Correr con los caballos. Eugene Peterson

Correr con los caballos - Eugene Peterson


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como el centro del cual se desarrolla la geometría de nuestras vidas, viviremos excéntricamente.

      Toda sabia reflexión es corroborada por la Biblia. Entramos a un mundo que no creamos. Crecemos en una vida que fue provista para nosotros. Llegamos a un complejo de relaciones con otras voluntades y destinos que ya están plenamente operativos antes de que seamos incluidos en ellas. Si vamos a vivir apropiadamente, debemos estar concientes de que estamos viviendo en el medio de una historia que ya fue comenzada y que será concluida por otra persona. Esta otra persona es Dios.

      Mi identidad no comienza cuando comienzo a entenderme a mí mismo. Existe algo previo a lo que pienso de mí mismo, y eso es lo que Dios piensa de mí. Esto significa que todo lo que pienso y siento es por naturaleza una respuesta, y a aquel a quien estoy respondiendo es Dios. Nunca digo la primera palabra. Nunca hago la primera movida.

      La vida de Jeremías no comenzó con Jeremías. La salvación de Jeremías no comenzó con Jeremías. La verdad de Jeremías no comenzó con Jeremías. Él entró a un mundo en el cual las partes esenciales de su existencia ya eran historia antigua. Y con nosotros es igual.

      Algunas veces cuando conversamos de manera cercana y profunda con otras tres o cuatro personas, otra persona se añade al grupo y comienza abruptamente a decir cosas, discutir posiciones y a hacer preguntas ignorando completamente lo que fue dicho durante las dos horas anteriores, ignorante del delicado balance que había sido alcanzado en la conversación. Cuando esto sucede, siempre quiero decir: “¿Sería mucha molestia que cerraras la boca por un momento? Sólo siéntate y escucha hasta que te pongas al corriente de lo que estamos hablando. Sinfonízate primero con lo que está sucediendo, y entonces serás bienvenido a nuestra conversación”.

      Dios es más paciente. Él soporta nuestras interrupciones, vuelve atrás y nos pone al día sobre las viejas historias, repitiendo la información primordial. Pero sería muchísimo mejor si nos tomáramos el tiempo para entender el sentido de las cosas, para encontrar nuestro lugar. La historia en la cual la vida calza ha avanzado bastante cuando entramos en escena. Es una conversación emocionante, brillante, llena de muchas voces. La clave está en descubrir la identidad detrás de las voces y familiarizarse con el contexto en el cual las palabras son usadas. Entonces, poco a poco, aventuramos una declaración, hacemos una reflexión, hacemos una pregunta o dos, incluso nos atrevemos a hacer una objeción. No es mucho antes que nos volvemos participantes regulares en la conversación en la cual, a medida que se desarrolla, llegamos a conocernos a nosotros mismos incluso mientras somos conocidos.

       Eligiendo equipo

      El segundo punto de información que tenemos del trasfondo de Jeremías es este: “antes que nacieras, te santifiqué”. Santificar significa apartar para Dios. Significa que el humano no es una rueda de la suerte. Significa que una persona no es el teclado de un piano en el cual las circunstancias tocan los tonos de moda.2 Significa que somos escogidos de la corriente irreflexiva de la circunstancialidad para algo más importante que Dios está haciendo.

      ¿Qué es lo que Dios está haciendo? El está salvando, rescatando, bendiciendo, proveyendo, juzgando, sanando, iluminando. Hay una guerra espiritual en progreso, una batalla moral suprema. Existe la maldad y la crueldad, la infelicidad y la enfermedad. Existe la superstición y la ignorancia, la brutalidad y el dolor. Dios está en una continua y sostenida batalla contra todo esto. Dios es a favor de la vida y en contra de la muerte. Dios es a favor del amor y en contra del odio. Dios es a favor de la esperanza y en contra de la desesperación. Dios es a favor del cielo y en contra del infierno. No existe un terreno neutral en el universo. Cada metro cuadrado es un espacio en guerra.

      Antes de siquiera haber nacido, Jeremías fue enlistado en bando de Dios en esta guerra. No le fue dado un par de años para mirar alrededor y decidir en qué lado estaría, o si se decidiría a escoger alguno. Él ya había sido escogido como combatiente del lado de Dios. Y todos lo somos. Nadie existe como un simple espectador. O asumimos la vida a la cual hemos sido consagrados o nos apartamos traicioneramente de ella. No podemos decir: “¡Espera un momento! Todavía no estoy listo. Espera hasta que haya evaluado todas las posibilidades.”3

      Por mucho tiempo los cristianos se llamaron los unos a los otros “santos”. Todos eran santos sin importar si sus vidas eran fáciles o difíciles, o lo experimentados o inexperimentados que fueran. La palabra santo no se refería a la cualidad o virtud de sus actos, sino a la tipo de vida para la cual habían sido escogidos, la vida en el campo de batalla. No era un título dado después de alguna obra espectacular, sino la marca de aquel en cuyo lado estaban. La palabra santo es la forma nominal del verbo santificar que dio forma espiritual a Jeremías aún antes de que tuviera forma biológica.

      En el vecindario en el cual viví cuando estaba en primer grado todos los demás niños eran mayores que yo. Cuando teníamos juegos entre los vecinos y había que formar los equipos, yo era siempre el último en ser elegido. En una ocasión –probablemente más de una, pero esta quedo grabada en mi memoria— después que todos los demás habían sido elegidos, me quede solo parado en medio de los dos equipos. Los capitanes discutían entre sí sobre quien tendría que elegirme. De repente me di cuenta que tenerme era una desventaja. A medida que avanzaba la discusión entre ellos pasé de ser un cero a ser un número negativo.

      Con Dios no sucede así. Ni un cero ni un número negativo. Tengo un lugar apartado el cual sólo yo puedo llenar. Nadie puede substituirme. Nadie puede reemplazarme. Antes de que fuera buena para cualquier cosa, Dios decidió que era bueno para lo que él estaba haciendo. Mi lugar en la vida no depende de lo bien que salga en el examen de admisión. Mi lugar en la vida no es determinado por el mercado disponible para mi tipo de personalidad.

      Dios está fuera para ganar al mundo con amor y cada persona ha sido seleccionada de la misma forma que lo fue Jeremías, para ser apartados y ganar al mundo con él. Dios no espera a ver cómo nos desenvolvemos para decidir si nos elegirá o no. Antes de que naciéramos nos escogió para ser parte de su equipo, nos santificó.

       El Gran Dador

      La tercera cosa que Dios hizo con Jeremías antes de que Jeremías hiciera nada por sí mismo fue esto: “te di por profeta a las naciones”. Dios da. Él es generoso. Él es tremendamente generoso. Antes de que Jeremías siquiera existiera ya había sido dado.

      Esta es la forma en que Dios obra. Él hizo esto mismo con su propio hijo, Jesús. Él lo dio. Lo dio a las naciones. No lo ostentó. No lo mantuvo en un museo. No lo exhibió como un trofeo. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

      Dios dio a Jeremías. Puedo escuchar a Jeremías quejándose: “espera un momento. No te des tanta prisa en darme. Tengo algo que decir al respecto. Tengo mis derechos humanos. Tengo unas cuantas decisiones que tomar por mí mismo sobre mi vida”. Y me imagino la respuesta de Dios: “Lo siento, pero ya lo había decidido antes de que nacieras. Ya está hecho, serás dado”.

      Tenemos poder de decisión sobre algunas cosas y sobre otras no. En esta, no. Es la clase de mundo en el cual nacimos. Dios lo creó. Dios lo sustenta. Dar es el estilo del universo. Dar es el tejido en la tela de la existencia. Si tratamos de vivir tomando en lugar de dando, vamos contra la dirección de las fibras. Es como tratar de ir contra la ley de la gravedad, la consecuencia serán huesos rotos y moretones. De hecho, vemos muchas vidas lisiadas, deformes, distorsionadas entre quienes desafían el hecho de que toda vida es dada y debe seguir siendo dada para que pueda ser fiel a su propia naturaleza.

      Hay un acantilado rocoso a la orilla del lago de Montana en donde pasaba parte de cada verano. Hay grietas en la superficie de la roca en las cuales las golondrinas hacen sus nidos. En un verano observé durante varias semanas a las golondrinas en veloz vuelo recolectando insectos por sobre la superficie del agua y luego descender en picada dentro de las cavidades del acantilado, alimentando primero a sus parejas y luego a sus polluelos recién empollados. Cerca de una de las grietas del acantilado una rama muerta se


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