Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas


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      »Viendo que no podía dormir, esta mañana me he levantado a las siete y he bajado cuando el doctor salía del cuarto de su hija. Casi no me ha visto. Parece dominado por una idea fija y en seis semanas no ha añadido una palabra al diario en que siempre ha apuntado los sucesos culminantes de su vida.

      »Transcurren ahora los días lentos y tristes, sin acontecimientos que vengan a romper la monotonía del dolor. Al día siguiente de la recaída de Magdalena, escribió su padre:

      »¡Ha recaído!

      »Y nada más… ¡Oh! ¡De sobra sé lo que tendrá que escribir después de esas dos palabras!

      »Le detuve al pasar y le pregunté por Magdalena.

      »—No está mejor, pero ahora duerme—contestó con aire distraído, casi sin mirarme.—La señora Braun está haciéndole compañía; yo voy a preparar el medicamento.

      »Desde la noche del baile, el doctor ha convertido su habitación en farmacia, y todas las medicinas las prepara él por sí mismo.

      »Quise dirigirme al cuarto de Magdalena, pero él me detuvo diciéndome estas palabras:

      »—No entres: se despertaría.

      »Y siguió su camino sin preocuparse más de mí, con la frente baja, la mirada fija y un dedo sobre los labios, absorbido su pensamiento por una idea exclusiva.

      »Yo, no sabiendo qué hacer hasta que Magdalena despertase, ensillé a Sturm y salí a dar un paseo. Llevaba un mes confinado en la casa y necesitaba respirar el aire libre.

      »Al llegar al bosque y cruzar la Avenida de Madrid, vino a mi mente el recuerdo de un paseo que hace tres meses hice en circunstancias bien distintas. Pisaba yo aquel día el umbral de la felicidad, mientras que hoy me encuentro al borde de la desesperación más profunda.

      »Aún no ha entrado el otoño, y ya empiezan a desprenderse las hojas. El estío ha sido muy riguroso, cálido y seco, sin brisas templadas ni refrescantes lluvias, y la próxima estación parece anticiparse como si desease marchitar y aniquilar las flores de Magdalena.

      »Eran poco más de las diez, hacía una mañana fría y nebulosa, y aun así me pareció que había en aquellos sitios excesiva concurrencia. Fuime hacia Marly y a las once volví a casa, rendido por el cansancio y la pena. Sin embargo, pude observar que la fatiga corporal es casi siempre un alivio para los dolores del alma.

      »A la sazón acababa de despertar Magdalena.

      »¡Pobre amor mío! Ella no sufre: se muere poco a poco, sin advertirlo siquiera.

      »Me ha reñido por mi prolongada ausencia, diciéndome que ha pasado mucha inquietud, mientras yo falté de casa. Pero de usted nunca me habla. ¿Cómo se explica ese silencio, Antoñita?

      »Me acerqué a su cabecera y procuré excusarme diciéndole que había salido porque creí que dormía.

      »Interrumpiéndome, me dio a besar su mano abrasadora y luego me suplicó que le leyese algunas páginas de Pablo y Virginia.

      »Precisamente fui a abrir el libro por el pasaje donde se describe la despedida de los dos niños. Mientras leía costábame gran trabajo el reprimir los sollozos que me ahogaban.

      »De vez en cuando entraba el doctor a ver a su hija y en seguida se marchaba, con aire preocupado. Reñíale cariñosamente Magdalena, al verle tan cabizbajo; pero él no la escuchaba ni le contestaba. No parece sino que a fuerza de estudiar la enfermedad ha acabado por no ver ya a la enferma. A última hora ha vuelto a entrar para administrarle un calmante, y después de recomendarle un reposo absoluto, me ha hecho salir con él para dejarla descansar un rato.

      Capítulo 29

      Índice

      »Por la noche me tocaba a mí velar.

      »El doctor, la señora Braun y yo, nos relevamos por turno en compañía de una enfermera que nos ayuda a cuidar a Magdalena. A pesar de sentirme rendido de pena y de cansancio, reclamé mi derecho y el señor de Avrigny, se retiró sin hacer la menor observación.

      »Poco después, Magdalena se ha dormido con un sueño tan tranquilo como si sus días no estuviesen ya contados. Yo estaba despierto; el sueño huía ante los negros pensamientos que me dominaban. No obstante, a media noche sentí nublarse mis ojos y aletargarse mi cabeza que después de luchar un instante con el sueño dejé caer sobre el borde del lecho de mi amada.

      »Entonces soñé, y mi ensueño fue tan delicioso, que me desquitó con creces de las terribles vigilias que acababa de pasar… Era una noche del mes de julio, plácida y serena, y a la luz de la luna, Magdalena y yo nos paseábamos en un país extraño, pero que a mí me era desconocido. Conversábamos a orilla del mar, siguiendo la ondulada línea de una preciosa bahía, y admirando desde la playa, los espléndidos efectos de luz que el astro de la noche prestaba a las argentadas ondas. Yo le daba el nombre de esposa y ella repetía el mío con voz suave, angelical.

      »Desperté de pronto y la visión desapareció en el acto, volviendo a contemplar mis atónitos ojos el aposento a media luz, el blanco techo, la triste lamparilla y a mi lado el doctor, que silencioso y grave, con semblante impasible, pero con mirada terriblemente profunda, contemplaba a Magdalena dormida.

      »—Ya ves que has hecho mal en reclamar tu turno—me dijo fríamente.—No me extraña, porque a los veintitrés años hay que dormir mucho más que a los sesenta. Vete a descansar, Amaury; ya quedaré yo velando.

      »Sus palabras no eran de acritud ni burla; antes al contrario, las dijo con acento de compasión paternal por mi poca fortaleza. Pero al oírle sentí, sin saber por qué, una sorda irritación semejante a un sentimiento de celos o de envidia.

      »Es que ese hombre tiene algo de sobrehumano, viene a ser un espíritu intermedio entre el hombre y la divinidad, en quien no hacen mella las emociones terrestres ni las necesidades de la materia parecen existir. Ni siquiera le han hecho un día la cama durante el mes que acaba de transcurrir; él vela incesantemente, siempre meditabundo y siempre buscando un remedio imaginario. Es un hombre de hierro.

      »En vez de subir a mi cuarto, he preferido bajar al jardín para sentarme en el mismo banco donde estuvimos juntos la otra noche. Allí volví a recordar aquella escena con todos sus pormenores… Sólo a través de la ventana de su cuarto se veía una débil claridad, y yo, contemplando aquella luz vacilante, la comparaba instintivamente con el resto de vida que aun anima a mi pobre Magdalena, cuando se extinguió de pronto…

      »No pude menos de temblar, sugestionado por aquella fatal coincidencia en la que creí ver la imagen de mi propio destino. De igual modo va apagándose el único rayo de luz que ha rasgado las tinieblas de mí vida… Me volví a mi cuarto llorando como un niño.»

       Amaury a Antonia

      «No estaba yo en lo cierto, Antoñita; también su tío tiene momentos de desesperación y abatimiento profundos. Cuando entré esta mañana en su despacho estaba con los brazos apoyados en la mesa y el rostro oculto entre ellos. Creyendo yo que le había sorprendido durmiendo sentía amenguarse mi pasada humillación y veía al doctor depender como todos de su condición humana, cuando me dí cuenta de que me había engañado, porque al oír mis pasos alzó la cabeza y volvió hacia mí su rostro bañado en llanto.

      »Sentí entonces que el corazón se me oprimía y me quedé sin aliento. Era aquélla la primera vez que le veía llorar, y esto me revelaba que ya no había esperanza.

      »—¡Estamos, pues, perdidos!—exclamé.—¿No conoce usted ningún recurso? ¿No puede inventar ningún remedio?

      »—Todo es inútil ya—me respondió.—Ayer preparé un nuevo medicamento que resultó también ineficaz como los otros. ¡Oh! ¡Luego dicen que la ciencia!… ¡La ciencia! ¿Qué es la ciencia?—continuó abandonando el asiento para pasear,


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