dar una vuelta con Naomi. Me sentía fatal por tener que mentir a mi familia. Ellas eran lo más importante, pero no podía contarles nada. ¿Cómo se lo tomarían? ¡Mamá me mataría! No se daba cuenta de la falta de dinero que teníamos, solo sabía cosas milimétricas en comparación con la verdad. Mi padre había dejado de pagar la casa, las facturas se acumulaban y solo me quedé tranquila cuando pude pagar un tanto por cierto de las facturas atrasadas con el dinero de Alejandro. Aún con la angustia metida en el cuerpo, nos dirigimos hacia una de las calles donde se encontraban las tiendas más caras de Madrid. No me gustaba la idea, aborrecía el hecho de gastar dinero ajeno y en cantidad en ropa que solo me iba a poner una vez. Pero era lo que quería Alejandro, más bien lo que necesitaba. Naomi y yo entramos en la primera tienda y la dependienta se acercó con cara de pocos amigos. No era muy normal ver a dos chicas jóvenes en una tienda donde la prenda más barata costaba doscientos euros.

      —No permitimos hacer pruebas de los productos a no ser que se vayan a comprar, señoritas —dijo la dependienta.

      «¡Vaya! Ya ni saludan», pensé.

      —No entraríamos a esta tienda si no tuviésemos dinero, señora.

      Naomi hizo hincapié en lo de señora. La dependienta se molestó. No era nuestra culpa, la dependienta debía de ir de bótox hasta las cejas.

      —Largo de aquí —habló, su cara apenas podía expresarse.

      —Vale, vale —comenté—. Pero no se queje de que pierde ventas.

      Agarré a Naomi del brazo y ambas salimos a la calle. Anduvimos unos pasos y comenzamos a reír como dos locas.

      —¿Has visto su cara, tía? ¡Madre mía! —exclamó ella—. Se parecía al Jóker.

      —Daba miedo. ¿Has visto como hablando parecía una muñeca de porcelana? Apenas movía la boca.

      —Qué yuyu. —Naomi fingió un escalofrío—. ¿Vamos a esa tienda? —señaló otra boutique de lujo. Hice una mueca de desagrado.

      —Bueno, espero que no nos vuelvan a echar sino…

      —Las mando a la mierda, así de claro te lo digo —comentó Naomi, llevándome hacia la tienda.

      No obstante, como tanto nos temíamos, nos volvieron a echar por mucho que insistíamos en que íbamos a comprar. Les parecía raro que dos jóvenes fuesen a gastarse semejante cantidad de dinero. Me sentía como la protagonista de Pretty Woman, ¿qué diferencia había entre ella y yo? Poca, la verdad. Ella se acostaba con sus clientes y yo solo acompañaba a Alejandro a este tipo de eventos. Aunque sentía


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