La historia oculta. Marcelo Gullo
lo constituye el hecho de que Beresford nombrara a José Martínez de Hoz como gerente nativo de la Aduana, sellando, de esa forma, una alianza con la familia Martínez de Hoz y con la oligarquía porteña, que se mantuvo sin perturbaciones hasta nuestros días.
Ciento setenta años después, otro José Martínez de Hoz, nombrado ministro de Economía por la dictadura militar genocida de 1976, sería el encargado de llevar adelante un espeluznante plan de desindustrialización que sumió a miles de argentinos en la pobreza y que obligó al Estado nacional a endeudarse en aproximadamente 40.000 millones de dólares (de la época) para poder mantener una irrestricta apertura de la economía y una falsa paridad cambiaria que sobrevaluaba el peso con respecto de dólar como parte fundamental del proceso de destrucción industrial. Un peso sobrevaluado aumenta los costos locales elevando los precios industriales de producción local, haciendo absolutamente accesible y muy barata la mercadería extrajera frente a la local. Con tamaños costos la producción nacional no puede competir, y su destino inevitable es la ruina. Importa destacar que la deuda contraída por la dictadura militar –que gobernó desde 1976 hasta 1983– fue, principalmente, tomada con bancos ingleses.
El pueblo masticaba bronca
El pueblo que con altanería masticaba bronca ante la actitud pasiva de los funcionarios encargados de defender la ciudad espera ansioso la oportunidad de echar a los invasores. De nada valdría la primera medida gubernativa dispuesta por Beresford: la libertad de comercio, es decir, que el virreinato se abriera al comercio británico, medida demagógica sólo destinada a recibir el aplauso de los nativos vinculados a dicha actividad que veían con agrado el blanqueo de la antes ilícita, aunque tolerada, actividad mercantil.
Allí es cuando entra providencialmente en escena Santiago de Liniers y Bremond, que siendo originario de la región de la Vendée, en Francia, poseía una consustancial devoción espiritual. Se dice que habiendo concurrido a la iglesia de Santo Domingo, llamó su atención que no estuviera expuesto el Santísimo Sacramento y, según José María Rosa, la tristeza con la que se celebraba la misa y las profanaciones llevadas a cabo por soldados ingleses, le hizo prometer ese mismo día al prior del convento, fray Gregorio Torres, que si con la ayuda de Dios lograba reconquistar la ciudad ofrecería a los pies de la Virgen los trofeos capturados al enemigo. (Yurman, s/f)
El 4 de agosto de 1806, Santiago de Liniers –que había escapado a la Banda Oriental para poder organizar la reconquista de Buenos Aires–, al mando de mil combatientes, desembarca en el Puerto de las Conchas (en la actual localidad de Tigre) donde se le suman otros quinientos voluntarios. Liniers se dirige entonces a San Isidro y la Chacarita y acampa en los corrales de Miserere, actual plaza Once.
El 11 de agosto de 1806, a las cinco de la mañana, comienza el combate por la reconquista de Buenos Aires. La población se une en masa a las tropas que comanda Liniers. El comandante de los Voluntarios de Caballería, Martín de Pueyrredón, le arrebata una de las banderolas al legendario regimiento 71º de Highlanders.
El 12 de agosto, el general Beresford acepta rendirse, “a discreción”, es decir, incondicionalmente. Gran Bretaña ha sido derrotada y las banderas británicas capturadas, colocadas a los pies de la Virgen en la iglesia de Santo Domingo, conforme lo prometido por Liniers. En ese mismo sitio aun hoy pueden verse, aunque no debemos omitir que trofeos de tamaño valor se encuentran en lamentable estado de abandono e indisimulado descuido.
El pueblo encuentra a su caudillo
Dos días después de la rendición de Beresford se conoce en Buenos Aires una carta que el virrey Sobremonte había dirigido a Liniers ordenándole que de ninguna manera intentara la reconquista de Buenos Aires hasta que llegasen las fuerzas cordobesas por él reclutadas. La indignación popular fue enorme y una gigantesca multitud se presentó amenazadoramente “delante de las casas consistoriales, pidiendo a gritos que no se permita al virrey la entrada en la ciudad. Y que a Liniers se confiera el mando de las armas” (Di Meglio, 2007: 81).
Entonces se produjo un hecho extraordinario: el primer gran acto de democracia directa en el Río de la Plata. Desde el balcón del ayuntamiento se les preguntó a los hombres del pueblo, reunidos en la plaza, si querían seguir siendo gobernados por Sobremonte, a lo que el pueblo respondió:
No, no, no, no, no lo queremos, muera ese traidor nos a vendido es desertor en el caso más peligroso […] queremos a Dn. Santiago de Liniers y si intenta Sobremonte venir a gobernar respondió el pueblo que antes permitirían el pueblo se le cortaran a todos las cabeza Viva Viva Viva á nuestro General Liniers tiraron todos los sombreros al aires que parecía el día del Juicio de la gritería. (Citado por Di Meglio, 81)
La solidaridad de los pueblos de la Patria Grande
El historiador Santiago de Albornoz (1944) comenta que, luego de producida la reconquista de la ciudad de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806, “el pueblo de Buenos Aires había agotado casi toda su pólvora, sus pertrechos y su dinero. Buenos Aires, colonia de limitados recursos, no tenía fábricas para reponer los elementos de guerra consumidos en la primera invasión, ni dónde poderlos adquirir; el bloqueo de la escuadra inglesa aumentaba la angustia de sus valerosos defensores. Pronto la angustia se convierte en entusiasmo guerrero; el pueblo de Buenos Aires, sorprendido y jubiloso, ve llegar a sus cuarteles cargamentos de pólvora, de armas, de pertrechos y de otros recursos: eran los auxilios que el pueblo peruano enviaba a sus hermanos americanos del Río de la Plata. Esos auxilios llegaron tan oportunamente a Buenos Aires que contribuyeron a la derrota de los ingleses en su segunda invasión” (45).
El virrey José de Abascal, marqués de la Concordia Española en Perú, al referirse al aporte realizado por el virreinato del Perú a la defensa de Buenos Aires sostiene en sus memorias:
Pero como los enemigos se conservasen en el mismo Río de la Plata con considerables fuerza y ánimo al parecer de atacar por segunda vez la plaza de Montevideo, no obstante los oficios del virrey Sobremonte, que opinaba no ser necesarios otros refuerzos que los de numerario, mandé seguidamente que a los cien mil pesos que estaban en viaje por vía Cusco se aumentasen doscientos mil pesos más de los productos de la caja de dicha ciudad y de las de Arequipa y Puno; a pesar de las estrecheces de este erario, y por la vía de Chile remití 1.800 quintales de pólvora, 200.000 cartuchos para fusil, 200 quintales de bala de plomo, otros 200 quintales de los dichos en pasta, y 300 espadas de caballería, cuyas remesas calculadas por valor de $121.000.- que pudieron llegar con felicidad y emplearse útilmente en la gloriosa defensa de Buenos Aires. (Citado por Albornoz, 49)
Importa precisar que el virrey de Perú, además de los cargamentos de pertrechos y otros elementos que remitió a Buenos Aires por la vía de Chile, también formó una junta encargada de recibir donativos de los particulares. Se organizó entonces una impresionante colecta en todos los pueblos del Perú. El entusiasmo popular fue enorme y en pocas semanas la junta entregó al virrey una sorprendente suma de dinero para ser enviado a Buenos Aires. El virrey Abascal, al referirse a estos hechos, afirma en sus memorias:
Las sumas colectadas por razón del donativo produjeron $ 124.000, que agregados a los anteriores envíos de numerarios, hace ascender en su totalidad a $ 700.000, cuya prodigiosa cantidad asombra si se entiende al estado en que se hallaban estas tesorerías y a los gastos que tuve que impender de nuevo con las noticias que se recibían de Buenos Aires. (Citado por Albornoz, 50)
Luego de terminadas las invasiones inglesas y con muchas víctimas y heridos de guerra criollos, aquella inquebrantable solidaridad de los pueblos de la Patria Grande se volvió a manifestar. Esta vez, a través de donativos enviados directamente por vecinos de algunas ciudades peruanas para subvenir las necesidades de los perjudicados. Así, la ciudad de Huánuco envió 117.125 pesos de la época, Arequipa mandó 4.200 pesos, Cusco despachó 1.030, Andahuaylas giró 1.000 y Huamanga, 7.495.
Ciertamente, la solidaridad de los pueblos de la Patria Grande no consistió tan sólo en el envío de dinero, armamento y municiones. Se olvida comúnmente que, en 1806 y 1807, el invasor inglés fue expulsado del Río de la Plata no sólo por porteños sino también por paraguayos, orientales, peruanos y altoperuanos –al decir de hoy, bolivianos–, todos ellos parte del pueblo que persiguió y derrotó en las tierras del Plata al invasor británico. Resuenan