La historia oculta. Marcelo Gullo

La historia oculta - Marcelo Gullo


Скачать книгу
ayuda a los patriotas americanos para que Hispanoamérica pudiera liberarse de su enemigo táctico al mismo tiempo que Gran Bretaña creaba las condiciones estructurales para que Hispanoamérica terminara de pasar de la dependencia formal española a la dependencia informal británica.

      La clave oculta de nuestra historia

      Sin lugar a dudas puede afirmarse que el proceso de apertura económica iniciado por los Borbones con el Reglamento de Libre Comercio, al mismo tiempo que encumbró y enriqueció enormemente a los comerciantes de la ciudad de Buenos Aires, comenzó a empobrecer a la mayoría de la población del interior del virreinato.

      La avalancha de importaciones que fluyó tierra adentro planteó una terrible competencia a la manufactura y a la artesanía vernáculas. Las tejedurías, talabarterías, etc., de las provincias mediterráneas no estaban en condiciones de competir con artículos confeccionados en los centros fabriles mecanizados de Manchester o Glasgow. Y así como el litoral creció y pasó a ser la región más rica, adelantada, poblada y dominante del virreinato, por las mismas causas el interior se estancó y luego comenzó a languidecer […] Así, alumbró Mayo de 1810. Pero las contradicciones engendradas en el seno del ex virreinato por el desarrollo desigual, lejos de resolverse, se ahondaron y desembocaron en el cruento desgarramiento de la guerra civil entre federales y unitarios. (Trías, 1970: 14)

      Una guerra que sería, en esencia, la expresión violenta de la contradicción principal: proteccionismo versus libre comercio. Ésta, y no otra, es la clave, el quid que nos servirá para interpretar la historia argentina. En esta clave podrán entenderse los acontecimientos de nuestro devenir como país desde sus orígenes y hasta nuestros días.

      Esta contradicción que, nacida como consecuencia no querida del sistema económico instaurado por Felipe II –el monopolio– se agudizó con el Reglamento de Libre Comercio instaurado por los Borbones en 1778.

      Puede afirmarse entonces que, a partir de esa fecha –pero sobre todo a partir de 1810–, predicar y ejecutar el proteccionismo económico significó, sin lugar a dudas, luchar por la verdadera independencia, la independencia económica de Gran Bretaña, mientras que predicar y aplicar el libre comercio implicó estar al servicio de esos intereses. Dicho más crudamente: predicar y aplicar el proteccionismo económico significó luchar por la liberación del imperio, mientras que predicar y aplicar el libre comercio significó trabajar para que las tierras del Río de la Plata fueran una colonia informal del Imperio Británico. La contradicción proteccionismo-librecambio fue, desde entonces, en términos políticos, sinónimo de liberación o dependencia. Es de destacar que esta misma contradicción –proteccionismo-librecambio– se expresó, en idénticos términos, en Estados Unidos desde 1783 –cuando Inglaterra reconoció formalmente la independencia de sus ex trece colonias– hasta 1863, cuando en la batalla de Gettysburg el proyecto sureño, librecambista y probritánico fue completamente derrotado.

      En las Provincias Unidas del Río de la Plata, en la guerra civil desatada después de 1810, los proteccionistas recibieron el nombre de “federales” y fueron, siempre, acompañados por las grandes masas populares. Mientras que los librecambistas recibieron el nombre de “unitarios”, y fueron apoyados tan sólo por las minorías “seudocultas” –las minorías subordinadas al imperialismo cultural inglés– de Buenos Aires y las capitales de provincias, pero sobre todo recibieron el apoyo indirecto y decisivo del Imperio Británico. Sin duda alguna, la lucha entre federales y unitarios fue, principalmente, la gran lucha del pueblo argentino para conseguir su independencia del imperialismo inglés. Puede afirmarse, entonces, que el pueblo argentino, a partir de abril de 1811, afrontó una guerra abierta contra el imperialismo borbónico al mismo tiempo que sufría una guerra encubierta llevada a cabo en su contra por el Imperio Británico y su brazo ejecutor en la cuenca del Plata: el imperio lusobrasileño. José de San Martín, Manuel Belgrano, Martín Miguel de Güemes, Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy de Padilla fueron, entre otros, los héroes y principales protagonistas de la guerra contra el imperialismo borbónico. Joaquín Campana, José Gervasio Artigas, Andresito Artigas, el gaucho Rivero, Facundo Quiroga, Lucio Mansilla, Encarnación Ezcurra, Juan Manuel de Rosas, Ricardo López Jordán, José Hernández y Felipe Varela fueron, entre otros, los héroes y principales protagonistas de la guerra contra el Imperio Británico y su gran aliado, el subimperio lusobrasileño. Ésta es la clave de interpretación que la historia oficial –elaborada por Bartolomé Mitre y aggiornada por los historiadores de la llamada escuela de la historia social– siempre ha ocultado.

      Capítulo 5

      Francia, Inglaterra y el Río de la Plata

      Napoleón emprendió la defensa tenaz e inteligente de Europa contra la invasión económica británica. Unificó Europa, para que no comprase mercaderías inglesas. Levantó contra la isla, que arruinaba al continente, la muralla del Imperio Francés. Su objetivo fundamental estaba en defender la producción del continente contra los géneros ingleses, Pitt comprendió el peligro y se hizo su más tenaz y peligroso enemigo.

      José María Rosa

      Una borrachera ideológica

      Durante todo el siglo XVIII y principios del XIX, Francia fue el principal rival de Inglaterra, tanto en lo político como en lo económico. Hasta mediados del siglo XVII, “Francia era más rica que Gran Bretaña, aunque su riqueza estaba peor distribuida, y los campesinos, en particular, se hallaban agobiados por impuestos muy gravosos en beneficio de una clase terrateniente prácticamente inactiva. Hasta la Revolución Industrial, la industria francesa había estado por delante de la inglesa en el empleo de maquinaria complicada y en el desenvolvimiento de grandes fábricas” (Cole, 1985: 83).

      Lógicamente, después de 1750 la economía de Gran Bretaña comenzó a sacarle a la economía francesa, cada año, una mayor distancia. Sin embargo, no fueron la escasez de recursos naturales –aunque sus reservas de carbón fueran pequeñas–, ni la falta de capitales suficientes, ni la ausencia de conocimientos técnicos y científicos, ni las cargas de las prolongadas guerras, los factores que impidieron que Francia realizara rápidamente su propia revolución industrial. La razón real hay que buscarla en la subordinación ideológica incondicional de los primeros revolucionarios franceses de 1789 a los principios del liberalismo económico y el libre comercio. Y la razón, aunque parezca trivial, se encuentra con cierta facilidad. Los revolucionarios franceses creyeron que el poder nacional de Inglaterra no estaba construido sobre bases sólidas, como el poder nacional francés, porque no se sustentaba en la agricultura, actividad que según ellos no sólo contribuía al autoabastecimiento alimentario sino también a la formación de un carácter nacional superior, mientras que la actividad industrial, de acuerdo con su curiosa interpretación, engendraba todas las corrupciones y flaquezas imaginables, pulverizando el carácter nacional de los pueblos que la adoptaban:

      Entre los muchos conceptos erróneos de los revolucionarios franceses, ninguno más insidioso que la idea de que la riqueza y el poder de los ingleses se apoyaban sobre una base artificial. Esta equivocada creencia en la debilidad de Inglaterra surgió de la doctrina que enseñaron los economistas y physiocrates de las postrimerías del siglo XVIII, señalando que el comercio no era, por sí sólo, productor de riqueza, ya que lo único que hacía era promover la distribución de los productos de la tierra, sino que la agricultura era la única fuente de verdadera riqueza y prosperidad. Exaltaron, pues, la agricultura a costa del comercio y las manufacturas, y el curso de la Revolución, que se ocupó grandemente de las cuestiones agrarias, tendió a dirigirse en la misma dirección. Robespierre y Saint-Just no se cansaron nunca de contrastar las virtudes de una sencilla vida pastoril, con las corrupciones y flaquezas que engendraba el comercio exterior; y, cuando a principios de 1793 el celo jacobino enzarzó a la joven República con Inglaterra, los oradores de la convención profetizaron, confiados, la ruina de la moderna Cartago. (McLuhan, 1985: 87)

      Paradójicamente, la Revolución Francesa fue, en un principio, funcional a los intereses económicos y políticos de Gran Bretaña:

      Después de 1789, la revolución política francesa consolidó la revolución industrial inglesa. La noche del 4 de agosto de 1789, la Constituyente abolirá los obstáculos al tráfico internacional en una borrachera doctrinaria liberal que hace exclamar


Скачать книгу