Diez razones para amarte. María R. Box

Diez razones para amarte - María R. Box


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tarjeta? No hace falta, Alejandro, te lo agradezco pero…

      —Pero nada, Lucía. ¿No quieres la tarjeta? Vale. Podemos hacerlo de forma tradicional, transferencia bancaria si así te sientes más segura.

      —De verdad que esto no hace falta. —Reí un tanto sorprendida.

      Alejandro rio entre dientes.

      —Estos gastos van a mi nombre, Lucía —dijo.

      —Ya, pero no quiero aprovecharme de ti.

      Alejandro volvió a reír.

      —Haremos algo, Lucía. ¿Qué te parece si quedamos para tomar un café mañana? Si no tienes nada que hacer, por supuesto.

      —¿Mañana? —pregunté sorprendida—. Cla… claro.

      —Te mando mañana por la mañana un mensaje y concretamos. Que tengas una bonita noche, Lucía.

      Capítulo ocho

      9 de septiembre de 2017

      A la mañana siguiente, el despertador sonó a las ocho. Impertinente como solo él, tuve que abrir los ojos para apagarlo. Estaba cansada, pero debía ir a la universidad ahora que mamá estaba bien. Me levanté y me vestí, agarré una bandolera donde metí varios trabajos, un estuche y algunos apuntes que nos habían mandado junto a mi ordenador portátil.

      Al salir de mi habitación fui al baño. Hice mis necesidades, me lavé la cara, los dientes y me peiné. Decidí dejarme el pelo suelto, estaba ondulado. Me miré en el espejo y sonreí, hoy estaba nerviosa por la cita con Alejandro.

      Ese hombre era mi Robin Hood. No podía evitar sentirme nerviosa cuando se trataba de él. Hoy habíamos quedado para concretar el tema del evento que tenía y al que quería que le acompañase.

      —¡Venga que llego tarde al instituto! —me gritó Alba golpeando la puerta del baño.

      Reí y salí.

      —Todo tuyo.

      —¡Joder! Vas muy guapa, ¿hay alguien especial para que hoy estés radiante? —preguntó pícara.

      —¡Mira que eres tonta! —exclamé, yendo hacia la cocina.

      Hoy, mamá estaba preparándonos el desayuno. Tenía mejor color de piel, quizá la quimioterapia estaba funcionando. Aunque esto era así, un día estaba bien y otro mal.

      —Buenos días, mamá, ¿qué tal te encuentras?

      —Buenos días, hija —respondió—. Hoy me siento con fuerzas, luego iré con la vecina a dar un paseo.

      —Me parece bien, mamá. Me alegro de que estés más animada —dije, sonriéndole.

      Alba salió del baño ya vestida. Entonces, las tres nos dispusimos a desayunar con la televisión de fondo. Alba nos dijo que pronto tendría los primeros exámenes y que quería sacar las mejores notas. En cambio, yo esperaba poder seguir el ritmo de las clases. Había faltado varios días, Naomi me había pasado apuntes, pero no era lo mismo.

      Cuando terminé de desayunar, sin dejar que mamá recogiese la vajilla, lo recogí todo y metí en la bandolera algo para comer entre clases. Alba se fue con una amiga a clase y yo cogí el metro para ir a la universidad.

      En la puerta me esperaba Naomi, preocupada. Se le notaba en el rostro. Estaba inquieta y no paraba de mirar a todos lados. Cuando sus ojos hicieron contacto con los míos, echó a correr en mi dirección.

      —¿Te encuentras bien? —pregunté alarmada—. ¿Ha pasado algo?

      —Roberto ha ido diciendo que has pasado de él por un tío un tanto mayor. Lucía, no para de ir diciendo que eres una cualquiera, una mentirosa.

      Me alarmé. Lo último que necesitaba era que todos se enterasen de mi situación por el bocazas y celoso de Roberto. Me estaba dando a demostrar que no era el tipo de persona que yo pensaba.

      —¿Han dicho algo? ¿Ha dicho algo más? —pregunté, andando hacia nuestro sitio.

      —No, solo que está indignado. —Naomi se paró en seco—. ¿Qué vas a hacer?

      —De momento —tomé aire—, cantarle las cuarenta a Roberto por gilipollas.

      Enfadada, me acerqué. Su actitud me había decepcionado. Me daba la espalda, por lo que agarré su hombro y lo obligué a girar. Me daba igual que el resto del grupo estuviese delante, no era nadie para controlarme de esa forma.

      —¿Soy una cualquiera, Roberto? —le pregunté—. ¿Quién te has creído para juzgarme de esa forma?

      Me miró con una ceja alzada y con los brazos cruzados en su pecho. Los demás nos rodearon intentando no crear un barullo. Me negaba a gritarle.

      —¿Tengo que recordarte quién me dijo que no quería nada con nadie? ¿Quién era el hombre de la otra noche entonces? —preguntó de forma agresiva.

      —¿A ti que te importa? No te metas en mi maldita vida, salgo con quién quiero. ¿Te enteras? —exclamé.

      —¿Eso significa que ya te lo has tirado? No has tardado mucho, Lucía, tu actitud de perra me decepciona —dijo, con los ojos entrecerrados y una sonrisa ofensiva en sus labios.

      No lo dudé en ningún momento, le di una bofetada que hizo que girase la cara. ¿Quién se creía él para hablarme así? Algunas personas a nuestro alrededor se percataron de lo ocurrido y se acercaron a husmear.

      —Por lo menos él sabe tratar a una mujer, no como tú.

      Roberto había sido una parte importante de mí, pensé que comprendía que lo nuestro no era posible porque no sentía más allá de una amistad por él. Pero no. Años después, luego de muchos intentos por su parte, me demostraba que era un hijo de la gran puta. Nunca lo había visto con esa actitud tan brusca, normalmente era un chico muy cariñoso. Me di media vuelta ante el asombro de mi pequeño grupo y me fui a clase seguida de Naomi. Ella aún estaba alucinando. Ni yo misma me creía capaz de ser tan fría con Roberto, bueno, ni con Roberto ni con nadie.

      Al entrar a clase los cuchicheos sobre lo que había ocurrido rondaban las bocas de nuestros compañeros. Rodé los ojos, sentándome al lado del gran ventanal en última fila. No estaba para aguantar tonterías de nadie. Naomi se sentó a mi lado y la miré.

      —Ha sido alucinante —dijo bajito.

      —Se lo merecía por imbécil.

      —Y que lo digas, no tiene sentido que te hable así. —Naomi sacó de su mochila el móvil. Entonces recordé que Alejandro había quedado en mandarme un mensaje para concretar nuestra cita de hoy. Maldije por lo bajo y saqué el móvil—. ¿Pasa algo?

      —Ayer llamé a Alejandro y quedamos en que concretaríamos una cita para hoy.

      —¡Habéis quedado otra vez! —exclamó sorprendida.

      —Baja el volumen, tía, que te van a escuchar los del otro pabellón.

      Desbloqueé el móvil y vi que tenía un mensaje de Alejandro.

      —¿Qué te dice? —preguntó Naomi. Leí su mensaje con atención—. ¡Dímelo!

      —¡No grites! —exclamé—. Me ha dicho de quedar a comer ya que a primera hora de esta tarde tiene una reunión.

      —¿Qué le vas a responder?

      —Necesitamos quedar para hablar de un evento que tiene el sábado y quiere que le acompañe —dije dubitativa—. Quería aprovechar y comer con mamá y Alba…

      —Vaya marrón —comentó Naomi torciendo el gesto.

      Después de pensarlo mucho, decidí responderle. Necesitaba el dinero y la verdad era que tenía muchas ganas de ver


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