Caldo de pollo para el alma. El poder del SÍ. Amy Newmark
nosotros usábamos como mascotas, y me aterraba que se me hiciera comer con engaños ranas o conejillos de Indias. ¿Falafel? ¿De qué estaban hechas esas extrañas bolas verdes? ¿De carne de tortuga?
—Me da miedo comer esto. No quisiera comer animales extraños —le confesé a mi padrastro cuando me tendió mi falafel.
Este comentario le hizo mucha gracia, igual que a mi mamá.
—Creo que debemos decirle la verdad sobre el queso de cerdo —dijo él entre risas—. Antes que nada, cariño, el falafel es vegetariano y se hace con garbanzo, así que estás a salvo. Cómetelo. En segundo lugar, el queso de cerdo… Revélale tú eso, mi vida —miró a mi mamá, que ya tenía la boca llena de hummus.
Ella tomó un largo trago de Orange Crush.
—Has comido animales extraños toda la vida —dijo.
—¡No es cierto! —insistí.
Pero tenían razón. El queso de cerdo era el desayuno más común en mi ciudad natal. Lo había comido desde que empecé a probar sólidos, y esos rectángulos planos y grasosos me enloquecían, sobre todo en combinación con una rebanada de pan tostado con mantequilla. Aun así, ignoraba de qué los hacían, y mi visión del mundo estaba a punto de volar en pedazos.
Había comido cosas “raras” toda la vida y no lo sabía.
—Sí, el queso de cerdo se hace con sobras. Son todas las partes del cerdo que nadie quiere, las muelen y les agregan harina y especias para darles forma de ladrillo. La gente las fríe en su propia grasa y se las come —explicó mamá.
—¿En serio? —pregunté—. ¿Cómo pudiste permitir que comiera eso?
Se encogió de hombros.
—Sabe bien —dijo.
—¡Nunca en la vida volveré a comer queso de cerdo! —declaré.
De repente, mi falafel no parecía tan aterrador. ¿Garbanzo, ajonjolí, pepino y jitomate? ¿Cuál era el problema? Tomé un bocado, después otro y pronto devoraba ese falafel en una banqueta de Nueva York como si no hubiera comido en toda mi vida. ¡Si mis paisanos me hubieran visto entonces! ¡Esa cosa estaba deliciosa!
Aquella noche tuve una revelación. Había comido cosas “raras” toda la vida y no lo sabía. Y me habían gustado, lo cual quería decir que no había nada que temer. Si el falafel era tan sabroso, ¿de qué otras cosas me había perdido? Comprendí que deseaba explorar los sabores de la ciudad tanto como sus paisajes y sus sonidos. Lo probaría todo, decidí. Lo peor que podía pasar era que algo no me gustara, y si eso sucedía, ¿qué importaba? Podría probar otra cosa. Nadie me obligaría a comer nada que no fuera de mi gusto.
En el tiempo transcurrido desde mi primer falafel, he cumplido mi promesa de probarlo todo, lo cual me ha abierto un mundo de sabores fascinantes. La comida y la cultura me apasionan, y he probado los platillos nacionales de todos los países que se han cruzado en mi camino. Esto contribuye a garantizar mi exposición a tantas cosas nuevas y diferentes como sea posible. Incluso a las medusas.
~Victoria Fedden
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