Caldo de pollo para el alma. El poder del SÍ. Amy Newmark

Caldo de pollo para el alma. El poder del SÍ - Amy Newmark


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a los alumnos de último año que aguardan afuera de la biblioteca y abro la puerta al final del pasillo es una confirmación incesante de que “bajar del bote” fue un cambio positivo. Suena la primera campanada y las bancas de mi aula comienzan a ocuparse. Una sensación de ilusión se extiende por todas partes.

      —¿Qué haremos hoy? —pregunta alguien, y sé que me encuentro en el lugar indicado.

      ~Sherry Poff

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      En las alas del cambio

      Las alas no son sólo para las aves, también para las mentes. El potencial humano se detiene en un punto más allá del infinito.

      ~TOLLER CRANSTON

      En 2010 mi suegra me regaló su sencillo pero elegante “escritorio de secretaria”. Me encantó que me lo cediera, y pronto me encariñé con ese mueble cargado de añoranzas, porque me inspiraba y servía en las primeras fases de mi trayectoria literaria.

      El antiguo escritorio cupo fácilmente en la minúscula estancia situada en lo alto de la escalera. Cada vez que me sentaba a él e iniciaba una nueva sesión de creación literaria, me sentía cómoda, protegida y segura. Pero pese a su atractivo, su limitada capacidad me forzaba a esparcir libros y carpetas en el reducido espacio a mi alrededor. Aficionada al orden, después de cada sesión reunía meticulosamente los dispersos instrumentos de mi oficio y los colocaba en un anaquel o los metía en uno de los tres cajones del escritorio hasta la sesión siguiente. Como soy por igual un animal de costumbres, repetí este proceso cientos de veces, a semejanza del bateador que en home sigue siempre el mismo proceso cuando se prepara para responder el primer lanzamiento.

      Asumí este protocolo como la forma en que adoptaba y abandonaba la actitud para escribir. De manera inconsciente, me convencí de que el escritorio y mi rutina eran mis amuletos de la suerte y de que los necesitaba para tener éxito.

      Varios años después de que puse en marcha mi carrera literaria nos mudamos a una residencia más grande, con lo cual adquirí mi propio despacho. En más de una ocasión, mi esposo, Bill, ofreció comprarme un escritorio nuevo para mi despacho, pero yo lo ignoraba.

      Un día nos detuvimos en la tienda de artículos de oficina y él me condujo al fondo del almacén, donde había encontrado un escritorio que juzgó ideal para mí.

      —Quiero comprártelo, cariño. Mi autora necesita un escritorio más grande —me abrazó—. Sabes que lo mereces. Además, un escritorio más grande representa posibilidades más grandes.

      —¡Pero no quiero un escritorio más grande! —me enderecé y retrocedí—. Me gusta mi pequeño escritorio.

       ¿Bill tenía razón? ¿Le temía a algo?

      —No entiendo. ¿Por qué no quieres uno grande? —corrió a mi lado—. ¿Temes algo? ¿Qué es? Puedes decírmelo.

      —¿A qué te refieres? No le temo a nada. ¿Por qué lo dices? —crucé los brazos y lo miré a los ojos—. Como ya te dije, mi escritorio me gusta mucho. Estoy satisfecha con él; me inspira. Además, acabamos de mudarnos; ya han sido cambios suficientes. Tener un escritorio más grande interferirá en mi fórmula secreta para escribir. ¡Así que no vuelvas a sugerírmelo!

      No lo hizo.

      Semanas después, mientras trabajaba en mi nuevo despacho, miré a mi alrededor los fólderes, libros y papeles regados en el suelo. Revisé varias pilas y no encontré lo que necesitaba para cumplir la fecha límite de un concurso. Mi corazón se aceleró y gotas de sudor perlaron mi frente. Me recosté en mi silla, respiré hondo y miré de nueva cuenta a mi alrededor. La habitación devoraba literalmente el diminuto escritorio, lo hacía parecer insignificante y fuera de lugar. Quizá yo necesitaba un escritorio más grande. ¿Bill tenía razón? ¿Temía algo?

      Incapaz de escribir más, cerré mi laptop, me levanté y me puse a dar vueltas por la habitación, para mirar los reconocimientos, premios y copias de cheques que había enmarcado y colgado en la pared. Cuando empecé a escribir, jamás imaginé el éxito que tendría. Cada uno de esos recuerdos representaba un momento emocionante o un paso significativo en mi carrera como escritora. El éxito que había alcanzado me emocionaba y me hacía sentir satisfecha.

      Cerré los ojos y rememoré el temor y vulnerabilidad que a veces sentía en mis inicios. Cuando me sentaba a trabajar, era común que no supiera qué iba a escribir o adónde me llevaría mi destino literario. No obstante, en esos primeros años aprendí a aceptar la ambigüedad y la incertidumbre.

      Sonreí, regresé a mi silla y tomé del librero All Things Dance Like Dragonflies, la colección de poemas de C. JoyBell C. A medida que lo hojeaba, las palabras de esta autora sobre la fe saltaron de la página a mi corazón. Decía que había aprendido a gustar de la sensación de que ignoraba qué rumbo seguía y a confiar en que si abría las alas y volaba en una dirección desconocida, las cosas saldrían bien.

      Comprendí en ese momento que un escritorio más grande simbolizaba proyectos más grandes, posibilidades mayores, concursos más desafiantes, un paso de fe y el abandono de mi zona de confort.

      Bill estaba en lo cierto, desde luego. Yo tenía miedo, miedo a forzar las complacientes alas de mis escritura para que se extendieran en su totalidad y emprendieran un nuevo vuelo. Así, cuando días después llegó mi magno escritorio, me senté a él, abrí mi laptop y desplegué mis alas, confiada en que serían capaces de llevarme a un lugar increíble.

      ~Sara Etgen-Baker

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      Del rock a las ventas

      Camina siempre por la vida como si tuvieras algo nuevo que aprender y así será.

      ~VERNON HOWARD

      Cuando la gente se entera de que trabajé treinta años en el mundo de la música, su primera pregunta suele ser: “¿Conociste a estrellas famosas?”.

      ¡Por supuesto que sí! Y también a estrellas tristemente famosas y roqueros poco célebres, así como a músicos de country hip-hop, alternativos, de blues, de jazz, folclóricos y clásicos, entre otros.

      La industria de la música era en verdad una fiesta interminable, estrafalaria, escandalosa, delirante, magnífica y acelerada, además de demandar mucho trabajo, aunque no lo creas. Aun si la noche anterior nos desvelábamos con el artista que acababa de llegar al #1 en las listas de popularidad, a la mañana siguiente teníamos que estar en nuestro escritorio a las ocho en punto, listos para analizar las cifras de ventas, redactar informes, contratar anuncios, procesar pedidos, poner en marcha campañas de ventas, comunicarnos con el personal y hacer en esencia lo que hace la mayoría de la gente cuando trabaja en las oficinas de una gran corporación.

      Según la leyenda, el ramo de la música está lleno de sexo, drogas y rock & roll, pero cuando a mí me contrataron, tuve que firmar un documento que decía que tener sexo y compartir drogas con los artistas garantizaría mi entrada a las filas del desempleo. No me importó firmar ese papel; cuando me inicié en la industria, era la madre soltera de un chico de seis años. Por su bien y el mío, durante toda mi carrera mantuve el profesionalismo en mi trato con artistas, estaciones de radio, periodistas y distribuidores, lo que quizás explique que haya durado tanto tiempo en el medio.

      Por encima de cualquier otra cosa, me encantaba mi empleo. Trabajar en la industria de la música era un sueño hecho realidad, y creí que me retiraría de ella cuando llegara el momento.

      ¿Quién iba a


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