Lui de Pinópolis. Carlos Roselló
insinuando que ello no es posible?
—No lo sé. Siempre nos están advirtiendo con respecto a lo que puede sucedernos tanto con los osos como con los lobos...
—Sentémonos —dijo Félix.
Tan pronto lo hicimos sobre un pino caído, me miró.
—Voy a explicarte algo, Lui. Si bien pueden existir criaturas cuyos hábitos o costumbres no comprendas, debes saber que todas y cada una de las vidas que habitan el bosque cumplen una tarea en él. Y en la medida de nuestras posibilidades, debemos contribuir a su realización. Es por lo que la vida es sagrada. Una vez que asumes esto, concluirás que tanto los duendes como los osos, los lobos y el resto de los animales del bosque que conformamos la obra del Supremo Duende, podemos ser amigos. Pero si eso no te bastara, ¿has pensado en lo aburrido que podría ser el bosque sin estos animales?
Sin importar lo que dijera, sabía que mi miedo tanto por los osos como por los lobos seguiría tan intacto como siempre, aunque evitaría desilusionarlo.
—Además, por más difícil que sea la situación a la que te someta algo o alguien, siempre tendrás la oportunidad de confundirle con un poco de ingenio. En el momento que te valgas de lo imprevisto, lo que sea dudará y ganarás así unos preciosos segundos que te permitirán tomar la iniciativa. Pero sabe que nunca debes hacer nada que ponga en peligro ninguna vida, ya que todas son únicas e irrepetibles.
—Te prometo recordar lo que me has dicho. Pero ¿qué haces en Sabiópolis?
—Soy maestro de letras.
—¿Podrías explicarme de qué se trata? Recién comencé la escuela.
—Digamos que es la enseñanza de la obra de quienes escriben. Mira.
Félix seguidamente extrajo un pequeño libro de entre sus ropas, que abrió por la mitad.
—Este libro es mi preferido. Se llama Pensamientos y fue escrito hace muchos años por el poeta Teo de Piedrápolis. En él, Teo escribe para su amada duendecita. Escucha:
«A veces me pregunto:
¿qué sucede con el tiempo
que media entre que llegas y te vas,
que se parece al de un latido de mi corazón?
Lo primero que se me ocurre
es que debe ser algo extraordinario,
como eso que hace que un día sea diferente de los otros...
Entre varias teorías posibles
—porque lo he pensado largamente—,
la que me encanta,
sostiene que a tu alrededor
el tiempo deja de ser constante,
porque, como yo,
tampoco escapa de la magia que tú irradias».
Increíblemente, lo que Félix leyó se grabó en mi memoria sin dificultad alguna. Y a tal punto, que me supe capaz de repetir palabra por palabra todo cuanto dijo. ¿Por qué será que nuestra mente reserva el don de la memoria, para aquellas cosas que arbitrariamente ella elige?
Luego de estas breves reflexiones, lo había resuelto.
—Yo también seré maestro de letras, Félix.
—Me halagas. Pero ¿cómo has tomado una decisión tan importante respecto al futuro aquí y ahora?
—Acabo de saberlo, ¿crees que podré lograrlo?
—Todo dependerá de ti, Lui.
—¿Hay que estudiar mucho?
—Sin importar lo que hagas, siempre deberás estudiar. El aprendizaje en la vida no tiene fin.
Pero hubo otra cosa que también me deslumbró, y contener mi curiosidad resultó imposible.
—Félix, ¿podrías enseñarme a hablar sin voz? Me refiero a eso que hiciste con el oso.
Mi amigo me miró largamente, en silencio, como advirtiendo que había descubierto un secreto, aunque se esforzó por continuar con naturalidad.
—Claro, pero no creas que es difícil. Aparte de alguna indicación técnica que otra, únicamente es necesario que conozcas cierto principio.
—¿Qué es un principio?
—Es algo así como un camino que te trazas, y del que nunca te apartas sin importar los obstáculos que encuentres. Nosotros lo llamamos un fundamento vital inmutable. A modo de ejemplo, lo que te dije acerca de la vida es un principio.
—¿Nosotros...? Bueno, no importa. ¿Cuál otro debo conocer?
—La perseverancia es la madre de la excelencia. Si practicas paciente y constantemente, podrás dominar lo que te propongas.
A medida que iba descubriendo a Félix y pese a mi corta edad, deduje que estaba frente a alguien especial. Un sabio muy comprensivo, si era posible calificarlo así. Ningún duende que hasta ese momento había conocido parecía reunir todas sus virtudes.
—Ahora voy a decirte unas pocas cosas que es necesario recuerdes. ¿Listo?
—Sí.
—Nuestra mente es como un pequeño cofre que guarda todas las respuestas. Solamente hay que ser paciente y constante en la búsqueda. Aquella que corresponde a la pregunta sobre el procedimiento para que tus pensamientos vuelen como los pájaros, es concentración. Esta consiste en una combinación de elementos corporales y mentales. Mírame.
Félix abrió sus manos, las juntó y luego las puso de forma tal que parecían emerger de su pecho, igual a como vi que hizo con el oso.
Una vez que me miró, lo imité.
—Y ahora cierra los ojos, con lo que la secuencia corporal del procedimiento se completa.
Cuando los tuve cerrados, las siguientes palabras de mi nuevo maestro ya no las escuché a través de mis oídos, sino en mi mente.
—De aquí en adelante, tu mente debe hacer el resto, Lui. En primer término, piensa en mí, y luego dime lo que quieras.
Tan pronto como me concentré en Félix y me creí preparado, pensé:
—Félix, ¿me escuchas?
—Sí, Lui.
Tanta fue la alegría que me provocó haber hablado por primera vez con mis pensamientos, que no pude evitar lanzar un grito.
—¡Lo hice!
—Claro, Lui. Pero ten presente que el verdadero secreto para dominar cualquier cosa que te propongas, radica en desarrollar el hábito de la práctica. El éxito no se alcanza sin perseverancia.
Luego de reflexionar unos instantes, agregó:
—Obviamente, en lo que no debes perseverar es en las fugas de clase...
Y empezamos a reírnos otra vez como dos locos, cuando súbitamente intuí que se marcharía por increíble que me pareciera.
—Estás por marcharte y creo que no volveré a verte. ¿Es verdad? —lo que dije sorprendió a Félix.
—Eres muy intuitivo para tu edad, Lui. Es cierto que en algunos instantes deberé partir, ya que hay cosas que no puedo desatender, pero eso no significa que no volvamos a vernos.
Saber que se iba me entristeció. En una ocasión me dijeron que cuando despides a un amigo, es como si el Universo apagara miles de estrellas. Y aunque fuera de día, sabía que era verdad.
—Ten. —Estiró su brazo derecho con los Pensamientos de Teo en la mano.
—¿Qué haces, Félix?
—Te regalo mi libro predilecto. ¿Cómo piensas ser maestro de letras sin conocer