Vergüenza. Группа авторов
Ed. Encuentro, 1993, p. 11.
LAS INVISIBLES
CAROLINA DEL RÍO M.
Cuando en febrero de 2019 la revista italiana Donne Chiesa Mondo (Mujer, Iglesia, Mundo) reveló la realidad de religiosas abusadas por sacerdotes y obispos, confieso que sentí una enorme alegría, no por los abusos, evidentemente. Llevaba años escuchando y leyendo relatos escabrosos de religiosas y, sin embargo, un manto de denso silencio parecía cubrir a estas mujeres y sus historias. Sabíamos, desde la década de 1990, que había informes en el Vaticano1 sobre la situación de religiosas en África donde eran abusadas por sacerdotes y consideradas parejas seguras, libres de VIH. Mientras, en esa misma época, la moral sexual vaticana restringía el uso de preservativos entre sus fieles por considerarla una práctica pecaminosa al no estar abierta a la vida.
La publicación italiana no hizo más que visibilizar una realidad dolorosa que muchas mujeres padecían y que no había tenido eco en Roma. Se hacía pública una injusticia de proporciones que afectaba a mujeres religiosas que, incluso, debieron abortar hijos de clérigos o esos hijos crecieron sin saber de sus padres. Se visibilizaban abusos y maltratos de superiores hacia las religiosas en todos los ámbitos imaginables.
Las mujeres en la Iglesia han sido habitualmente presentadas como peligrosas y seductoras, y eso ha implicado que la jerarquía católica no asuma que ellas también han sido víctimas de abusos. Si la Iglesia no acoge estas denuncias, la condición de opresión de las mujeres en la institución nunca cambiará.
En Chile, en julio del 2018, Paulina de Allende-Salazar en Informe Especial 2 entrevistó a un grupo de religiosas de la congregación Hermanas del Buen Samaritano. Marcela Quitral, Yolanda Tondreaux, Eliana Macías, Consuelo Gómez y Celia Saldivia, tuvieron el valor de denunciar, no solo ante las cámaras, sino también ante la comisión Scicluna. Habían sido abusadas durante años por sacerdotes y otras religiosas, incluida su superiora. Hoy, las denunciantes han sido desvinculadas de la congregación y abandonadas, literalmente en las calles, por sus autoridades eclesiásticas.
El 19 de marzo de 2019, María Silva Allendes, de 53 años, rompió el silencio para denunciar —también por televisión, esta vez en CNN— a una religiosa y a un sacerdote que la habían abusado mientras vivía en el Hogar de Niños San José de Talagante. El caso está hoy siendo investigado por la justicia canónica. En la justicia civil está prescrito.
Las breves denuncias expuestas son, como dice el dicho, golondrinas que no han hecho verano. Esperábamos que las mujeres se atrevieran a dar pasos importantes, que levantaran la voz y denunciaran las situaciones de abuso que estaban padeciendo. Sin embargo, no ha sido así. La mayoría de las denuncias aún no han visto la luz pública y las víctimas prefieren el anonimato. Muchas no quieren hablar por temor a represalias de sus superiores o de autoridades eclesiásticas. Muchas no lo hacen por vergüenza. Otras, porque han perdido toda esperanza de recibir la ayuda que necesitan. Y otras, porque aún no logran ponerse de pie.
En este texto no busco hacer un recuento de las mujeres abusadas en la Iglesia. Las entrevistas realizadas3 y los testimonios escogidos quieren dar voz a las mujeres sobrevivientes de toda clase de abusos para visibilizar las dinámicas más habituales, el modus operandi. Habrá otros, no hay duda, pero invito a cada mujer que lea estas páginas a revisar su propia historia y a identificar las situaciones de abuso vividas, a denunciar —si viene al caso— y a tomar conciencia de que es hora de decir ¡basta! Tal vez, no por nosotras, sino por las que vienen detrás de nosotras.
YO SOY TU DIOS
El abuso en el mundo religioso femenino ha sido frecuente. Religiosas y consagradas han sido, muchas veces, víctimas, no solo de sacerdotes, sino de sistemas normativos abusivos y de superioras o directoras(es) espirituales y de formación que se han erigido en conductoras(es) de vidas ajenas.
Fue el mismo Concilio Vaticano II el que, lamentablemente, abrió la posibilidad de la existencia de sistemas que pueden alejarse de la libertad querida para los hijos e hijas de Dios. El decreto Perfectae Caritatis, sobre la renovación acomodada a los tiempos, de la vida religiosa (en adelante DPC), entregó a los superiores y superioras de congregación una facultad que, mal usada o comprendida, puede manipular conciencias y vidas vulnerables: la obediencia irrestricta a quien representa la voluntad misma de Dios…
Los religiosos, por la profesión de la obediencia, ofrecen a Dios, como sacrificio de sí mismos, la consagración completa de su propia voluntad, y mediante ella se unen de manera más constante y segura a la divina voluntad salvífica. De ahí se deduce que siguiendo el ejemplo de Jesucristo, que vino a cumplir la voluntad del Padre, “tomando la forma de siervo”, aprendió por sus padecimientos la obediencia, los religiosos, movidos por el Espíritu Santo, se someten en fe a los Superiores, que hacen las veces de Dios, y mediante ellos sirven a todos los hermanos en Cristo como el mismo Cristo, por su sumisión al Padre, sirvió a los hermanos y dio su vida por la redención de muchos. De esta manera se vinculan más estrechamente al servicio de la Iglesia y se esfuerzan por llegar a la medida de la edad que realiza la plenitud de Cristo4.
Antonia (33) siempre tuvo claro que “la obediencia era una parte importante de la vida religiosa y uno no siempre hace lo que quiere, por lo que había que aprender a ir en contra de la propia voluntad y deseos para obedecer la voluntad de la superiora y las reglas de la comunidad”. Florencia (50), ex consagrada de Regnum Christi recuerda que aprendió que “el poder de la directora era ‘sagrado’” y debía ser obedecido a como diera lugar, y agrega:
En nuestros estatutos teníamos la “obediencia ciega” entonces a mí me decían te vas a Timbuktú a limpiar platos y lo hacías. Nos enseñaron que la voluntad de Dios siempre venía de tus directoras, desde afuera, nos manipularon hasta convencernos de eso… cuando yo me confesaba el cura me decía “la voluntad de Dios siempre será para usted su directora”.
A pesar de las advertencias estipuladas en el DPC, sobre respetar la libertad y la dignidad de cada persona, un(a) superior(a), director(a) de conciencia o acompañante espiritual sin criterio o con escasa formación o con problemas psicológicos severos o amparados por sistemas abusivos, puede cometer graves abusos. Y las superioras de congregaciones femeninas no están exentas. Tampoco las mujeres que dirigen o acompañan espiritualmente o forman a otras consagradas.
Muchas mujeres han sido víctimas de abusos por parte de sus superioras o por parte de aquellas encargadas de su dirección espiritual y formación. Antonia, por ejemplo, creyendo que tenía vocación religiosa entró a una congregación femenina. Con 25 años inició el postulantado y su formación. Recuerda que “su superiora, representaba el ‘dios’ de la exigencia, de la norma, del rigor, del mérito, del sacrificio”. Antonia quería servir a Dios y a los más pobres y se encontró, de pronto, sirviendo a un montón de reglas que le parecían absurdas y en donde una sola persona controlaba todos los aspectos de su vida:
La misma religiosa era mi superiora, era la ecónoma de la casa y, además, era mi acompañante espiritual. Cualquier decisión, desde si me compraba un chicle, lo que leía, en que usaba mi tiempo, o si seguía o no en la congregación, dependía de ella. Y si no estás de acuerdo con alguna decisión o no te llevas bien o lo que sea, no hay mucho espacio para patalear. Puedes hablar con tu provincial, cosa que hice varias veces, pero el poder real sobre tu vida lo tiene una sola persona.
La mezcla de la dirección espiritual con el cumplimiento de las normas u otras áreas del cotidiano desenvolvimiento de la casa o congregación es un elemento muy común y extremadamente complejo. Mezclar la dirección espiritual con las decisiones de gobernanza de la casa y, en algunos casos, con la jefatura laboral, deja a la persona en una encrucijada difícil de resolver. Florencia (50), por ejemplo, recuerda que, trabajando