Lui de Pinópolis. Carlos Roselló
amigo.
Félix se inclinó hasta quedar de mi altura.
—El futuro ya está escrito, Lui. Y tú, como elegido que eres, tienes una tarea muy importante que cumplir. Nada es casual. Nuestras vidas y las de otros están destinadas a cruzarse desde largo tiempo atrás. Lo que hagas por otros, lo harás por ti, ya que todos somos parte de lo mismo. Cuando sea el tiempo del que ahora te hablo, mucho más de lo que nunca imaginarás dependerá de ti. ¿Comprendes, Lui?
—Creo que sí —respondí, aunque no supiera a qué se refería.
Y sonreímos juntos por última vez.
—Hasta pronto, mi joven amigo. Algún día, no muy lejano, volveremos a vernos. Lo prometo.
Al dar la vuelta y caminar rumbo a casa unos cuantos pasos, miré atrás, pero ya no estaba. En el sitio que antes se encontraba Félix, había algo parecido a cientos de copos danzantes de luz blanca, que pronto se extinguieron. Y si lo que veía parecía imposible de creer, no menos lo fue el hecho de saber que algún día yo también viajaría así.
Instantes después...
—Maestro Ra... —dijo amablemente Félix.
El anciano que leía a la luz de una vela rodeado de libros en una cueva de las afueras de Osópolis, levantó la vista y sonrió.
—¡Oh, Félix! Mi hogar se honra con la presencia de mi amigo y sucesor.
—El honrado siempre soy yo, maestro.
—Eres muy amable con este anciano, Félix.
—Bien sabes que es el resultado de tus enseñanzas.
—Gracias. ¿Y bien? —La ansiedad ahora era más fuerte que el duende de pelo blanco.
—El Sabán es eternamente exacto, como tú bien sabes. En el tiempo y el lugar que intuí, el gran Dorek esperaba con mi sucesor.
—El viejo oso Dorek... —Sonrió—. Con los años parece estar más grande y luce aún peor…
—Para mí no ha cambiado nada. Todavía recuerdo cuando viniste a mi encuentro, y él me tenía agarrado por los aires. No fue hasta que me revelaste la verdad que dejé de soñar con él.
El anciano rio mientras Félix se sentó enfrente.
—Eso fue hace tanto tiempo, Félix... ¡Cuántas cosas han pasado desde entonces!
—Tienes razón.
—¿Y cómo es tu sucesor?
—Muy inteligente y extremadamente intuitivo para su edad. Por un momento creí que leía mi mente como tú ese libro. De ahora en adelante, debemos esperar a que sea el tiempo.
La ansiedad en el rostro de Ra cedió a la preocupación cuando volvió a hablar:
—Ayer he tenido otro sueño, Félix. —El anciano dejó de mirar a su amigo.
—Cuéntamelo.
—Temo que esta vez será peor de lo que jamás ha sido. El bosque inferior ya ha elegido al próximo Hechicero de las Sombras, y comienza a dotarlo de fuerzas alarmantemente poderosas. Temo que la próxima será la batalla final.
El anciano se puso de pie con dificultad y comenzó a caminar pensativo, apoyado en su bastón.
—Sin importar lo que suceda, sabes que lucharé hasta el fin si es preciso.
—No, Félix. No sé cómo decírtelo. —Ra miró ahora a Félix.
—¿Decirme qué, maestro?
—Ignoro la razón, pero tú nunca enfrentarás a este hechicero...
—¿Qué...? —Félix se puso en pie de un salto, perplejo.
—Lo siento, pero el sueño no me lo reveló. He visto a tu sucesor, el pequeño Guardián, luchando contra el hechicero en tu lugar.
—Es imposible; no está preparado. ¡No será su tiempo!
—Estás equivocado, Félix. Ninguno de nosotros jamás hubiera estado listo para lo que en esta ocasión sucederá. Esta vez será totalmente diferente a como siempre ha sido: ¡El hechicero se apoderará del Sabán!
—No puede ser... ¡Prefiero morir antes de entregárselo, maestro!
—Él hará cualquier cosa para ello esta vez, y finalmente lo obtendrá, Félix.
—Entonces todo habrá terminado: «Si el Duende de la Guarda es despojado, nada impedirá que las sombras se apoderen del bosque...».
—Todo es confuso en esta oportunidad, amigo mío.
—¡Pues prefiero destruir el Sabán antes de que caiga en poder del hechicero!
—¡No, Félix! Desde el momento en que lo hicieras, las sombras se sabrían vencedoras, y ya nada impedirá que esclavicen al bosque. Además, tienes que pensar en tu sucesor.
—¿Lui? Sin el Sabán nada impedirá que muera; y de la peor forma. El bosque le seguirá poco después. ¡Será el fin de todo, maestro! —lamentó Félix.
Apesadumbrado y pensativo, el anciano no respondió.
III
Un suceso imprevisto
La noche que siguió a mi nombramiento como maestro de letras de la escuela de Pinópolis, me resultó poco menos que eterna. El hecho de concretar un anhelo largamente esperado generó en mí, por lógica, tanta ansiedad que el sueño jamás llegó. Indudablemente, saber esperar es una habilidad difícil de adquirir y practicar. ¿Tú sabes esperar?
Mientras leía, pues algo tenía que hacer para que pasara el tiempo, alguien llamó a mi puerta apenas amanecía. Era Tino.
—¡Felicidades, maestro Lui!
—Gracias, amigo. Pero ¿qué haces a esta hora despierto?
La cara de Tino parecía tallada en piedra.
—El Consejo va a reunirse ahora y el presidente quiere que todos los maestros estén presentes.
El hecho que el Consejo de Gobierno de Pinópolis sesione en forma ampliada con los maestros, es algo extraordinario, pues ello sucede únicamente cuando existe algún asunto de entidad. Tino, que es miembro permanente, ya que a su cargo está la seguridad de la aldea, se mostraba inquieto.
—¿Qué sucede?
—Es grave, Lui.
Las puertas del edificio del Consejo fueron cerradas tan pronto como el último de los maestros acabó por ingresar. Mi primera asistencia formal a este recinto me permitió ver al maestro Uro ya instalado en su asiento de miembro permanente, al tiempo que el presidente se aprestaba a hacer uso de la palabra. Lo poco que dejó entrever Tino me hizo intuir que algo inusitado sucedía en el bosque.
El presidente, a continuación, tomó la palabra:
—Primeramente, gracias a todos por asistir a esta hora de la mañana. He requerido la presencia de ustedes porque el bosque se enfrenta a un hecho de imprevisibles consecuencias. Ayer, por la noche, recibimos una carta del Consejo de Gobierno de Verdépolis, por la que se nos informa que Sabiópolis se apresta a declarar la guerra a Bellápolis.
No podía creer lo que acababa de escuchar. Guerra... ¡Qué locura! Si era verdad, por primera vez ya no solo la fraternidad estaba en peligro, sino la propia existencia de nuestra especie. Tenía que tratarse de un error. Pero si no lo era, sería difícil que las aldeas pudieran continuar ocultando su existencia a los ojos de los cazadores. Indudablemente, la guerra aparejaría la destrucción del bosque que conocía. Entre los presentes, la preocupación y el temor por la noticia se advirtió de inmediato, por los comentarios que surgieron tan pronto ella se reveló.
Y entonces pensé en Félix, todo mi