Un conde nórdico en el Caribe:. Joaquín Viloria De la Hoz
la anuencia del monarca Carlos XIV Juan, en 1825 el Consejo de Ministros sueco aprobó la venta de dos buques de guerra para Colombia y tres para México. Al ser descubierta la transacción secreta por parte de las delegaciones española y rusa en Estocolmo, el gobierno sueco se trató de eludir su responsabilidad argumentando que “los barcos estaban destinados a una expedición a las Indias Orientales. La cosa se complicó aún más, porque las tripulaciones que en total ascendían a 1.800 hombres, […] habían obtenido permiso para residir en le extranjero durante tres años” (Paulin, 1952, p. 625). Que se tenga noticias, de los 1.800 tripulantes suecos que debían permanecer en Colombia y México, solo uno se quedó en Colombia (Fahlmark), empleado en los servicios geodésicos con sede en el istmo de Panamá.
Los buques con destino a Colombia zarparon cuando comenzaban las protestas rusas y españolas. Ante lo delicado de la situación, Suecia aceptó la propuesta del ministro británico en Estocolmo, consistente en suspender la salida de los buques mexicanos, así como el permiso de los tripulantes de las dos primeras embarcaciones de permanecer en Colombia. Mientras se desarrollaba esta puja diplomática, llegaron los dos buques a Cartagena, en donde Adlercreutz de seguro los debía estar esperando para comunicarles los acontecimientos ocurridos durante su travesía. En Cartagena, el gobierno colombiano se negó a recibir los barcos, por la prohibición a la tripulación de vincularse temporalmente con la armada colombiana. Los buques siguieron viaje a Nueva York, en donde fueron subastados, pero la suma obtenida por la venta ni siquiera alcanzó para costear el regreso de los tripulantes. El negocio, que prometía amplias ganancias para Suecia, terminó en forma humillante para ese país y con una pérdida financiera considerable.
VI. Otros suecos en Colombia durante la época de Adlercreutz
En secciones anteriores hemos visto el interés político y comercial que despertó en Suecia la Independencia de las colonias españolas. En este sentido, la isla de San Bartolomé jugó un papel crucial al servir de puerto de trasbordo para los legionarios europeos, el armamento y demás mercancías con destino a los republicanos de la Gran Colombia. Entre 1818 y 1821, el Ejército Libertador recibió miles de legionarios extranjeros, que antes de llegar a la isla de Margarita hacían escala obligada en San Bartolomé.
Por esta isla pasaron los tres primeros suecos que estuvieron en territorio colombiano durante el siglo XIX: Severin Lorich, Federico Tomás Adlercreutz y Carl Ulric von Hauswoff. Lorich estuvo en la isla entre 1815 y 1816 como jefe de un destacamento y luego viajó por varias islas del Caribe y Estados Unidos; Adlercreutz solo hizo una corta escala en 1820, de paso para la isla de Margarita y luego al territorio continental, donde se incorporaría al Ejército Libertador; y Hauswolff se desempeñó como Secretario de la isla hasta 1819.
Severin Lorich llegó a Colombia en 1823, convirtiéndose en el primer agente sueco ante el gobierno colombiano. De acuerdo con Lorich, para Suecia resultaba conveniente comerciar con las nuevas repúblicas hispanoamericanas, a través de la isla de San Bartolomé. El agente Lorich propuso firmar un Acuerdo Comercial entra las dos naciones, pero estas proposiciones no fueron aceptadas por el gobierno colombiano, ya que el Acuerdo no llevaba implícito el reconocimiento formal de la nueva República. En general, las opiniones de Lorich respecto a Colombia y sus habitantes fueron respetuosas, muy diferentes a las emitidas por su compatriota Carl August Gosselman, a raíz de su viaje por Colombia entre 1825 y 1826. Sobre los colombianos escribe Lorich (1991):
Los habitantes de Colombia son de numerosos colores. Hay españoles, indios, mulatos, negros, mestizos y una raza llamada de zambos, de origen africano e indígena […] El carácter del pueblo presenta menos impetuosidad y pasiones violentas que el del español. Su civilización es todavía muy inferior a la de los europeos, lo cual proviene más de falta de educación que factores de la naturaleza. El gusto del pueblo parece inclinado a las ocupaciones de paz (p. 3).
Otro de los suecos grancolombianos fue Carl Ulric von Hauswoff, quien en 1820 emprendió una gira por las costas de Venezuela, Colombia y Panamá. Al año siguiente llegó a la Cartagena recién libertada, en cuyas batallas decisivas participó su compatriota Adlercreutz, y al tener conocimiento de la fiebre de oro que se vivía en diferentes provincias andinas, se encaminó a Antioquia en donde consiguió la concesión de una mina. Con este documento viajó a Londres en 1823, en donde consiguió el respaldo económico de los banqueros judíos B.A. Goldsmith & Co. Luego viajó a Suecia en donde se casó con María von Greiff, reclutó algunos técnicos como el joven ingeniero Pedro Nisser y organizó la expedición del barco mercantil sueco Cristóbal Colón. En su viaje a Colombia en 1825, el Cristóbal Colón contó entre sus oficiales con Carlos Augusto Gosselman, teniente de la Armada sueca (Paulin, 1952, Mörner, 1961, Tisnés, 1983).
Al arribar a Cartagena, Gosselman se alojó en una casa colonial perteneciente a Domingo Díaz Granados Paniza, cuñado de Adlercreutz. Sin duda, el Conde le consiguió este alojamiento a su compatriota durante su estadía en Cartagena. Gosselman era un oficial de gran cultura, que durante dos años recorrió el país, observó sus paisajes, su gobierno, su economía y sus costumbres, plasmándolo todo en su libro Viaje por Colombia 1825 y 1826.
A diferencia del informe de Lorich, el libro de Golsselman está plagado de comentarios racistas sobre los colombianos. En palabras de Hans E. Skold, embajador de Suecia en Colombia en 1979:
Gosselman llegó a Colombia saturado de prejuicios […] Con gran largueza y muchas veces con tendencias racistas critica este forastero de las afueras de Europa Septentrional, condiciones y comportamientos que no le parecen conforme a su fondo de realismo nórdico y luteranismo frío. (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).
Gosselman no andaba en vueltas para tildar de perezosos a los colombianos y a los negros de indolentes:
Puedo decir con razón que los colombianos durante la mitad del año tienen días de fiesta y el otro medio año no hacen nada (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).
Pero el autor parece encontrar una explicación determinista a esta pereza generalizada: “Quizás el clima ayude a que así sea… Es difícil hacerse a la idea de un día de este estilo. Es como estar rodeado de una gran masa de gas que ilumina y llena todo con su deslumbrante luminosidad” (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).
Más allá de su incomprensión por las costumbres colombianas, el libro de Gosselman es una crónica de gran interés histórico, escrita en el estilo característico de los viajeros europeos del siglo XIX. En la medida en que fue conociendo el país, sus comentarios se hicieron más benévolos: argumentó que las tierras de Colombia no solo eran aptas para producir frutos tropicales, o explotar el oro y la plata, si no que también, en sus regiones montañosas, se podían cultivar los productos de clima templado, o impulsar una industrialización adecuada “capaz de satisfacer sus necesidades sin requerir de la ayuda extranjera” (Gosselman, 1981, p. 320).
Mientras Gosselman recorría Colombia y se dedicaba a observar detalladamente su geografía, sus instituciones o su economía, los otros suecos que llegaron con él se instalaron en Medellín, con la intención de sacar algunos gramos de oro de las minas que habían adquirido. Además de Hauswolff y su esposa María de Greiff, la pequeña colonia sueca en Antioquia la integraban Pedro Nisser, el capitán Carlos de Greiff (De Greiff, 1995), cuñado de Hauswolff, Luisa Faxe (esposa de Carlos), el químico Plageman, el herrero Zimmerman y una criada. La baja producción de la mina generó tensiones entre los suecos radicados en Antioquia, sobre todo entre Hauswolff y de Greiff. Hauswolff decidió regresar a Europa en 1831 para buscar nuevos recursos para sus proyectos, por lo que viajó a Cartagena y allí se embarcó rumbo a Estados Unidos y Europa. Ante una avería de la embarcación en que viajaban debieron desembarcar en Jamaica, en donde Hauswolff se encontró con su compatriota Adlercreutz y demás militares que habían sido expulsados de Cartagena, después de la muerte de Bolívar. Finalmente, Hauswolff prosiguió su viaje a Europa, pero ni en Suecia ni en Finlandia consiguió recursos para su empresa minera.
Ante el fracaso de la empresa minera de Hauswolff, las familias Nisser y de Greiff empezaron trabajos en una pequeña mina, y para conseguir el capital que la pusiera en funcionamiento, Pedro Nisser escribió un pequeño libro sobre la mina y viajó a Londres para promocionar su proyecto. En esa ciudad emitió acciones de la empresa que llamó “Río