Diez razones para amarte. María R. Box

Diez razones para amarte - María R. Box


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dio lugar a esto, a mi sueño hecho realidad.

      Así que, gracias a todos los que voy a nombrar ahora por hacerme cada día más grande.

      Para empezar, quiero dedicar unas palabras a mi editor, Joan, por ser mi enlace y a Noelia, mi coordinadora editorial. Es algo fácil apostar por alguien tan nuevo como lo soy yo, una simple escritora novel. Siempre me has dado las soluciones más adecuadas, guiándome desde mi ignorancia en este nuevo mundo editorial, para poder realizar mi sueño y eso es siempre algo que agradeceré. La claridad de tus palabras y la sinceridad, junto a tu experiencia, es algo que me dio muchísima confianza. Y por consiguiente, gracias a la editorial por hacerme parte de su «familia» porque nunca olvidaré la siguiente frase: Bienvenida a tu casa.

      Quiero darle las gracias a la persona que me inspiró para crear a Alejandro. Mi pareja, mi compañero de viaje, porque él me hizo comprender que el amor no son solo palabras sino actos. Porque él me ha visto crecer y me ha ayudado a levantarme cuando me encontraba en lo más hondo. Sin él nunca me hubiera lanzado a esto. Como dice la cita anónima: «Vi que eras perfecto y por eso te amé. Luego vi que no eras perfecto, y te amé incluso más».

      Laura, mi querida sevillana. Más que una lectora, mi amiga. Porque detrás de una mujer exitosa hay una buena amiga diciéndole locuras. Siempre recordaré el momento en el que te conocí, pero, sobre todo, el momento en el que te hice llorar con este libro. Puede ser una tontería, pero eso me dio la confianza para mandarlo. Gracias.

      Cristina, mi querida Cris de Barcelona. Siempre sabes qué decirme y como ayudarme con tus buenos consejos. Me has apoyado casi sin conocerme. Las amigas son esas que intentan levantarte cuando te has caído, y si no logran levantarse se acuestan a tu lado para escucharte. Tú eres así y te doy las gracias por estar conmigo en este viaje y apoyarme incondicionalmente.

      Adriana, mi queridísima inspiración. Muchas personas sueñan con ser algo, pero yo quiero ser como alguien. He comprendido que no debo callarme y que nadie puede conmigo. Tú me has hecho comprender que hay mucho más de mí de lo que la gente ve a primera vista. Tú me has enseñado a ser yo misma y creer en mí.

      La abuela sostiene nuestras manecitas por un rato, pero nuestros corazones para siempre. Gracias, abuelita.

      Y, por último, gracias a todos los lectores, amigos y familiares que están ahí conmigo para guiarme y apoyarme.

      Sin vosotros no sería posible.

      Gracias.

      Dedicado a la persona más fuerte que conozco: Yo.

      Pero también te lo dedico a ti, gracias.

      Gracias por todo.

      Mantén el amor en tu corazón. Una vida sin él es como un jardín sin sol cuando las flores están muertas.

      oscar wilde

      Capítulo uno

      4 de septiembre de 2017

      Siempre me había imaginado mi futuro de una forma muy clara, sin embargo, todo se había vuelto una locura desde hacía unos meses. A mí madre le habían vuelto a diagnosticar cáncer, la odiosa enfermedad que venció cuando era joven. No obstante, ahí estaba presente de nuevo a sus cincuenta años. Mi padre nos había vuelto a dejar tiradas con una deuda de once mil euros a la que debía de hacer frente yo sola ya que mi madre no podía trabajar en las condiciones que estaba. Debía pagar la matrícula de la universidad y los libros de mi hermana para el nuevo curso escolar. Había estado todo el verano trabajando en una oficina por las mañanas y cuidando a los hijos de nuestra vecina por la tarde para poder hacer frente a estos gastos.

      Estaba en mi último año de universidad y dudaba en si lo podría acabar, lo primero para mí era mi familia, pero la situación me sobrepasaba. El dinero no nos llegaría, y mucho menos nos duraría con los gastos que tenía que enfrentar.

      Mi vida se había transformado en una completa mierda.

      —¡Alba, llegarás tarde a tu primer día de clase!

      Puse en la mesa de la cocina un buen tazón de cereales y el bote de leche que había en la nevera. Escuché como Alba salía de su cuarto a regañadientes, acelerada vino hacia la cocina y se sentó en la silla para comenzar a engullir. Sin embargo, me di cuenta de que llevaba los dos botones de la camisa abiertos. La regañé con la mirada, no podía ir de aquella forma al colegio.

      —No me mires de esa forma —dijo irritada.

      —Sabes lo que te pasará si te ven enseñando el canalillo.

      Metí en una bolsa hermética su almuerzo y se lo pasé para que se lo guardara en la mochila.

      Resoplando, se abrochó los dos botones. Con el último trago de su tazón de leche, se levantó y colocó la mochila en su hombro. Recogí los enseres y comencé a fregar, dándole la espalda.

      —Quiero que sepas que voy a cuidar a los hijos de la vecina para ganar algo de dinerillo. —Me tomó por sorpresa.

      —Ni hablar. —me giré, negando repetidas veces con la cabeza—. Me niego a que trabajes, tú tienes que estudiar.

      No pensaba dejar que Alba trabajase, ella debía estudiar y sacar buenas notas. Era mi trabajo sacar adelante a la família. Dejé el cazo que estaba fregando y me acerqué a ella. Bajó la mirada avergonzada. Quizá me había pasado en el tono en el que le había hablado, acabé abrazándola.

      —Quiero ayudar… —farfulló.

      —No puedo dejar que lo hagas, soy yo quién debe sacaros adelante —le dejé bien claro.

      —Solo serán dos horas, de cinco a siete —insistió haciendo pucheros con sus labios—. Te prometo que estudiaré, pero déjame ayudarte aunque sea con lo poco que gane.

      Me aguanté las ganas de llorar. Mi pequeña hermana, mi gran confidente, ya era toda una mujercita que quería ayudarme. Para ella también había sido dura la noticia de que el cáncer había vuelto y la partida de nuestro padre. Aún fue más duro cuando un señor del banco vino a casa para pedirnos los once mil euros que debía mi padre y tuve que decirle que no podía ir a sus clases de música. La había escuchado llorar noche tras noche.

      Me crucé de brazos, mirándola.

      —No puedo dejar que lo hagas.

      —¿Y siempre vas a ser tú la que se sacrifique? —preguntó Alba bastante molesta—. ¿Cuánto tiempo llevas sin comprarte un pantalón o cuándo fue la última vez que fuiste a la peluquería?

      —Eso solo son cosas superficiales, Alba.

      —No lo son —exclamó—. A mí también me gusta ver cómo te arreglas y disfrutas de la vida. En estos meses has perdido mucho peso y no has parado de buscar un trabajo.

      En eso tenía razón. Había estado todo el verano echando currículos para trabajar, pero siempre era lo mismo. Necesitaban a alguien con experiencia y yo no la tenía. Aún no entendía como había podido entrar a la oficina de turismo que había unas calles más abajo, aunque me lo podía imaginar. Mi nivel de inglés, alemán, italiano y francés era bastante bueno y en Madrid (sobre todo en verano) había mucha gente de esas nacionalidades. Sin embargo, al llegar septiembre, me habían echado.

      —Por favor —me rogó.

      Sopesé la posibilidad de decirle que no, pero no pude resistirme a ese puchero que solo ella podía hacer. La verdad era que necesitábamos el dinero y toda ayuda iba a ser necesaria para salir del bache.

      —Está bien —dije en medio de un suspiro—, pero una sola mala nota y dejas de trabajar.

      —¡Gracias, gracias, gracias!

      La vi irse por la puerta, saltando de la alegría.


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