Correr con los caballos. Eugene Peterson

Correr con los caballos - Eugene Peterson


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horas hasta que los padres decidieron que sus polluelos ya habían comido lo suficiente. Una golondrina adulta tomo consigo los polluelos y comenzó a empujarlos hasta el final de la rama, más, más y más. Uno de los polluelos cayó. En algún lugar entre la rama y el agua, poco más de un metro más abajo, sus alas comenzaron a funcionar y el polluelo fue libre de volar por sí mismo. Luego, el segundo. El tercero no se dejaría intimidar. En el último momento se resbaló de la rama lo suficiente como para balancearse hacia abajo, luego volvió a asirse fuertemente, cual tenaz buldog. El padre ni se inmutó. Lo picoteó en la desesperadamente aferrada garra hasta que fue más doloroso para el pobre polluelo mantenerse colgando que arriesgarse a las inseguridades del vuelo. El polluelo se soltó y las inexpertas alas comenzaron a agitarse. La golondrina adulta sabía lo que el polluelo no sabía –que podía volar— y que no habría peligro alguno en hacer aquello para lo cual estaba perfectamente diseñado para hacer.

      Las aves tienen patas y pueden caminar. También tienen garras y puede asirse con seguridad a las ramas. Pueden caminar y pueden aferrarse. Sin embargo, volar es su actividad característica, y no es sino hasta que vuelan que tienen una vida plena bella y grácil.

      Dar es lo que mejor hacemos. Es nuestra naturaleza. Fue la acción diseñada dentro de nosotros aún antes de nuestro nacimiento. Dar es lo que define al mundo. Dios se da a sí mismo. También da todo lo que existe. No hace excepción alguna con nosotros. Somos dados a nuestras familias, a nuestros vecinos, a nuestros amigos, a nuestros enemigos, a las naciones. Nuestra vida es para otros. Esta es la manera en la que la creación trabaja. Algunos de nosotros tratamos desesperadamente de mantenernos para nosotros mismos, de vivir para nosotros mismos. Lucimos tan descuidados y patéticos haciendo esto, aferrándonos a la rama muerta de una cuenta bancaria para nuestra querida vida, temerosos de arriesgarnos a confiar en las alas sin probar del dar. Creemos que no podemos vivir generosamente porque nunca hemos tratado de hacerlo. Pero mientras más pronto comencemos a hacerlo, mucho mejor, porque al final tendremos que dar nuestras propias vidas, y mientras más tiempo esperemos menos tiempo tendremos para el rápido ascenso y descenso de la vida de gracia.

      Jeremías pudo haberse mantenido aferrado al callejón sin salida en donde nació en Anatot. Puedo haberse apegado a los hábitos sosos de su cultura. Pero no lo hizo. Él creyó en lo que le fue dicho sobre su trasfondo, que Dios mucho antes lo había dado, y que él participaba en el dar por medio de su vocación.

       Dignidad y disposición

      Muchos hechos críticos suceden antes de mi concepción y nacimiento que predeterminan la realidad que experimento: hechos biológicos que me hacen ser un bípedo que camina y no un pez que nada; hechos geográficos que me proveen un clima agradable en lugar de la era del hielo; hechos científicos que permiten que los médicos nos visiten cuando estamos enfermos y no curanderos brujos; hechos políticos que me hacen ser un ciudadano en una democracia y no un siervo en un estado feudal. Pero los hechos más importantes de todos son los que Dios hizo antes de que fuera concebido, antes de que naciera. Él me conocía, por lo tanto no soy un accidente; él me escogió, por lo tanto no puede ser un cero; él me dio, por lo tanto no debo ser un consumidor.

      Existen esfuerzos frenéticos en nuestra cultura para rescatar arruinadas autoestimas reforzando a la gente por medio de palabras alentadoras y de afirmación, que les dicen que son espectaculares, que son el número uno, y que recibirán algo muy bueno en el momento justo. El resultado no consiste en personas grandes sino pequeñas, en egos pigmeos. Pero, ¿cómo logramos tener un sentido de importancia sin inflar el ego? ¿Cómo nos hacemos importantes sin volvernos auto-importantes, seguros sin ser arrogantes, dignificados sin lucir ridículos?

      Jeremías fijó el modelo. ¿Alguna vez vivió alguien tan bien sin estos reservorios profundos de dignidad y disposición –sin rastros de superficialidad— como lo hizo Jeremías? Lo hizo partiendo de la meditación en el maravilloso antes de su vida, y vivió este trasfondo sin ir contra él. Esto, y no Anatot, era de donde venía Jeremías, y el acento en su hablar delataría su origen a cualquiera con un oído sensible.

      Es difícil cultivar este tipo de profunda conciencia en la memoria. No recibimos ayuda de nuestros contemporáneos quienes raramente se remontan más allá de los minutos de su anterior encuentro en un intento por comprender la agenda de su humanidad. Estamos tan acostumbrados a considerar todo a través del prisma de nuestros sentimientos actuales y de nuestras más recientes adquisiciones que es un cambio radical considerar al vasto antes. Pero si hemos de vivir bien, es necesario que lo hagamos. De otra forma, tendremos una vida débil e insegura, ignorantes de la gloria que nos conoce, elegidos y dados a otros por Dios.

      4 Soy sólo un muchacho

       Yo dije: “¡Ah, ah, Señor Jehová! ¡Yo no sé hablar, porque soy un muchacho!”. Me dijo Jehová: “No digas: ‘Soy un muchacho’, porque a todo lo que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová… Porque yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes y el pueblo de la tierra.”

      Jeremías 1:6-8, 18

       “No estoy hecho para empresas peligrosas –exclamó Frodo-. Hubiese preferido no haberlo visto nunca. ¿Por qué vino a mí? ¿Por qué fui elegido?

       - Preguntas que nadie puede responder –dijo Gandalf-. De lo que puedes estar seguro es de que no fue por ningún mérito que otros no tengan. Ni por poder ni por sabiduría, a lo menos. Pero has sido elegido y necesitarás de todos tus recursos: fuerza, ánimo, inteligencia.”

       J. R. R. Tolkien 1

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